miércoles, 26 de abril de 2017

[La Ilusión de las Flores]


Silenciosamente soportan los vientos y las nevadas.
Silenciosamente florecen.
Silenciosamente desaparecen

 - Yuki Urushibara.
(Traducción: Elohim F.)

martes, 25 de abril de 2017

La Evolución del Latín en las Lenguas Romances y su Conexión con la Sociedad Actual [Ensayo]


El ser humano, olvidadizo por excelencia, a menudo pierde el rastro de sus propias huellas y se encuentra a mitad de la nada, intentando encontrar una pista sobre su paradero actual antes de zozobrar en el maremágnum de las dudas del presente, incapaz de discernir entre los vestigios de su historia los mensajes con la respuesta a tan comprometedora situación.

En la sociedad actual, todo un torrente de  problemáticas que hacen acto de aparición sin cesar parece descender inexplicablemente desde la nada, y los hombres luchan sin tregua para sobrevivir al sobrevenir, muchas veces sin éxito alguno. Pero la realidad social reposa (entre algunos otros) sobre un eje fundamental: el lenguaje. Es mediante la comprensión del lenguaje y su dominio que es posible maniobrar a través las vicisitudes que la sociedad presenta en el día a día. No obstante, es esencial, para efectuar una manipulación completamente efectiva del mismo, conocer tanto de su historia como sea posible. Sabiendo de dónde vienen las cosas, resulta sumamente sencillo descubrir hacia dónde éstas se dirigen.

El lenguaje que utilizamos en particular, el español, pertenece, junto a otros de igual renombre como el francés, el italiano y el portugués, al grupo de las lenguas romances. Las lenguas romances poseen actualmente un área de influencia impresionante y más de 950 millones de hablantes en su haber, y aún así, proceden todas de un mismo origen: el latín. Es debido a esto que todas las llamadas lenguas romances comparten similitudes ya sea lexicales o gramaticales. Entonces, ¿cómo más de 15 lenguas distintas pueden provenir todas de una misma raíz? ¿Cómo fue posible que el latín diese luz a tal miríada de idiomas?

Para encontrar la respuesta, es necesario remontarse al pasado y viajar a los tiempos del Imperio Romano. Si bien es cierto que existe una confluencia de diversos factores de distintas índoles que intervinieron en la evolución del latín a las lenguas romances y en su posterior afianzamiento, es sencillo discernir el origen de tales factores, pues todo comienza con una palabra clave: expansión.

El expansionismo romano tenía como objetivo no simplemente mantener bajo control cualquier posible amenaza en las adyacencias de Roma y anexar su territorio al del imperio, sino principalmente el de establecer un dominio tributario; era a través de los impuestos que el imperio mantenía su hegemonía. No obstante, sería imposible recaudar impuestos de tierras deshabitadas; es por esto que los romanos evitaban masacrar o erradicar las poblaciones conquistadas. Al contrario, los romanos ofrecían diversos beneficios tanto territoriales como económicos a los pueblos vencidos, y no sólo esto, sino que permitían que conservasen sus sistemas sociales y culturales. De este modo, los romanos no intentaban aplastar a sus enemigos sino anexarlos civilizadamente al imperio. Roma no intentaba destruir ciudades, sino formarlas y aprovechar todos los recursos que éstas pudiesen entregar.

De entre todas, la conquista de la península ibérica posee esencial importancia en la historia de la formación de las lenguas romances. Tras haber sido conquistados, el modus operandi romano de absorción social más que de destrucción o matanza propició el intercambio cultural entre los soldados, hablantes de latín vulgar, y los habitantes de los pueblos vencidos, suscitando una mixtura a partir de la progresiva interacción entre el latín y las lenguas foráneas. Además, los nativos de territorios conquistados eran convertidos en esclavos y llevados a ciudades romanas para servir como mano de obra. Una vez allí, aprendían ciertos niveles de latín, y, al ser liberados y regresar a sus patrias, contribuían aún más a su propagación y posterior amalgama con las lenguas o dialectos propios de cada territorio dominado.

De este modo, el entresijo formado por el latín y las lenguas nativas se extendió a través de la península ibérica, formando en cada sitio, con ciertas variaciones comprensibles debido a diferencias culturales, sociales e incluso geográficas, distintas lenguas llamada posteriormente “romances”.

Fue entonces, gracias al intercambio cultural producto de la expansión del imperio romano y la interacción entre el latín y los dialectos aledaños que las lenguas romances, de manera paulatina, fueron formadas, y serían reforzadas posteriormente y de modo permanente por el arte y la cultura romanas, siempre imperantes, siempre crecientes, siempre influyentes. El imperio romano había trascendido fronteras materiales, gracias a su política de adhesión de las sociedades dominadas, y comenzaba a inmortalizarse en la realidad social de un continente entero no sólo bajo la forma de una lengua, sino de un racimo entero de ideas y cánones; bajo la forma de una cultura. Esta trascendencia perduraría aún tras el ocaso del imperio, hasta llegar a nuestros días, indeleble e invulnerable al embate del tiempo.

El lenguaje es adaptable y se mantiene en constante movimiento, al igual que la sociedad en la que se desenvuelve. La comprensión de este aspecto es fundamental para un fluido desenvolvimiento frente a las dificultades que ella presenta de manera indetenible. Es necesario tener siempre presente que el dominio del lenguaje nunca es absoluto, pero es gracias a esto que se presta de manera perenne a su perfeccionamiento.

Al adquirir la noción de que los orígenes de nuestra lengua se remontan a un fenómeno consistente en la interacción de hombres y pueblos heterogéneos, es posible observar la realidad social desde otra perspectiva y notar en ella un calco casi exacto de las eras pasadas. Es posible, pues, apreciar el hecho de que la pluralidad es inherente al ser humano, y lejos de representar una característica perjudicial para él, la misma contribuye a su evolución, y a la formación de herramientas que lo auxilian durante sus etapas de adaptación y supervivencia, tal como sucedió con las lenguas romances.


- Elohim Flores.
03/17

sábado, 22 de abril de 2017

Alma


Si los ojos son el espejo del alma, ¿significa eso que mi reflejo en tus ojos es mi reflejo en tu alma?

- Elohim Flores.

viernes, 21 de abril de 2017

[Muerte]


Eres sueño de un dios; cuando despierte
¿al seno tornarás de que surgiste?
¿Serás al cabo lo que un día fuiste?
¿Parto de desnacer será tu muerte?

¿El sueño yace en la vigilia inerte?
Por dicha aquí el misterio nos asiste;
para remedio de la vida triste,
secreto inquebrantable es nuestra suerte.

Deja en la niebla hundido tu futuro
y ve tranquilo a dar tu último paso,
que cuanto menos luz, vas más seguro.

¿Aurora de otro mundo es nuestro ocaso?
Sueña, alma mía, en tu sendero oscuro:
“Morir… dormir… dormir… ¡soñar acaso!”

- Miguel De Unamuno.

jueves, 20 de abril de 2017

La Melancolía en "La Máscara de la Muerte Roja", de Edgar Allan Poe [Ensayo]


            La melancolía es un estado anímico que presenta la despiadada particularidad de empapar, sin ninguna distinción, a cualquier persona en cualquier momento determinado, sin aviso previo alguno. De manera inesperada asalta de igual modo al hombre inmerso en la meditación existencial, a la mujer prendada por la hermosura del paisaje que contempla, y al niño que recuerda sus últimas vacaciones. El volátil pero acentuado sentimiento de tristeza, vástago de la melancolía, adopta incluso la capacidad de emerger en un corazón rebosante de alegría, pues aún por contraposición a la felicidad experimentada es engendrado el pensamiento de su naturaleza temporal, dando espacio a la melancolía para surcar los cielos mentales cual estrella fugaz en el firmamento nocturno… esto es, cual estrella moribunda.

Si la melancolía posee la capacidad de originarse incluso en el núcleo mismo de la alegría, no es de extrañar su presencia explícita en los trabajos de Edgar Allan Poe, autor reconocido no precisamente por su jovialidad sino, al contrario, por el predominante matiz oscuro en sus creaciones. La melancolía representa el dolor despiadado de la pérdida, y el temor ante la previsible, inevitable y continua reiteración de la misma en el transcurso del tiempo; es por tanto evidente que pocos escritores la conocen de tan primera mano como Poe. Con una vida tormentosa y una mente acechada por los fantasmas de la aflicción, los trabajos de Poe encarnan a la perfección, cada uno en su modo particular, un fiel y vívido retrato de la melancolía.

“La máscara de la muerte roja” es un relato cuyas descripciones gustan de jugar despiadadamente con las fronteras de lo demencial. Ambientado en un exuberante y estrambótico palacio que hace a un mismo tiempo las veces de refugio contra la peste, prisión para los desdichados cuya única opción es la de recluirse en él, y delirante salón de baile para el príncipe y los sirvientes que protagonizan la narración, el cuento se dedica a describir el derroche y la vanagloria de la humanidad misma; petulancia que se ve interrumpida por la sorpresiva visita de la muerte encarnada en persona. No obstante, bajo los predominantes temas de la vanidad y la locura humanas, y el inevitable cese de la vida frente a la visita siempre segura de la parca, subyace con opaco brillo la imperecedera presencia de la melancolía.

Es el temor a la extinción de la vida lo que provoca que el príncipe y su séquito se confinen en el castillo; su encierro como solución al peligro que amenaza con arrancarlos del bienestar acostumbrado y la entrega desmedida a los placeres mundanos no son más que resoluciones que apuntan a la quizás fútil erradicación del dolor, y aunque el dolor no representa por sí mismo a la melancolía, la preocupación que deviene de su atisbo en el horizonte y la marca de la huella que deja su tránsito a través del alma la personifican enteramente. La certeza de que las medidas tomadas sólo logran retrasar lo inevitable acarrea consigo una tristeza y una aflicción de tales magnitudes, que los esfuerzos por disfrutar de la calma antes de la tormenta son completamente vanos.

El aislamiento es característica esencial de un espíritu ahogado por la melancolía, y la soledad, paraje inevitable para quien ha sido inundado por el exasperante sentimiento que la acompaña. El grupo de nobles oculto en el castillo se aísla de un mundo tóxico, y vive bajo la lacerante incertidumbre de un futuro condenado a la perdición. La lectura transmite de tal manera una amalgama de desasosiego y perturbación, que resulta prácticamente imposible no culminarla realizando una inmersión en los brazos de la melancolía, tras comprender que todos los esfuerzos por escapar de la mano maldita del destino, sean cuales sean, resultarán siempre vacuos, completamente impotentes ante el yugo de lo indefectible.

Aristóteles explicaba que la melancolía era producto de la acumulación excesiva de una llamada bilis negra en el interior del cuerpo humano (etimológicamente es tal, de hecho, el significado de la palabra “melancolía”; μελασ = negro, χολησ = bilis), y en “La máscara de la muerte roja”, si bien la muerte se encontraba entintada de rojo, nada había más oscuro que la habitación dentro de la cual la segadora comete el genocidio; nada más melancólico que el salón de terciopelo negro.

- Elohim Flores. 
03/17