Querido compañero,
Consejero imperecedero,
Eterno colega
De andanzas y escrituras;
Mi corazón se alegra
Al sentir la atadura
Que me liga a tu nombre.
Te habla el mundo-hombre
Tras la tinta silenciosa en que la voz se me
esconde.
Quiero enviarte un abrazo,
Y que en un inusitado viaje
Atraviese este mensaje
El tiempo y el espacio.
Pasajes inmortales inundan mi mente,
Surgidos de tu profunda lírica;
Revoloteando van a concentrase en mi epicentro,
Y desde aquel saludo que nos dimos en la tierra
onírica
Formulan día tras día un afable reencuentro.
Con cada letra que leo en tu alma-libro
Has de saber, Unamuno, que por dentro vibro.
Amigo del hombre
Más que de lo humano;
Del hombre de hueso y carne,
De espíritu y sangre.
Amigo en persona
Más que impersonal.
Hoy en mí resuena
El eco de tu faena,
Mentor atemporal.
Maestro de la palabra viva,
De la creencia que respira;
Más que la del clero
La del Cristo carpintero.
Somos dos caras del mismo reflejo,
Como frente a un lago calmado un espejo,
Y el Otro se encarna en nuestro semblante
Y nos observa con una mismidad anhelante.
Aún tras tu partida
En el sentimiento trágico de esta vida
Permaneces a mi lado siempre,
Y suspendido en el ocaso
De ese lóbrego diciembre
No has muerto, Don Miguel;
Soñarás acaso
En los mundos de papel.
Y no fenecerá en el olvido
Tu palabra viva, tu obra, tu trigedia,
Y tus nivolas y opopeyas
Relucirán hasta el último de los días
En el firmamento junto a las estrellas.
No en el yermo de la historia;
No, maestro, compañero, tú resides
En nuestra vívida memoria,
Pues aunque la muerte te olvide,
Don Unamuno, hermano
La vida evocará tus glorias
Y no serán jamás tus sueños en vano.
Las palabras se atropellan al intentar expresar esta
emoción desbordante
Que trasciende el transcurso de las décadas
torrenciales,
Y aunque se vea amenazado este nexo por el olvido
sofocante
No podrá ser desgarrado nunca por el tiempo y sus
anales.
La sintaxis bajo el efecto de este vórtice expresivo
se enmaraña en espiral avasallador
Y caen abatidas las rimas
Tras las cortinas
De este sentimiento arrollador.
Me despido,
Amigo,
Como un niño
De su abuelo;
Ya volveremos a encontrarnos
En otro sueño.
La partida palidece con la promesa de una nueva
llegada.
Compañero, camarada,
Gran rector de Salamanca,
Como tú jamás habrá ninguno.
Hoy te siento en mi alma como nunca,
Don Miguel de Unamuno.
- Elohim Flores.