martes, 26 de septiembre de 2017

Ópalo


Cuando se desvanece
Tu figura
Mis matices
Palidecen
Y mis sueños
Desaparecen.

Cuando perece
Tu textura
Mi tacto
Enloquece
Y la angustia
Efervesce.

Cuando fallece
Tu escultura
Mis lágrimas
Se ennegrecen
Y mis ojos
Se opalescen.

Cuando no estás
Se fractura
Mi estructura
Y las fisuras
Carburan
La ruptura
De mi futura
Sepultura.

Y cuando florece
Tu hermosura


Mi agonía
Languidece


Y mis noches
Amanecen.

- Elohim Flores.

lunes, 25 de septiembre de 2017

[Epístola de Miguel de Unamuno a José Enrique Rodó (13/12/1900)]


Salamanca. 13 de diciembre de 1900

Sr. D. José Enrique Rodó

Mi muy distinguido amigo: En “La Lectura”, revista que con el nuevo año empezará a publicarse en Madrid y en la sección bibliográfico-crítica de letras americanas, sección de que me he encargado, hablaré de su Ariel, sin perjuicio de dedicarle un ensayo, para el que tengo tomadas no pocas notas. Mi nombramiento para rector de esta antigua Universidad y el viaje que una vez nombrado tuve que hacer a Madrid para tratar de diversos asuntos con el ministro de Instrucción Pública me han retrasado no poco en mis particulares trabajos literarios y científicos. No hace aún cuatro o cinco días que los he podido reanudar. Sobrevínome la inesperada propuesta del ministro precisamente en los días en que más enfrascado estaba en una novela pedagógica-humorística en que pienso fundir, fundir y no mezclar, elementos grotescos y trágicos y tal vez le ponga a modo de epílogo un ensayo sobre lo grotesco como cara de lo trágico. Allá veremos. Mil gracias por lo que respecto a mis Tres Ensayos me dice. Yo, lo confieso, no solo no soy latino de raza (como vasco que soy), sino que aunque con la mente procure comprender el latinismo, mi corazón lo rechaza. Culmina, a mi entender, el espíritu latino en el catolicismo, hasta tal punto que aun los librepensadores latinos son católicos sin saberlo. Esa concepción social y estética de la religión es hondamente latina (Renan era un católico malgré soi; basta ver su posición frente a Amiel), y yo me siento protestante en lo más íntimo del protestantismo (Harnack, Ritschl, Hermann, etc. me han convencido de ello). Pueden parecer análogos un positivista o un panteísta latino y otro germánico, pero si ahondando en la idea llegamos al sentimiento y modo de sentir el mundo y la vida, al punto vemos que el uno sigue siendo católico y protestante el otro después de haber rechazado todo dogma de una y otra creencia. Proudhon y De Maistre son hermanos en espíritu. Y yo, se lo repito, me siento con alma de luterano, de puritano o de cuáquero, el ideocratismo latino y su idolatría me repugnan; me repugna su adoración a la forma y su tendencia a tomar la vida como una obra de arte y no como algo formidable y serio. Renan le decía a Amiel que el pecado es la gran preocupación de toda alma protestante y que no lo es de la católica, y lo siento así. Estudio lo francés, procuro penetrarlo, pero no logra seducirme. Y lo que menos veo en lo francés es la amplitud: es, con apariencias de amplio, uno de los espíritus más estrechos. Acepta a Carlyle, a Ibsen, a Nietzsche (a quienes creo que difícilmente sentirá del todo, aunque los entienda bien, quien no haya protestantizado su corazón) pero los acepta por moda, por snobismo, por algo más noble, por leal deseo de ensancharse, pero en el fondo sigue teniéndolos por bárbaros. No hay más que leer a Brunetière, a Lemaître, a Barrès, a Zola (ese archilatino de espíritu enormemente estrecho). Grande es Taine, grande Guyau, pero ni uno ni otro supieron sacudirse de su espíritu: basta leer lo que del inmenso Wordsworth dice aquél. Tal vez sean el latino y el germánico espíritus impenetrables, porque tampoco sintió Carlyle la grandeza de Voltaire ni hay genuino teutónico que vea el genio de un Racine o de un Flaubert. Y en esto me declaro germánico. Y voy más lejos, llegando a afirmar que el pueblo español es un pueblo que sin tener fondo latino está latinizado por siglos de lengua románica; es un pueblo de fondo berberisco domesticado por el pueblo romano. Y en nosotros, los vascos, que hemos conservado nuestra vieja lengua, se ve cuánto a nuestro espíritu repugna lo latino. Sin tener más de germanos, nos penetra más, no sé por qué, el alma germánica. Aquellos de mis paisanos que viajan y aprenden lenguas se enamoran antes de lo inglés o alemán que de lo francés o italiano. Pero repito que en el fondo acaso más educadoras que las lenguas veo las religiones, y divido a los europeos todos, crean o no, sean con la mente agnósticos, o ateos, o deístas, o panteístas, en católicos y protestantes. Y mi alma es luterana. De esto, de esta pobre nación y de nuestra juventud española, ¿qué he de decirle? La raza española está in fieri, está por hacer, es, como dirían los escolásticos, no un término a quo sino un término ad quem. Necesita, creo yo, un impulso religioso en el más hondo sentido de este vocablo, no dogmático; necesita un Tolstoi castizo, una castiza Reforma. Inicióse con los místicos, con aquel poderoso anarquista San Juan de la Cruz, pero la Inquisición católico-latina la ahogó en germen. También yo me complazco en reconocer que por muchas que sean las ideas que separen siempre nos hemos de unir en espíritu, en el deseo, asequible o no, de penetrarnos mutuamente. Porque viendo yo la resistencia subconsciente de mi alma a hacerse latina mi conciencia me dicta una constante labor para comprender lo latino y apreciarlo y respetarlo. Aprecio cuanto de generoso, de noble, de sincero, de original hay en su Ariel y así lo haré constar, por más que mi corazón me tire por otros caminos. Toda idealidad es fecunda y purificadora, y jamás caeré en la soberbia de suponer que se refleja en mi espíritu todo lo que el mundo necesita. Necesita de latinismo para corregir y completar nuestra acción; que por sí solo haría acaso sombría e imposible la vida; es otro lado de la vida del espíritu, no menos necesario, no menos grande, no menos noble que los otros. ¡Qué exacto lo que me dice de que España es anciana y América infantil! Hay que trabajar. Su obra de usted es la más grande, a mi conocimiento, que se ha emprendido últimamente en América. Hay que sacudir a los pueblos dormidos y que penetren en sus honduras, que en ellas nos encontraremos todos. Porque hasta los dos valores que yo creo más irreductibles en nuestra cultura, el catolicismo y el protestantismo, ¿no tienen acaso una raíz común? A llegar a la raíz común de las cosas hemos de tender, y a ella se llega por distintos caminos, por el Bien, por la Verdad, por la Belleza, por la Religión, por la Ciencia, por el Arte... ¿qué importa el camino? Tenemos un fin común, desde nuestros caminos nos animaremos y saludaremos y aún podremos darnos las manos porque de continuo se cruzan y entrecruzan y se confunden. Y... es que hay caminos diversos. No, amigo Rodó, lo que nos une en realidad no es mucho, es todo. Es todo. Reciba, pues, fraternal abrazo de

Miguel de Unamuno.

Salude a Reyles, a quien escribiré pronto.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Respuesta a Unamuno


Querido compañero,
Consejero imperecedero,
Eterno colega
De andanzas y escrituras;
Mi corazón se alegra
Al sentir la atadura
Que me liga a tu nombre.

Te habla el mundo-hombre
Tras la tinta silenciosa en que la voz se me esconde.
Quiero enviarte un abrazo,
Y que en un inusitado viaje
Atraviese este mensaje
El tiempo y el espacio.

Pasajes inmortales inundan mi mente,
Surgidos de tu profunda lírica;
Revoloteando van a concentrase en mi epicentro,
Y desde aquel saludo que nos dimos en la tierra onírica
Formulan día tras día un afable reencuentro.
Con cada letra que leo en tu alma-libro
Has de saber, Unamuno, que por dentro vibro.

Amigo del hombre
Más que de lo humano;
Del hombre de hueso y carne,
De espíritu y sangre.
Amigo en persona
Más que impersonal.
Hoy en mí resuena
El eco de tu faena,
Mentor atemporal.
Maestro de la palabra viva,
De la creencia que respira;
Más que la del clero
La del Cristo carpintero.

Somos dos caras del mismo reflejo,
Como frente a un lago calmado un espejo,
Y el Otro se encarna en nuestro semblante
Y nos observa con una mismidad anhelante.

Aún tras tu partida
En el sentimiento trágico de esta vida
Permaneces a mi lado siempre,
Y suspendido en el ocaso
De ese lóbrego diciembre
No has muerto, Don Miguel;
Soñarás acaso
En los mundos de papel.
Y no fenecerá en el olvido
Tu palabra viva, tu obra, tu trigedia,
Y tus nivolas y opopeyas
Relucirán hasta el último de los días
En el firmamento junto a las estrellas.
No en el yermo de la historia;
No, maestro, compañero, tú resides
En nuestra vívida memoria,
Pues aunque la muerte te olvide,
Don Unamuno, hermano
La vida evocará tus glorias
Y no serán jamás tus sueños en vano.

Las palabras se atropellan al intentar expresar esta emoción desbordante
Que trasciende el transcurso de las décadas torrenciales,
Y aunque se vea amenazado este nexo por el olvido sofocante
No podrá ser desgarrado nunca por el tiempo y sus anales.
La sintaxis bajo el efecto de este vórtice expresivo se enmaraña en espiral avasallador
Y caen abatidas las rimas
Tras las cortinas
De este sentimiento arrollador.

Me despido,
Amigo,
Como un niño
De su abuelo;
Ya volveremos a encontrarnos
En otro sueño.

La partida palidece con la promesa de una nueva llegada.

Compañero, camarada,
Gran rector de Salamanca,
 Como tú jamás habrá ninguno.
Hoy te siento en mi alma como nunca,
Don Miguel de Unamuno.

- Elohim Flores.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Vivirás


Deja la sangre a un lado,
Con sus rubicundos despertares.
Deja que caigan los pilares
De este templo desolado.

Abandona para siempre los anzuelos
Que aguardan torvos en tu memoria;
Deja que las cabezas de tu historia
Rueden raudas por los suelos.

Deja a un lado la tormenta
Que oscurece tu vigía,
Deja que muera esa sombría
Pesadilla turbulenta.

Permite que tu efigie mortal
Se eleve expedita hacia el cielo
Y que tus principios y tu credo
Rindan culto a tu final.

Deja tus heridas atrás,
Deja el llanto y el sollozo,
Trepa fuera de ese pozo;
Escucha esto: vivirás.

- Elohim Flores.