miércoles, 20 de mayo de 2020

La Teoría Humanista de la Administración en la Educación [Ensayo]


Los estudios sobre la administración y la organización de recursos humanos dentro del ámbito empresarial se han visto insuflados por una cuantiosa cantidad de expertos y eruditos de la economía, la sociología, la psicología e inclusive la filosofía. Estos estudios versan, ante todo, del comportamiento humano y la manera más eficiente de sacar partido del mismo con el objetivo de la consecución de las metas empresariales más primordiales: la generación de ganancias monetarias.
Pese a la clara orientación de los estudios sobre los que se encuentran construidas las principales teorías de la administración, los conocimientos plasmados en ellas resultan muy fácilmente extrapolables a otros campos, y el ámbito de la pedagogía en especial tiene la capacidad de verse sumamente beneficiado con la aplicación de ciertas nociones desarrolladas por los pensadores ya referidos, pues la ganancia que se apunta a obtener dentro del ambiente educativo tras un óptimo rendimiento tanto docente como estudiantil, si bien no monetaria, resulta clara y concisa: la formación integral, humana e intelectual del alumno.
Entre la plétora de teorías clásicas de la administración existentes, algunas pueden adaptarse de manera más sencilla al área pedagógica, y algunas otras ofrecen nociones mucho más pertinentes a la misma; sin embargo, una de ellas resalta entre sus compañeras debido a las estrechas relaciones que sus teoremas presentan frente a los propios de la teoría educativa: la teoría humanista desarrollada por el sociólogo George Elton Mayo a partir del año 1932.
Efectivamente, el enfoque humanista de Elton Mayo se ajusta a la perfección dentro de la visión emancipadora en la que debería verse envuelta (de acuerdo a Paulo Freire) la práctica educativa. Surgida como contraposición a las teorías que proponían métodos deshumanizadores tales como el científico, en el cual el factor humano se veía reducido a su mínima expresión, presa de la racionalización exacerbada para alcanzar la máxima eficiencia laboral, la teoría de las relaciones humanas hace énfasis en la relevancia del ser humano como actor social sumido dentro de una realidad compartida con sus semejantes y no como individuo aislado propenso a la mecanización conductual. Es precisamente debido a la relevancia que asume el rol humano interpretado por cada hombre y cada mujer dentro de toda organización de acuerdo a los lineamientos de la teoría humanista, que existe la valiosa oportunidad de tomar algunas de sus nociones como préstamo para la teoría pedagógica, al compartir ésta una visión similar.
Uno de los primeros principios que defiende esta teoría expone que el hombre no es un animal mecanizado ni una mera herramienta para alcanzar un fin, sino que es un ser que se desarrolla en sociedad, y en sociedad con otros avanza en pos a la consecución de una serie de objetivos que le permitirán mejorar sus condiciones de vida. A lo largo de este trayecto resulta posible que el hombre alcance a entrar en contacto con otras metas que coincidirán con las de sus iguales, ya se traten éstos de familiares, compañeros laborales, o de gerentes (en el caso empresarial) que requieran de las capacidades de sus empleados para generar ganancias. En el ámbito educativo, es necesario observar a los jóvenes no como simples receptáculos, tal y como lo dictan las teorías positivistas, sino como seres humanos en formación con metas individuales que recorren en conjunto un camino que los lleva (entre otras sendas de relevancia equivalente) a través de la escuela, y es en tal segmento del camino que el docente ha de dedicarse a cultivar su desarrollo, para que este lapso de tiempo resulte del mejor provecho posible para el futuro del joven estudiante.
Por otra parte, la teoría de las relaciones humanas indica que la productividad de una persona no se encuentra ligada únicamente a sus capacidades físicas o mentales, y mucho menos económicas, sino a su interacción con quienes le rodean y a las normas que le son impuestas. Para obtener un rendimiento óptimo, se necesita promover un ambiente en el cual se faciliten las relaciones interpersonales, y además se debe otorgar suficiente libertad de expresión, pensamiento y acción a cada sujeto.
Las dos características mencionadas resultan vitales e imprescindibles dentro del aula de clases. Así,  una buena comunicación entre estudiantes (y la fomentación de equipos de trabajo que estrechen los lazos entre todos los miembros del aula), una serie de normativas conductuales que permitan el mantenimiento del orden y el respeto sin restringir a los alumnos con rigidez exacerbada, y un constante incentivo para que se expresen y actúen constantemente sin temores a reprimendas resultarán esenciales para elevar la eficacia en los niños, niñas y jóvenes. Sólo entonces logrará obtenerse el resultado óptimo: la materialización del verdadero proceso de enseñanza y aprendizaje.
En lo concerniente a la temática del incentivo, la teoría humanista de Mayo también comprueba que la otorgación de recompensas como motivación para los empleados no sólo mejora el rendimiento de  los beneficiados, sino también de aquellos trabajadores que no fueron premiados pero que conviven e interactúan con los más afortunados. Por ende, un buen trato y un constante incentivo por parte del docente hacia los estudiantes del aula garantiza un mayor rendimiento incluso en aquellos que no se hayan visto (por motivos fortuitos) cobijados por tal clase de recompensas. Por otra parte, este sector de la teoría demuestra que existe un sentimiento de hermandad entre todos y cada uno de los actores sociales, un sentimiento que los empuja a actuar de manera solidaria; incluso de ser necesario, los más rápidos pueden adaptarse a los más lentos como señal de apoyo, y evitar a toda costa caer en un estado de deslealtad si alguna conducta perjudica a sus iguales. Por lo tanto, el salón de clases, visto como una estructura organizada, está compuesto por una comunidad de individuos que tiene la plena capacidad de obrar en consecuencia con las necesidades de cada uno de sus miembros, y ésta se trata de una característica que debe ser cultivada y encausada por el docente para un desarrollo positivo y beneficioso.
Finalmente, la teoría humanista sostiene que la mejora en las condiciones laborales asegura el surgimiento de líderes naturales que mantendrán a sus compañeros de trabajo motivados alrededor de ciertos intereses; estos intereses por lo general consisten en el mantenimiento de los beneficios y recompensas de los que fueron dotados de antemano. Así, estos líderes toman la tarea de alimentar de manera constante el ambiente de solidaridad, trabajo, disciplina y eficiencia sin perder por esto la confianza de los demás empleados, como suele suceder en el caso de los gerentes, debido a su posición jerárquica superior. Dentro de un aula de clases en la que las condiciones humanas son óptimas, estos líderes se encuentran destinados a hacer acto de aparición (en ocasiones bajo la forma de un delegado o vocero del salón), y logran encausar las fuerzas y energías de sus compañeros sin verse sumergidos en el distanciamiento que ineludiblemente impregna al docente en su rol. Es tarea del pedagogo, por lo tanto, propiciar este ambiente requerido para la formación de tales líderes naturales.

En un contexto social e inclusive político de escala mundial en el cual se hace más y más imperante la necesidad de un sistema educativo constructivista y emancipador, la pertinencia de teorías de la administración como la desarrollada por Elton Mayo, que manifiestan la relevancia de una organización cuyo núcleo es el ser humano como ser social y no como individuo aislado, se hace cada día más y más patente. El aula de clases no debe ser vista como una industria en la cual se manufacturan chicos en bruto que serán transformados en gemas pulimentadas a través de una maquinaria trituradora, sino como un jardín en el cual las semillas de cada niño germinan las unas junto a las otras (pues no puede existir un jardín compuesto por una única planta), y en donde el docente asume el rol de jardinero para fertilizar la tierra, la base imprescindible sobre la que se desarrollarán los jóvenes que por cuenta y voluntad propia, a través de la persecución de sus intereses y sueños, florecerán y darán frutos para el provecho propio, y a su vez, para el de la sociedad y sus iguales.

Elohim Flores.
04/19

viernes, 15 de mayo de 2020

[En la Refriega]


En la refriega una vez más,
En la última buena pelea que conoceré jamás.
En este día vivirás y morirás…
En este día vivirás y morirás…

Ian MacKenzie Jeffers.
(Traducción: Elohim F.)

jueves, 14 de mayo de 2020

La Epistemología en la Educación


La pedagogía, esa hermosa disciplina, imprescindible para el desarrollo del ser humano en mente y espíritu, así como para la construcción de una sociedad superior, se ve necesariamente nutrida por una extensa multiplicidad de artes, ciencias y otras disciplinas que aportan todas y cada una, a su modo, un pequeño filamento para fortalecer las cualidades de la noble ciencia educativa, tanto teóricas como prácticas, hasta transformarla en una técnica tan integral como pueda ser posible.

Tomando en cuenta todo cuanto pueden aportar otras disciplinas como la psicología, la sociología, la ética, la estética e inclusive la administración, erróneamente podría llegar a asumirse que la pedagogía no se beneficiaría del sector epistemológico del conocimiento. No obstante no hay nada más alejado de la realidad, puesto que la epistemología entrega a la pedagogía más de lo que pudiere imaginarse en primera instancia.

En primer lugar, es necesario internalizar la noción de la influencia de las raíces de la epistemología misma: la filosofía. La filosofía, con su amplitud reflexiva respecto a cada aspecto de la realidad tanto física como metafísica, es parte imprescindible de la pedagogía. No sólo la filosofía establece una enorme diversidad de modelos de pensamiento que permiten esclarecer las distintas sendas que puede transitar la teoría educativa, sino que también ofrece una cantidad inmensurable de herramientas que facilitan el análisis de la estructura misma de la existencia; esto es de vital importancia para la pedagogía, dado que necesita antes que cualquier otra cosa comprender el mundo a un nivel ontológico para posteriormente encausar sus esfuerzos por hacer de él un sitio mejor.

La epistemología, siguiendo siempre los principales patrones de la filosofía (el análisis sistemático de la realidad, la síntesis de los saberes, la sistematización del conocimiento) se ve insertada dentro de la pedagogía inclusive desde su concepción, creación y consolidación como disciplina en y por sí misma. Como ejemplo puede notarse que desde el instante en el que se inicia el debate de su condición como arte o ciencia, la pedagogía se convierte en objeto de estudio de la epistemología, la cual realiza toda una serie de análisis y reflexiones para determinar sus condiciones ontológicas como disciplina. Sin este tipo de clasificaciones, las ciencias pedagógicas carecerían por completo de una identidad que logre discernirlas de las psicológicas y de las sociológicas, por mencionar un par.

Por otra parte, si bien la pedagogía hace uso de sus propios métodos para realizar estudios detallados sobre la educación, es la epistemología la que pone a disposición sus herramientas para sistematizar los conocimientos extraídos de tal análisis y transformar a la noble disciplina en un laboratorio dentro del cual la educación atravesará todos los procesos necesarios para convertirse en un nuevo ser, más completo, profundo y eficiente, con mayor cantidad de beneficios que de desperfectos.

La pedagogía además produce una serie de reflexiones y recomendaciones que posteriormente son implementadas dentro de los márgenes de la praxis, con la intención de saldar toda una serie de necesidades básicas educativas, tales como la de lograr construir un aprendizaje significativo en los jóvenes, mejorar las condiciones dentro del aula para dinamizar la enseñanza, y afinar el proceso didáctico. Estas reflexiones, no obstante, atraviesan antes un filtro epistemológico con el fin de ser catalogadas de acuerdo a la naturaleza del conocimiento del que parten y son emitidas. Tras ser observadas a través de la lupa de la epistemología, pueden ser clasificadas como reflexiones meramente gnoseológicas, o pueden entrar directamente al campo cientificista.

Por otra parte, ya que la pedagogía misma engloba dentro de sí toda una multiplicidad de formación tanto humanísticas como científicas, se hace sumamente necesaria una disciplina como la epistemológica para traer orden y ciertos niveles de estratificación frente a tales ramificaciones. La pedagogía requiere de la catalogación de las materias que serán impartidas bajo su haber para una mayor efectividad en su planificación, su ordenamiento lógico, y la selección de los recursos didácticos más pertinentes y convenientes para cada área.

Además, es gracias a la epistemología que resulta posible comprender con los fundamentos correspondientes que el conocimiento representa un entramado sistematizable de datos tanto objetivos como subjetivos, interconectados e interdependientes, que evocan conceptos, hechos, teorías y cualquier otra cantidad de fragmentos de información adquiridos a lo largo del tiempo, a través de la aprehensión sensorial y de la internalización reflexiva. La pedagogía requiere de estas nociones referentes al conocimiento, y sin la epistemología le resultaría imposible realizar una verdadera aprehensión de las mismas.

No obstante, es la relevancia que adquiere la epistemología dentro del marco de las investigaciones educativas lo que la hace destacar debido a su tremenda vitalidad frente a las mismas. De más está mencionar la importancia inigualable que representa la investigación dentro del ámbito educativo; puede incluso asegurarse que sin una práctica investigativa, y sin la asunción del rol de investigador por parte del docente, la pedagogía se vería atascada en un lodazal de obsolescencia, sin manera de evolucionar como disciplina, sin forma de actualizar sus cánones ni acoplarse con la realidad de la actualidad. La epistemología no sólo demarca los modelos y estructuras que cimientan toda investigación sino que también delimita los objetos de estudio, enrumba los procesos y métodos de investigación, y solidifica los resultados obtenidos.

Finalmente, tras recalcar una y otra vez la calidad y cualidad de indispensabilidad encarnada por la epistemología debido a sus constantes reflexiones concernientes al conocimiento, puede notarse quizás la más importante función de la misma: la crítica constructiva a la que es posible someter el campo de la ciencia con motivos preventivos ante peligros posibles nacidos por la desviación de las intencionalidades humanas hacia campos destructivos para sí mismas. Después de todo, no basta con el análisis simple y llano sino que se hace necesario demarcar ciertos límites para evitar la pérdida de la humanidad frente a la frialdad que es capaz de alcanzar el conocimiento.

Cuando las ciencias y sus métodos amenazan con petrificar, con disecar en vida las teorías educativas y el espíritu de enseñanza pedagógico, la epistemología tiene la capacidad de lanzar un grito de alerta, y los hombres y mujeres nos vemos con la responsabilidad de atender a su llamado y evitar la pérdida de los valores humanos frente a la mecanización del saber.

- Elohim Flores.
05/19

miércoles, 13 de mayo de 2020

Interrelación de los Factores en la Adquisición y Desarrollo de la Lectoescritura en el Ser Humano


          La humanidad está compuesta por una miríada de individuos con un alto grado de complejidad cada uno; individuos dotados de organismos biológicos capaces de cumplir con una multiplicidad inimaginable de funciones, además de adquirir una suma aún más impresionante de habilidades y destrezas con el paso del tiempo. Una de estas capacidades es la de la lectoescritura, práctica lingüística que engloba dentro de su acepción tanto la lectura como la escritura en un solo hacer. Para desempeñarse en esta destreza de manera funcional y con utilidad pragmática, es necesario que en el interior del ya complejo organismo humano confluyan toda una serie de factores tanto biológicos como intelectuales, sociales e inclusive emocionales que en conjunto producirán un destilado fisiológico,  cognitivo y cultural de esencia fundamentalmente lingüística que será reconocido como núcleo de la actividad de lectoescritura.
De acuerdo a la debatida teoría innatista, cada ser humano viene al mundo con la capacidad inherente de desarrollar el lenguaje. Por lo tanto, y bajo tales márgenes, la chispa de concepción que origina la posibilidad del entendimiento lingüístico es intrínsecamente humana, y su posterior evolución y metamorfosis en destrezas más complicadas como lo son la lectura y la escritura depende en alto grado del desarrollo fisiológico de cada persona en particular.
En primer lugar, la edad cronológica del individuo ejerce un impacto notoriamente significativo si se considera que las edades más propicias para la adquisición de los conocimientos básicos de lectoescritura son aquellas comprendidas entre los 5 y 7 años. No obstante, debe tomarse en cuenta que un cierto grado de madurez mental se hace necesario para que este proceso tome lugar adecuado dentro de dicho período cronológico; el factor de la madurez mental influye a tal punto que puede con suma facilidad acelerar o retrasar el aprendizaje de la lectura y la escritura fuera de los límites biológicos mencionados.
Otro de los factores fisiológicos a tomar en consideración en términos de la adquisición de la lectoescritura es el del sexo. Aparentemente, algunos estudios demuestran que las niñas desarrollan el habla a una edad mucho más temprana que los niños, además de demostrar una pericia mayor en el manejo del vocabulario y una mayor eficiencia y capacidad de retención en el área de la ortografía. No obstante, existe un tercer factor que encarna el elemento biológico de mayor relevancia tras haber considerado los aspectos anteriores. Este factor consiste en el sistema sensorial, punto clave y elemento imprescindible para la adquisición y concreción de estas capacidades; completamente fundamental para el desarrollo de la lectura y de la escritura, y para el establecimiento y pavimentación del camino que dicho desarrollo recorrerá de acuerdo a cada individuo, con sus condiciones físicas particulares.
Efectivamente, y bajo las líneas anteriores, gracias al sistema sensorial (visual, táctil, auditivo, olfativo, gustativo) del ser humano, los estímulos del mundo exterior pueden ser transmitidos al cerebro para su posterior procesamiento y asimilación. Aún cuando un individuo particular carezca de una capacidad sensorial específica, siempre podrá desarrollar tanto la lectura como la consecuente escritura mediante el empleo de los sentidos remanentes. Pese a esto, resulta imperante aclarar a pesar de su aparente obviedad que sin la presencia de ningún sistema sensorial, y por ende, de cualquier conexión posible con el mundo externo y con sus iguales, el ser humano sería totalmente incapaz no sólo de leer y escribir, sino plena y llanamente de comunicarse a cabalidad.
Tras haber tomado en consideración estos distintos factores fisiológicos, salta a la vista y es de común entendimiento que necesariamente ha de existir otro grupo de factores adicionales a los biológicos que intervienen dentro de la adquisición de las capacidades de lectoescritura. Posiblemente el más prominente de estos factores, después del fisiológico, es el intelectual. Evidentemente, todo individuo requiere de cierto nivel intelectual (componente imprescindible para la madurez, conjugado con la edad cronológica mencionada anteriormente) para adquirir y apropiarse de una destreza de nivel y complejidad avanzada (en comparación con otras capacidades mucho más intuitivas, instintivas y mecánicas) como lo es la lectoescritura. Este nivel intelectual consta y depende del nivel de desarrollo y afinamiento de diversas habilidades cognitivas que se compaginan y complementan unas con otras.
Todo niño que se inicie de modo pleno en el proceso de la lectoescritura requiere de cierto grado de capacidad para la atención y concentración, con el objeto de discriminar y decodificar la información obtenida a través de sus sentidos. Esta constante secuencia de filtración, selección y desciframiento de la información debe ir ineludiblemente sucedida por un proceso de interpretación, análisis y razonamiento de lo decodificado, con el fin último de la síntesis y asimilación de dicha información. Además, es necesario que el niño maneje de manera subconsciente nociones básicas como las de la observación, la descripción, la analogía, la explicación, el parafraseo y otras más, aún cuando no sea capaz de manejarlas a un nivel conceptual. Este sistema de habilidades intelectuales concatenadas requiere de un grado mínimo de inteligencia, la cual se encuentra atada no sólo a la capacidad mental general del individuo sino también a su nivel de desarrollo biológico; y no sólo esto; también a la medida de implicación e interrelación social entre dicho individuo y el contexto al que esté expuesto.
El factor social es pues, sin lugar a dudas, decisivo no sólo para la adquisición tanto de la lectura como de la escritura, sino también (a todas luces) para la formación misma de un individuo con habilidades comunicativas competentes. El niño necesita imperativamente de todas las experiencias dentro de las cuales se pueda ver imbuido durante una constante interacción con el mundo que lo rodea y quienes lo habitan. El primer contacto será el familiar, y este círculo se expandirá paulatinamente mientras irradia al joven con conocimientos empíricos sociales, culturales e incluso éticos irremplazables para su formación personal comunicativa; y a su vez, el constante contacto con la oralidad y con la lectura previo aún a su propia formación lectora harán germinar multiplicidad de nociones lingüísticas latentes en su campo cognoscitivo.
Por otra parte, estas ya mencionadas interacciones interpersonales no solamente estarán cargadas de información lingüística valiosa sino también de un torrente de sensaciones emocionales que tienen el potencial de generar un impacto positivo en el niño: fortalecer su personalidad, nutrir su motivación, fomentar una alta autoestima y combatir la introversión; todo esto imprescindible para el desarrollo fluido y sano del proceso de aprendizaje (aunque cabe destacar que una baja calidad en dichas interacciones puede conseguir un resultado opuesto, desfavorable).
Resulta tan trascendental la interrelación constante entre los niños en etapa de aprendizaje de la lectoescritura y sus respectivos entornos socioculturales, que el proceso de maduración mencionado ya en distintas oportunidades tiene el potencial de acelerarse y distanciarse de su contraparte biológica en cuanto a la edad cronológica. Así, Baptista, Vale y Sira (1995, p. 22) indican que “los niños aprenden a leer y escribir de manera espontánea, en la medida en que se interrelacionan con la lectura y son productores de sus escrituras.” Como puede notarse, la constante exposición a la lectura, a la escritura, y puede agregarse sin temor alguno que también a la oralidad, todas ellas presentes en su contexto sociocultural, puede agilizar el proceso de aprendizaje del niño a niveles que podrían resultar sorprendentes, escindiéndose enteramente de su edad promedio de adquisición de la lectoescritura.
Finalmente, es posible apreciar el modo en que todos y cada uno de estos factores (fisiológicos, intelectuales, sociales, afectivos) confluyen para fortalecer la competencia lingüística del niño y niña en desarrollo. Esta competencia lingüística está conformada por conocimientos básicos semánticos, sintácticos y fonético-fonológicos. Gracias a sus condiciones físicas, mentales y sociales los niños adquirirán y desarrollarán lentamente la capacidad de reconocer significados, estructuras oracionales y diferenciaciones vocálicas para después absorberlas y emplearlas en su propio quehacer comunicativo. No obstante, tanto la formación educativa como la presencia de una figura pedagógica serán siempre esenciales para cerrar la circunferencia de las competencias requeridas para la aprehensión completa e integral de la actividad de la lectoescritura. Es necesario recordar que si bien las capacidades lingüísticas comunicativas son muy probablemente innatas, el acto de leer y el de escribir son procesos de índole compleja; transfiguraciones de la realidad en un código de confección humana; abstracciones semióticas de un mundo mucho más amplio en forma y sustancia que por ende requieren (y casi exigen) una mano profesional que cumpla las veces de guía en tan variopinto sendero.

Aún en el adulto desarrollado, las capacidades fisiológicas, las destrezas intelectuales y los factores socioculturales y afectivos continúan impactando en honda manera sus competencias lingüísticas, e insuflan su desempeño como individuo tanto lector como escritor. A través del estudio de los diversos factores de la adquisición de la lectoescritura pueden comprenderse y asediarse los principales problemas que minan tan valiosa actividad para el ser humano (niño o adulto), con el fin de perfeccionar su desarrollo de manera constante. Imprescindible resulta mantener presente el hecho de que el hombre como pieza sociohistórica es producto de su propio acto comunicativo, y la continua mejora de tal acto conlleva ineludiblemente al crecimiento como ser trascendental dentro de un mundo en constante evolución.

- Elohim Flores.
02/20

REFERENCIAS

Baptista, N., Vale, A. y Sira, M. (1995). Proceso de construcción de la lengua escrita. Barquisimeto: FUNDAUPEL-IPB.

martes, 12 de mayo de 2020

[Alejandría, 641 A.D.]


Desde el primer Adán que vio la noche
Y el día y la figura de su mano,
Fabularon los hombres y fijaron
En piedra o en metal o en pergamino
Cuanto ciñe la tierra o plasma el sueño.
Aquí está su labor: la Biblioteca.
Dicen que los volúmenes que abarca
Dejan atrás la cifra de los astros
O de la arena del desierto. El hombre
Que quisiera agotarla perdería
La razón y los ojos temerarios.
Aquí la gran memoria de los siglos
Que fueron, las espadas y los héroes,
Los lacónicos símbolos del álgebra,
El saber que sondea los planetas
Que rigen el destino, las virtudes
De hierbas y marfiles talismánicos,
El verso en que perdura la caricia,
La ciencia que descifra el solitario
Laberinto de Dios, la teología,
La alquimia que en el barro busca el oro
Y las figuraciones del idólatra.
Declaran los infieles que si ardiera,
Ardería la historia. Se equivocan.
Las vigilias humanas engendraron
Los infinitos libros. Si de todos
No quedara uno solo, volverían
A engendrar cada hoja y cada línea,
Cada trabajo y cada amor de Hércules,
Cada lección de cada manuscrito.
En el siglo primero de la Hégira,
Yo, aquel Omar que sojuzgó a los persas
Y que impone el Islam sobre la tierra,
Ordeno a mis soldados que destruyan
Por el fuego la larga Biblioteca,
Que no perecerá. Loados sean
Dios que no duerme y Muhammad,
Su Apóstol.

- Jorge Luis Borges.

lunes, 11 de mayo de 2020

Hojas


Un día, en una mañana clara como el agua de un arroyuelo, un joven llamado Elo Elo, hijo de un cazador ya derrotado por la edad, salió en busca de leña para sus reservas de los días venideros. Como ha sido mencionado, su padre era viejo ya y los días de caza habían sido enterrados en el pasado tras verse aquejado por una extraña enfermedad que drenaba constantemente el minúsculo remanente de sus fuerzas, por lo que el joven Elo Elo se veía con la responsabilidad de procurar el alimento además de la leña, así como de realizar las visitas esporádicas a la aldea para vender lo conseguido durante las cacerías.
Elo Elo se había internado ya durante incontables ocasiones en el viejo bosque, emulando los interminables días de cacería en los que su padre, y el padre de su padre, habían realizado la misma tarea. Siguiendo la tradición, el joven había cuidado de evitar aventurarse en el extremo septentrional del valle en el cual se asentaba aquel bosque ancestral. Aquellos que se sumergían bajo las sombras de las resecas ramas de los añejos árboles que se elevaban en ese sitio jamás regresaban a la luz del mundo civilizado.
Pero el invierno había sido cruel, y áspero, y a diferencia de lo que pudiere pensarse, los primeros días de primavera eran tan despiadados como los peores de la gélida estación de la muerte blanca. Los alimentos escaseaban gravemente y la enfermedad de su padre lo carcomía con mayor prisa a cada instante que transcurría. Mientras tronzaba algunos leños resecos a mitad de la floresta, acostumbrado como estaba a cargar consigo su arco y carcaj en todo momento, avistó no sin sobresalto un vívido ciervo a la distancia; posiblemente el primero tras muchos días de ausencia de cualquier rastro de vida mayor al de una que otra ardilla o liebre roñosa cuya mala fortuna impedía que escapase de las certeras saetas de Elo Elo.
Ante dichas circunstancias, Elo Elo tomó cautelosamente posición de tiro, y se dispuso a atravesar de lado a lado al ciervo que representaba a sus ojos la salvación para aquella situación de aprietos. Ya podía imaginarse el buen uso que haría de aquella presan, cuando sus manos, adoloridas por el pesado trabajo con el hacha hasta hacía meros segundos atrás, resultaron incapaces de resistir la tensión del arco. La cuerda resbaló de sus dedos, flecha se deslizó con un silbido, y silbó sobre el pelaje del lomo del animal. Apresuradamente y con ansiedad, Elo Elo disparó una segunda flecha contra el ciervo despavorido, y antes de que lograse escapar de su vista pudo ensartar el proyectil en una de las patas traseras de la bestia.
El sustento era tan valioso como la lumbre, y Elo Elo se encontraba decidido a capturar a aquel ciervo y hacer con él toda una serie de estofados que pudiesen revitalizar a su padre y calmar el hambre de ambos durante una cantidad considerable de tiempo. Afortunadamente el animal dejó tras de sí un rastro de sangre, y Elo Elo se dispuso a seguirlo con diligencia, dejando atrás la leña recolectada. Lamentablemente, no obstante, el rastro pronto le condujo al norte del valle, al paraje salpicado de maleza enmarañada y sombras acechantes en las copas siniestras de aquellos árboles ahora grisáceos.
Elo Elo titubeó un par de segundos mientras un torbellino de pensamientos se arremolinaba en su mente. Cierto era que su padre necesitaba aquella leña para mantener el calor dentro de la cabaña en aquellas noches gélidas, pero mucho más necesario resultaba en aquel instante el sustento y la energía que un buen estofado de ciervo podían darle. Puede que las apuestas fuesen demasiado elevadas, pero quizás su padre podría esperar un poco. No obstante, estos pensamientos se enfrentaban a los temores concernientes al sombrío bosque frente que dentro de su mente aullaban con vesania.
Bien era sabido el hecho de que jamás había regresado quien se internaba entre aquellos árboles lúgubres... Pero jamás había conocido a nadie que pudiera confirmar aquella leyenda, y de haber sido cierto aquello, el camino que a sus pies se hallaba, libre de toda maleza y hojarasca, y que continuaba su recorrido dentro de las sombras de aquellos árboles resecos hasta internarse en un punto donde la vista se extraviaba, resultaba prueba fehaciente de que el lugar no se hallaba tan desolado como todos habían pensado. Aún cuando no se tratase de un bosque encantado mas sí de uno peligroso, aquel joven descendía de una estirpe que se había dedicado al arte de la caza durante generaciones enteras. "Pertenezco tanto o más al bosque que a otros sitios como la aldea", intentó convencerse Elo Elo.
Elo Elo se internó en el espeso boscaje tras el rastro del ciervo, y aliviado pudo observar cómo el interior de la fronda se hallaba inesperadamente bien iluminado, sin matiz alguno de sombras o nieblas que pudiesen obstaculizar su vista. Más aún, a medida que avanzaba, los árboles resecos y grisáceos desaparecían paulatinamente y eran reemplazados por otros de tronco vigoroso y hojas tiernas y verdilocuentes. Embelesado por la belleza de aquella sección del valle hasta ahora desconocida, Elo Elo olvidó rápidamente, como por arte de magia, el móvil que lo había empujado a internarse allí en primer lugar, y como encantado por un canturreo seráfico, dejó caer arco y flechas y se deslizó a lo largo del sendero mientras sus sentidos eran inundados por el verdor de aquel lugar embriagador.
Pronto Elo Elo alcanzó un claro al que alcanzaban los rayos del sol de manera esplendorosa, iluminando el pequeño espacio con una bendición dorada. En el centro de aquella pequeña pradera se erigía una construcción de piedra que aparentaba remontarse a una edad de la que ni siquiera el efímero rastro del recuerdo había logrado arraigarse en el mundo. Elo Elo se aproximó con lentitud a la estructura con la intención de explorar, embelesado por un sentimiento inexplicable, pero un leve quejido lo extrajo abruptamente de su estado de ensimismamiento. El pequeño gemido de dolor fue sucedido por otro, y otro más, y Elo Elo, tras unos segundos de indecisión y debatirse entre la urgencia de huir y la llamada de la curiosidad, aceleró su marcha hasta alcanzar dos grandes muros pétreos conectados por un arco
—¿Hay alguien ahí?—preguntó Elo Elo, aferrando su mellada hacha mientras lamentaba haber dejado atrás su arco.
—Solamente yo, ¿qué otra persona?... —respondió una vocecilla desde dentro de aquellas ruinas. Elo Elo no pudo hacer otra cosa que reaccionar con desconcierto y adentrarse con vacilación a través del arco. No demoró mucho para toparse con una joven arrodillada, de espaldas a una gran losa que posiblemente fuese antes parte de uno de los muros internos del recinto.
—¿Solamente... tú?— preguntó Elo Elo, aún absorto por la extraña situación.
—Así es—respondió la joven con desgana—. Sólo soy yo, como siempre. Así como tú sólo eres tú, como de costumbre.
—¿Solamente yo?— preguntó nuevamente Elo Elo completamente confundido—. ¿Nos conocemos?
—No realmente. Pero eres un viajero, un visitante como los incontables que te precedieron, y los incontables que te sucederán. Sólo eres uno más. Y como siempre, te he visto llegar y te veré partir. Sólo somos tú, y yo, repitiendo este escenario, nuevamente.
Elo Elo no salía de su asombro y perplejidad, y las palabras de aquella muchacha sólo conseguían extrañarlo aún más.
—¿Vives aquí? —fue todo cuanto pudo formular.
—Lo hago aunque no sea mi voluntad —respondió aquella joven con tedio.
—¿Alguien te tiene aquí... contra tu voluntad?— preguntó Elo Elo nuevamente tras intentar comprender infructuosamente aquellas palabras, sin evitar observar a su alrededor con inseguridad mientras asía con firmeza su hacha.
—Sólo el tiempo— respondió la muchacha como repitiendo un viejo discurso.
—Yo... no comprendo —confesó Elo Elo innecesariamente.
—Estoy atrapada aquí —expresó con obviedad aquella joven, intentando incorporarse para dejar entrever que su pierna derecha se encontraba atascada bajo una maciza columna de piedra. Elo Elo dio un sobresalto de sorpresa, y automáticamente se aproximó a toda prisa al sitio del accidente.
—¿Estás atascada? ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Te sientes bien? ¡Tenemos que sacarte! —las palabras se atropellaban una tras otra ante aquella situación tan inusitada, mientras el joven cazador tomaba uno de los bordes de la roca e intentaba levantarla con todas sus fuerzas, en vano.
—No te esfuerces —indicó la joven—, no eres el primero en intentarlo. Es completamente inútil. Yo misma he tratado de hacerlo durante años...
—¡¿Durante años?! —La información que galopaba en la mente de Elo Elo era demasiada como para ser procesada con sencillez, y las preguntas seguían apilándose— ¿A qué te refieres con años? ¿Cómo puedes hablar de tantos visitantes si nadie nunca atraviesa este bosque? ¿Cómo quedaste atrapada bajo estos escombros?
—Yo... entré a este sitio mientras jugaba a las escondidas— se limitó a contestar la joven, ignorando todas las otras molestas preguntas.
—¡¿A las escondidas?! —exclamó Elo Elo, dándose por vencido con el muro derruido y cayendo al pedregoso suelo. Resignándose a la imposibilidad de encontrar un ápice de lógica en toda aquella situación, se limitó a preguntar— ¿Con quién jugabas a las escondidas?
—Con las hojas de otoño —respondió la muchacha. Elo Elo la observó durante largo rato, sin intentar siquiera procesar aquel absurdo, y segundos más tarde se incorporó.
—Necesitamos buscar ayuda —expresó.
—¿Necesitamos? —preguntó la muchacha—. Yo no necesito nada. Y es inútil de todos modos.
—Apenas entiendo la mitad de las cosas que dices, pero ninguna es tan ilógica como negarte con tanta facilidad a salir de este lugar. Volveré con ayuda, y te sacaremos de aquí.
—Eso es imposible —contestó tajante la muchacha—, pero sí recomiendo que te marches y regreses al lugar del cual viniste. Cuanto más pronto vuelvas, menos serán los cambios con los que te toparás. Márchate, por tu propio bien y por la tranquilidad que has roto al aproximarte a mí.
No obstante, Elo Elo había comenzado ya a retirarse, y prestaba oídos sordos a los sinsentidos de aquella joven. Antes de desaparecer a través de aquel arco pétreo que hacía las veces de entrada, viró la cabeza y dijo— Mi nombre es Elo Elo. Hijo de un cazador. ¿Cuál es el tuyo?
—Yo me llamo... Tamana —contestó aquella chica tras hacer un pequeño esfuerzo por recordar.
—Muy bien. Volveré, Tamana.
—Si te empeñas en eso, supongo que nos volveremos a ver dentro de unas cuantas décadas —expresó Tamana de manera incomprensible.
Elo Elo regresó tras sus pasos a través de aquel mesmerizante bosque, y tomó el arco que había dejado caer poco tiempo atrás. No sin cierto temor al recordar una vez más y de manera abrupta las tétricas historias sobre ese lugar, se apresuró a alcanzar la salida, y pudo apreciar con alivio cómo ésta lo aguardaba con los brazos abiertos, abriendo paso a su bosque acostumbrado.
Sólo tras abandonar aquel lugar, el cazador se percató de lo vacías que se hallaban sus manos: ni leña, ni ciervo, ni ninguna otra cosa que pudiese resultar de alguna utilidad para el cuidado de su padre; el motivo inicial por el cual se había internado en la floresta. Aunado a eso, algo más alarmante capturó la atención del joven: no había rastros de las cicatrices dejadas por el paso del invierno desalmado. Al contrario, el otro segmento del bosque parecía tan rejuvenecido como el de aquel valle prohibido. Lleno de una extraña consternación, Elo Elo apresuró sus pasos en dirección a la cabaña de su padre. La idea de buscar ayuda para rescatar a aquella joven quimérica había sido opacada por completo, como el recuerdo de un antiguo sueño ahogado por la luz incipiente del amanecer.
Velozmente Elo Elo alcanzó la pequeña colina sobre la cual se elevaba la vieja cabaña. Sin saber el motivo, el joven cazador lograba percibir un aura extraña en su vieja vivienda. Se trataba de una ominosa corazonada que le oprimía el pecho. Incapaz de continuar formulando preguntas en su mente, Elo Elo se dirigió a la enmohecida puerta y la abrió de par en par. La madera crujió, y la sorpresa anudó su garganta hasta casi sofocarlo, al encontrar la estancia completamente abandonada.
Imbuido por la desesperación, Elo Elo comenzó a girar sobre sí mismo en aquel pequeño espacio, dando pasos llenos de inquietud de un lado a otro, como si pudiese encontrar a su padre en alguna de las cuatro esquinas, oculto entre el polvo y las telarañas que invadían cada centímetro. La cabaña no sólo se encontraba abandonada, sino que todos los objetos habían sido cubiertos por la suciedad y, enmohecidos ya, parecían tan parte de aquella vivienda como los maderos del techo y las paredes. Con un punzante sabor amargo en su boca, Elo Elo abandonó el recinto y se precipitó hacia el único otro sitio en donde podría hallarse su padre: la aldea.
Tras arduas horas de caminata aminoradas por la lacerante preocupación, Elo Elo alcanzó el pequeño conjunto de viviendas bañado en sudor. Sabía bien que el primer lugar en donde debía buscar era la peletería, lugar frecuentado por su padre durante los tiempos de salud para vender las pieles de las presas de caza.
Para sorpresa de Elo Elo, el viejo peletero no se encontraba bajo su acostumbrado toldo. En su lugar se levantaba una tienda de pieles cuyo dependiente se presentó alegremente, alegando no haber visto nunca antes al joven cazador por aquellos parajes.
—¿En dónde se encuentra... el antiguo dueño? —preguntó Elo Elo, encontrando como única explicación razonable la posibilidad de que el viejo peletero hubiese vendido su pequeño puesto de trabajo durante el período invernal. Hacía un par de meses que no se aventuraba a la aldea debido a la enfermedad de su padre y el duro frío de la estación, así que resultaba totalmente posible.
—Mi abuelo está muerto —fue la respuesta de aquel hombre.
—¡¿Muerto?! —exclamó Elo Elo. Incapaz de comprender, apenas lograba concebir la idea de que el viejo peletero tuviese un nieto de tanta edad.
—Ha muerto hace 20 años ya —explicó el tendero sin dar más detalle.
El mundo comenzó a girar y girar con Elo Elo como su eje, y su mente estuvo a punto de estallar en mil pedazos. Sentía náuseas y sus ojos se llenaron de lágrimas sin conocer el motivo. Sus piernas flaquearon y perdió el equilibrio, mas evitó caer apoyándose sobre el mango de su hacha.
—¿Te encuentras bien? —preguntó el peletero alarmado.
Sin querer adentrarse aún más en aquel mar de confusión, Elo Elo explicó los motivos básicos de su visita a la aldea e intentó hacer entender a aquel tendero la apremiante situación sobre la desaparición de su padre, dando descripción detallada de sus características físicas.
A pesar de las reiteradas negativas por parte del peletero al ser interrogado sobre su conocimiento de algún cazador que calzara bajo aquel retrato, y de las constantes alegaciones de su parte afirmando que la caza era en realidad una práctica muy común en aquellos parajes como para recordar con precisión absoluta las características de cada cazador que atravesaba el poblado (algo discrepante a lo que podía recordar Elo Elo), el joven insistió una y otra vez sin descanso. Finalmente, Elo Elo se decidió a contar con mucho mayor detenimiento cada pequeño fragmento de su efímera aventura en el extremo septentrional del bosque. Tras escuchar aquella relación sobre el ominoso valle de las leyendas, el peletero finalmente pareció percatarse de algo oculto en los más antiguos recovecos de su memoria. Un recuerdo que emergía del mar de sus pensamientos.
—Sígame —le pidió al joven cazador.
El sol amenazaba con caer cuando alcanzaron el viejo cementerio de la aldea. Pronto llegaron a un descuidado rincón en la cual podían apreciarse los rastros de una tumba. Sobre ella, una tabla descolorida con una inscripción grabada a trazos descuidados. Era el nombre de su padre, junto al suyo propio.
—Cuando era pequeño solía oír toda clase de historias sobre el viejo valle al norte, más allá del bosque —explicó el tendero mientras los oídos de Elo Elo zumbaban  y el corazón latía violentamente—. No obstante, estábamos conscientes que no eran más que historias de ancianos. Los pequeños de la aldea solíamos aproximarnos cuanto nos era posible al lindero de aquel lugar, y luego huíamos despavoridos de regreso a casa, incapaces de comprobar por nosotros mismos la falsedad o veracidad de aquellas leyendas. Hasta que llegó ese día. Yo personalmente soy incapaz de recordarlo con claridad, pero mi abuelo y mi padre se encargaban de mantener ese día en nuestra memoria con tanta frescura como si hubiese ocurrido el día de ayer.
La vista del joven cazador se nublaba mientras el peletero relataba aquella historia, y el mundo se tambaleaba a sus pies. El hombre continuó:
—Un viejo cazador descendió de las montañas clamando que su hijo había desaparecido tras internarse en el bosque. A pesar del mal estado de aquel hombre, la mirada de convicción impresa en su rostro y el ruego que retemblaba en cada una de sus palabras lograron convencer a un grupo de personas de organizar una partida de búsqueda tras aquel joven. Mi abuelo se encontraba entre ellos. No obstante, la expedición jamás llegó a partir; el viejo cazador murió tras pocos días de su llegada al poblado, hirviendo en fiebres que lo hacían delirar. La prolongación de la ausencia del joven extraviado sin una sola señal de que continuase con vida y el entierro del anciano desalentaron a los integrantes del grupo de búsqueda, y mientras la tierra cubría al desdichado cazador paleada tras paleada, el nombre de su hijo era grabado en la misma tabla desvencijada que haría las veces de lápida. Todos fueron asaltados por la convicción de que las historias habían resultado verdaderas después de todo; el bosque lo corroboraba engulléndose a uno de los nuestros... —Elo Elo había caído de rodillas ya sobre la tierra frente a la lápida, y espesas lágrimas corrían por sus mejillas—. El bosque te había tragado... Elo Elo —concluyó con un golpe seco
Una lucha sangrienta de pensamientos distorsionados se libraba en la mente del cazador. Todos los retazos encontraban su lugar en un esquema completamente irreal. Todo cobraba sentido ahora. Las historias ilusorias sobre el bosque escondido... Las décadas irreales en las palabras de Tamana...
Los hombres desaparecidos antaño quizás continuaban deambulando entre aquellos aromáticos árboles... bajo la luz tenue que bañaba las tiernas hojas de un mundo onírico… durante siglos enteros. Y de la misma manera en que el sol de oro bañaba las copas de aquel bosque de fantasía, todas las luces apuntaban a que un tanto similar sucedía en el caso contrario. El tiempo lo había dejado atrás mientras continuaba su marcha sin parar. Las explicaciones se apilaban dentro de los muros rotos de sus pensamientos hasta inundar su mente y sofocar su espíritu entero. Elo Elo apenas podía extraer un pensamiento claro:
Se había equivocado por completo. Su padre no podía esperar.
Con una grieta en el alma, Elo Elo se incorporó, sepultó su arco bajo la tierra dispersa de la tumba, y tomó el camino a la entrada de la aldea. El peletero, que lo había seguido silenciosamente y con aire de gravedad, se detuvo en el umbral y, antes de regresar a su tienda, preguntó:
—¿Hacia dónde te dirigirás ahora?
—Hay un sitio al que prometí regresar —Fue la respuesta.
—Hasta nunca —contestó el tendero, comprendiéndolo todo, mientras permitía que las palabras fuesen absorbidas por el amanecer.

La noche caía cuando Elo Elo alcanzó aquel valle nuevamente. Como si el sueño de una estrella en la soledad de la noche se materializase por arte de magia, a medida que se adentraba en el bosque, la oscuridad de su mente, y la de la noche, eran reemplazadas por una hermosa luz solar. Con lentitud y paso firme transitó el sendero aromático. Gotas de rocío embellecían cada hoja, como diamantes líquidos sobre lienzos de esmeralda. Recordaba muy bien el camino. Pronto alcanzó el claro dentro del bosque, y las ruinas dentro del claro. Sin necesidad siquiera de anunciar su presencia, Elo Elo exclamó.
—He vuelto. Pero no he sido capaz de traer ayuda conmigo.
—Te lo había advertido —respondió Tamana, como continuando una antigua conversación—. Era tarea imposible.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó Elo Elo mientras tomaba asiento sobre una de las losas con humilde naturalidad.
—Cincuenta años— contestó con desinterés Tamana.
—Lamento haberte hecho esperar... —expresó el joven, cabizbajo.
—Sabía que volverías —indicó Tamana tras una pequeña pausa—. ¿Qué piensas hacer ahora?
—Es imposible sacarte de este lugar... —reconoció Elo Elo, mientras avistaba un leve asentimiento por parte de Tamana como señal de respuesta—. Pero puedo hacerte algo de compañía.
—Haz lo que te plazca. No serías ni el primer visitante, ni el último —respondió ella con el desdén acostumbrado.
—La verdadera prisión... —murmuró Elo Elo, prestando oídos sordos a lo expresado por la chica, mientras recordaba a su padre—. Es la soledad. No soy sólo un visitante. He venido a liberarte. Te haré compañía para siempre.
Tamana no pudo más que observar absorta al joven cazador durante un hondo rato sin ser capaz de pronunciar ni uno solo de sus filosos comentarios. Finalmente, expresó:
— Tonterías. ¿Permanecerás en este lugar indefinidamente? ¿Sabes que a cada segundo transcurrido, el mundo exterior cambia a una mayor velocidad? ¿Sabes que tu hogar dejará de serlo y tus amigos desaparecerán? ¿No extrañarás tu vida? —preguntó con inquietud.
—Mi vida... no es un lugar, sino un instante —explicó el joven—. No tengo nada de qué preocuparme. Tampoco tengo nada qué extrañar... —los ojos de Tamana se abrían, intentando capturar algún detalle en los gestos serenos del cazador que pudiese dar siquiera la más mínima explicación a aquella conducta tan inesperada—. Pertenezco al bosque —agregó Elo Elo, sonriendo. Tras esto, viró su vista a la joven arrodillada, y con una mirada de ternura, culminó:

—Ahora, dime... ¿cómo se juega a las escondidas con las hojas de otoño?

- Elohim Flores.
06/17