La visión era
conocida.
Día tras día, un
sendero tan largo para abarcar un millar de pasos y tan ancho como para
sentirse el despojo de una litariega a la deriva, albergaba su inerte caminata.
El ambiente era
el mismo.
Ida, retorno, o
ambos en un recorrido carente de sentido, transcurrían en una eterna pista de
grises gravillas cercada con ocres hileras de moribundos y despeinados sauces.
Día tras día, el
tiempo transcurría y la brisa acarreaba inentendibles zumbidos, llevando las
burlas de recuerdos que, ensordecedores, se negaban a enmudecer en el rincón de
las memorias reprimidas.
Otro día, las pardas
hojas con adusto semblante y casi yermas de vida, chirriaban sus últimos
hálitos bajo sus pisadas como si se negasen al estigio rumbo, cubriendo la
senda con otoñales salpicaduras seneras.
Mas un día, descubrió
que las dimensiones de aquel sendero se ampliaron, y aquella inerte e
interminable caminata millarsobre grises gravas, desapareció. Había hecho un
trueque con Bruselas y agasajó para sí uno de sus coloridos tapices que,bañados
con risueña alba, reflejó en el rocío de los célibesbotones e hizo emerger los
aromas ausentes del ayer.
Un céfiro
renovado rehízo la partitura.
Ahora sólo
componía ecos esperanzados de un camino lleno de expectativas que conducían a
un destino, si bien incierto, ahogado en sueños despiertos.
Era el mismo
sendero, mas la visión se había expandido.
Las dimensiones
que anteriormente alcanzaban sus ojos, ciegos de anhelos, era lo que percibía
de una caminata larga y austera de desencantos, un caleidoscopio invernal
mimetizado por lóbregas elucubraciones.
La alborada
acarició su vista y ahuyentó las umbrías instigadoras, y desde ahí hasta más
allá de donde laaurora alcanzaba,encontró vestigios de familiaridad.
Sesgando el
manto resplandeciente, reconoció entonces que sus ojos podían transmitirle
otros enfoques del mismo lugar y, aunque con renuencia, percibió otros matices.
Sobre sí,
descubrió un mar de espumosas nubes moteadas de un cardumen de coloridas aves
que, levantando sus emplumadas velas, navegaron el océano superior.
A su alrededor, las
hojas cobraron vida en un abanico cromático que danzaban con el silbido del
viento, desplegando doseles aromáticos.
Y cuando, con
incredulidad pensó estar en un lugar bendecido por los deleites oníricos, unas
extensiones gentiles envolvieron sus dedos, conduciéndolos en una caminata cuyo
destino era alzar vuelo.
- Banneza Alejo.