El cuento “Suceso”, de Juan Chabás, relata la reconstrucción de la identidad de un hombre que ha perdido toda noción de sí mismo, y lo hace con tal maestría, que la paulatina restitución de su memoria conlleva al ensamblaje de toda una miríada de piezas narrativas que permite obtener no sólo una noción sobre la identidad del protagonista, sino también sobre la situación que lo condujo todo a desembocar en el “suceso” del que finalmente se habla en el cuento (un asesinato).
Mientras es indudable la calidad
narrativa del escrito de Chabás y la belleza literaria que expresa su
contenido, “Suceso” cumple también con comunicar un profundo mensaje
filosófico; la búsqueda de Luis, el protagonista, por su identidad, no es más
que la búsqueda por el otro, por el
“yo” exterior, por el ser-en-el-mundo:
la búsqueda por el dasein. Término
utilizado por hombres como Hegel y Jaspers pero definitivamente catapultado y
popularizado por Heidegger (a quien hace mención el autor al inicio del cuento,
dicho sea de paso), el dasein
(literalmente traducido como ser-ahí)
es un concepto que alude a la existencia del hombre fuera de sí, como ser
dinámico que se amalgama con el contexto en que lo sume su entorno y que participa
en él, influyendo en su status con sus acciones y siendo a su vez influenciado
de manera simultánea y recíproca, todo esto mientras es; todo esto mientras mantiene integridad de sí, y continúa
existiendo.
La búsqueda del dasein es, por lo tanto, la búsqueda del otro de Miguel de Unamuno; esa búsqueda por el ser diferente que
lleva todo hombre dentro de sí mismo, y que en algún momento escapa de los
barrotes del subconsciente para causar estragos en nombre de la fuente de la
cual surgió; ese otro que se reconoce en el rostro de alguien más sin dejar de
ser por ello el rostro propio; ese otro del “Difunto yo” de Garmendia, cuyas
acciones no representan en sí mismas estragos debido a una maldad explícita
sino por acarrear el deseo que busca ser reprimido. Y es en esa posición en la
que se encuentra Luis, en una carrera contra la muerte para dar consigo mismo
antes del momento postrero.
El debate presente en la narración va
incluso más allá de la contraposición entre el yo y el otro, entre el ser interior y el dasein, pues se extiende hasta alcanzar el tema de la soledad
humana; no la superflua, sino la indeleble, la que acompaña al hombre desde su
nacimiento hasta el fin. La soledad ineludible de convivir con el otro yo, la
de verse en obligación de coexistir con una doble identidad redundante,
representa el principal estigma de Luis. “Luis, otra vez tú y yo. […] ¿Y a esto
llaman hablar a solas? ¿A solas yo, acompañado inevitablemente de este yo
mismo?”, expresa el protagonista, en un dilema que lo empuja a la búsqueda de
sí mismo bajo plena consciencia de que el resultado no será otro que un
aislamiento final y total junto a su otro yo.
Ya que el dasein no es sólo el ser-en-el-mundo,
sino el ser-haciendo, en Luis brota
la inquietud de no alcanzar al final del túnel más que la inercia de la muerte
presentida; muerte literal en el caso de la narración, pero no por eso menos
alegórica tras analizarla. El ser-ahí
representa una existencia en perpetuo dinamismo, en constante interacción con
el mundo que lo envuelve. La inercia, el cese del intercambio y del movimiento,
son amenazas siempre acechantes, figuras ominosas que aguardan con sus fauces
abierta; y esto se ve reflejado dentro del relato a la perfección, cuando Luis
expresa “¡Oh, este juego de no ser nunca, de no acabar nunca haciendo!”, y es
allí cuando se plantea un conflicto más, pues seguidamente expresa: “¡Este huir
de mí!”.
El otro en ocasiones puede adquirir una figura monstruosa, pues se
muestra como un yo distinto. El otro
encarna todo lo que se podría llegar a ser, sin dejar de ser el mismo; el otro
representa la posibilidad de autotransgresión que reside en el interior de cada
uno. La búsqueda por el otro es la
búsqueda de la identidad, pero su encuentro podría suponer un reemplazo, un
intercambio del ser-por-dentro con el
ser-ahí. Es debido a ello que Luis
demuestra terror; terror de encontrar al otro,
y ser incapaz de negarlo por tratarse de sí mismo. “¿Qué terrible, si hubiera
despertado siendo otro! ¿Otro? ¿Quién? Hombre, Luis, ¿quién? ¡Tú! Sí, tú.”
expresa en soliloquio, presa del temor.
De este modo, se comienza siendo
uno, y en la ineludible búsqueda por el ser, se encuentra al otro, el cual se distancia con cada paso
dado en su dirección mientras imita los movimientos de su persecutor. Cuando
finalmente se le da alcance, el otro
responde con una mirada de invitación: la de volver a ser uno en amalgama
inseparable. Es entonces cuando el temor extiende sus garras y se hace presente
la amenaza de la incapacidad de volver a ser uno mismo; la amenaza de que el otro sea en realidad el verdadero, y que
el yo no se trate más que de un
impostor. Se comienza siendo uno, y se termina huyendo de sí mismo, bajo una
falsa esperanza de mantener intacta una esencia que desde el comienzo ya estaba
compuesta por dos mitades de una mismidad. Aún así, se emprende la empecinada
huida, eterna, como la de Luis: “Sí, yo era Luis; el huido. Y ahora, de nuevo,
huido. ¿De qué, de quién? ¿De mí mismo?”. Quizás la verdadera paz se encuentre en
realidad al aceptar al otro, como parte del yo que es, más enzarzarse en una
búsqueda vacua bajo el peso de la soledad acechante, sólo para toparse con un
reflejo que tiene poco más para dar que la totalidad restante del ser
incompleto que compone el yo de cada
uno.
- Elohim Flores.
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