Vivimos en un mundo en constante desarrollo, un planeta que no para de actualizarse y en el que la información se ha transformado en el engranaje que acciona el movimiento de su propio eje. En plena época del auge de la comunicación, la interacción y el intercambio, el mundo renueva su piel día tras día indeteniblemente y a una velocidad vertiginosa (por no decir preocupante). La tierra gira rauda y estrepitosamente mientras el combustible humano circula inagotablemente a través de sus arterias, y así como los hombres son análogos los glóbulos que transportan el oxígeno de la información, el plasma a través del cual se desplazan no es otro que el lenguaje.
Más allá del puñado de símbolos y reglas
más o menos organizados y universales que han sido desarrollados por el homo
sapiens a lo largo de su historia con la finalidad de comunicarse, el mundo
civilizado ha visto la concreción de una serie de idiomas determinados mediante
los cuales es realizada esta conexión, y de entre los miles existentes, no
sobrepasan la decena aquellos que portan una verdadera relevancia
internacional. El nuestro, uno de ellos, ha demostrado adquirir un valor sin
precedentes durante el último siglo, y frente al duro y competitivo panorama
lingüístico en el que se ve sumergido, los debates sobre su correcta
denominación se presentan como una hoja de doble filo, pues si bien éstos
ofrecen la posibilidad de confirmar y fortalecer su imagen internacional,
también amenazan con desestabilizar la hegemonía que lentamente ha construido
en tiempos modernos.
Dicho esto, es necesario formular una
pregunta predecible: ¿cuál es esta denominación que debe ser consolidada y cuya
debilitación ha de ser evitada a toda costa? La respuesta puede ser hallada con
suma facilidad; al observar la reducida lista de idiomas oficiales
seleccionados por la Organización de Naciones Unidas (selecto grupo de seis al
cual no han logrado ingresar ni aún idiomas con el calibre del italiano y el
portugués), podrá encontrarse entre sus filas de manera llamativa e incluso
orgullosa el español. Del mismo modo, éste es reconocido como el idioma de
todos los países de habla hispana por casi todas las lenguas foráneas (spanish,
espagnol, spanisch, spagnolo), tal y como lo aclara el propio Diccionario
prehispánico de dudas. De tal manera, es posible apreciar la fortaleza y
consolidación global que posee nuestro idioma como español y no como
castellano.
Si bien en sus orígenes nuestra lengua
se remonta a Castilla, la influencia del tiempo y la interacción con diversos
dialectos, así como su colisión con otros en verdaderos choques culturales, la
condujeron a una gran distancia de su punto de partida. Aseverar que en la
actualidad se habla con la lengua de Cervantes sería equivalente a asegurar que
el ilustre escritor se expresaba en el idioma de Cicerón, y daría lo mismo
llamar a nuestra lengua con el denominativo de castellano, romance, o latín
vulgar, de carecer relevancia el nivel de actualidad lingüística y predominar
la trascendencia de sus orígenes. Aferrarse al castellano como denominación es
equivalente a asirse a una obsolescencia que no sólo niega la evolución que
éste sufrió hasta su transformación en algo más (el español), sino que también
implica obstaculizar la globalización de nuestro idioma actual.
La expansión del español a lo largo y
ancho del globo (coronado como el segundo idioma con mayor número de hablantes
a escala mundial), conlleva una indudable expansión cultural, y ésta a su vez,
y de manera irremediable, va de la mano con un evidente crecimiento económico
sustentado en el arraigo de la cultura difundida. La cuantiosa emigración de
hablahispanos a los países angloparlantes ha conseguido que incluso naciones
como la de Estados Unidos vea un cuarto del total de su población inmersa en la
lengua española, y esta creciente hegemonía debe no toda, pero sí una
importante parte de su solidez a la indelebilidad de un único denominativo,
global, para sí misma.
En un mundo que no para de girar,
alimentado por la economía y el comercio sustentados en la expansión cultual,
en un mundo en el que el crecimiento de la tecnología es inversamente
proporcional a la disminución de la privacidad, en un mundo de comunicación,
conexión y actualización, la realidad se ve reducida a lo que el lenguaje haga
de ella, y no será otra que la lengua dominante la que se verá en la cúspide
del control global. En un mundo de depredaciones políticas, sociales e incluso
lingüísticas, un idioma se yergue lentamente sobre todos los demás. Un idioma
conocido y reconocido mundialmente como el español.
- Elohim Flores.
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