El frío del exterior se
infiltra en mi alma
Y la consume lentamente,
con precisión y en calma.
Posteriormente se dirige a
mi corazón, de fuerzas escaso
Y lo subyuga, lo domina
como el agua que rebosa de un vaso.
Se extiende a mis
extremidades, a mis brazos y piernas
Y su movilidad cercena con
firmeza eterna.
Luego sube a mi cabeza y
se apodera de mis ojos
Y desalmado los convierte
en exánimes despojos.
Mi cerebro se congela y mi
aliento se hace escarcha;
Al tiritar mi piel se
desmantela y el calor de mi cuerpo se marcha.
La circulación en mis
venas se detiene ante el gélido infierno,
Víctima del fúrico asalto
del despiadado invierno.
La fiera ventisca azota mi
carne, inclemente,
Abatiendo mis fuerzas con
su frialdad imponente.
Carcomiendo mis músculos,
mis uñas se agrietan
Y las glaciales hendiduras
del blanco manto mis pies sujetan.
Mientras un grito quiere
escapar mis dientes se quebrantan,
Pero la voz se apaga al
salir de mi garganta,
Y quiero llorar, pero mis
lágrimas son ahora carámbanos;
Hoy más que nunca nieva y
graniza en el tártaro.
Presa del frío que todo lo
devora
Una triste idea en mi
mente aflora:
Me postro y me resigno a
morir con orgullo,
Cuando de súbito mi piel
es bañada por un lumínico murmullo.
Con la vista ciega y el
colosal peso de la nieve en mis pestañas
Ofrezco resistencia al
entumecimiento que la muerte entraña,
Así que subo la helada mirada
hacia el firmamento
Dispuesto a descifrar
aquel misterio en mis últimos momentos;
Y mientras mi espíritu
desprenderse ansía y mi sangre se hace cristal...
Mi cuerpo se deshiela con
el cálido abrazo
De la aurora boreal.
- Elohim Flores.
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