Es muy bien
conocido el hecho de que Víctor Hugo fue un genio de las letras, uno de los
mayores escritores que jamás ha existido.
No obstante, pocas veces suele explorarse el terreno que se extiende más
allá de los meros nominalismos, y la idea de aventurarse a la raíz de la cual
surge la opinión popular resulta atemorizante. Al hacer un somero e
insignificante análisis sobre ciertos aspectos de su obra maestra, “Los
miserables”, puede comprenderse lo evidente que resulta la veracidad de las
afirmaciones sobre su portentoso talento.
Víctor Hugo no
sólo logró retratar a la perfección y en su entereza la realidad sociopolítica
de la Francia del siglo XIX, sino que representó en su obra todas y cada una de
las facetas que conformaban dicha microrealidad. Cada personaje de la novela
encarna la voz de un sector social distinto, y el modo en que interactúan entre
sí, además de su evolución personal y el destino ulterior alcanzado por ellos,
simboliza el desarrollo sufrido por tales sectores en la sociedad francesa de
la época.
Uno de los más
prominentes personajes en la obra es, a todas luces, Javert, némesis jurado de
Jean Valjean, agente inflexible de la ley que personifica indudablemente el
rostro del gobierno, un gobierno vástago del que fue instaurado tras la
Revolución Francesa. Ambos sientes un desprecio máximo por la transgresión y la
rebelión debido a que comparten orígenes similares: el uno, nacido en una
prisión, nido del crimen que más tarde se consagraría a perseguir, y el otro,
nacido no de otra cosa que de una revolución, y como persecutor de revoluciones
se coronaría posteriormente. Javert no sólo es la representación de la justicia ciega, sino también de una
justicia absoluta; una ley que transita un camino errado que por su
inflexibilidad fácilmente puede conducirla a la autodestrucción.
El gobierno al
que representa Javert ejerce su poder de manera tajante y no da espacio alguno
a la intervención de la conciencia, y pese a su aparente desconexión con toda
influencia sentimental, no se encuentra exento de la posibilidad de desarrollar
rencores y resentimientos, ni de demostrar saña y crueldad contra los
infractores de las reglas que conforman las losas del camino que desanda, y de
manera voluntaria lo transita sordo a todo cuanto a su alrededor acontece,
fuera del alcance de su juicio intransigente. Según palabras del propio Víctor
Hugo, en uno y otro, gobierno y Javert, el pensamiento reflexivo encarna una
anomalía dolorosa, pues conlleva de manera ineludible cierta rebelión interna.
No obstante, a
pesar de todo lo mencionado, ni Javert ni la sociedad francesa de la época (ni
siquiera su gobierno) carecían de alma, y poseían siempre frente a ellos la
oportunidad de redimirse por sus acciones erradas. Lamentablemente, una
transición paradigmática de tal calibre supone muchas veces un estremecimiento
imposible de sobrellevar, y tal como el orden social culmina colapsando y se
derrumba estrepitosamente durante la Rebelión de Junio, Javert, incapaz de
soportar las contradicciones internas, desaparece finalmente en el olvido de
las aguas del río Sena.
- Elohim Flores.
03/17
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