Ya
un albor trémulo y vago
Rasga
de Oriente la bruma,
Y
yo en el lecho aun me agito
Entre
sollozos y angustias;
El
sueño, celeste alivio
De
las almas sin ventura,
No
viene a cerrar mis ojos
Ni
a calmar mi pena aguda;
Y
me vuelvo y me revuelvo
Devorando
mi amargura,
Y
por las lágrimas mías
Ya
la almohada está húmeda…
Ay!
Quién pudiera este lecho
Convertir
en negra urna,
Y
esta sábana en sudario,
Y
esta almohada en piedra dura!
Y
esta estancia que el aroma
De
su aliento aun perfuma,
Convertir
por dicha mía
En
el hueco de una tumba!
Y
en ella por fin hundirme
En
esa calma profunda
Que
principia con la muerte
Para
acabar nunca… Nunca!...
Entonces,
ay! Ignorara
Esta
amarguísima angustia
Que
envenena mi existencia
Y
por doquier me circunda;
Entonces,
ay! No vertiera
Este
llanto que me abruma,
Ni
se anidara en mi pecho
La
serpiente de la duda;
Entonces
no libraría
Esta
batalla, esta lucha
Del
imponente deseo
Contra
el amor sin fortuna;
Ni
surgiera ante mi vista
La
realidad triste y muda
De
mis desdichas presentes,
De
mis pasadas venturas!...
Ay!
Quién pudiera este lecho
Convertir
en negra urna,
Y
esta sábana en sudario,
Y
esta almohada en piedra dura…
Y
su recuerdo en tranquilo
Rayo
de pálida luna
Que
por la noche alumbrase
La
soledad de mi tumba!
- Juan Antonio Pérez-Bonalde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario