martes, 19 de marzo de 2024

Contrastando la Ética Kantiana con la Ética Existencialista

 

La ética es una disciplina filosófica tan variada como la condición humana misma, debido a su capacidad siempre mutable y subjetiva de discernir y determinar lo correcto de lo incorrecto. Debido a su variabilidad entre diferentes individuos, las teorías desarrolladas en torno a la ética varían también en gran medida de acuerdo a distintos autores. Un reconocido par de estos autores: Kant, con sus imperativos categóricos, y Sartre, con su existencialismo, oponen dos estructuras éticas divergentes entre sus estudios filosóficos.

El trabajo de Kant siempre se caracterizó por su rigidez, y su visión sobre la ética no escapó de este manto. Peter Rickman explica de forma sencilla el que, de acuerdo a la convención popular, resulta el imperativo categórico fundamental de la teoría de Immanuel Kant. Este imperativo indica que “no deberíamos suscribirnos a ningún principio de acción (o ‘máxima’) a menos que podamos convertirla en ley universal” (N.p.). Por lo tanto, toda acción considerada como mala debe ser evitada incluso cuando pudiese ser realizada con buenas intenciones, siempre bajo la presunción de que con esto se justificaría el que cada uno de los seres humanos en el mundo pudiesen tener, como consecuencia lógica inmediata, el mismo derecho a realizar una acción similar, independientemente de sus motivaciones.

Al mismo tiempo, Kant también indica que es necesario ver a los demás como fines y no como medios, y que cada acto de bondad debe apuntar únicamente al beneficio del otro en aras del bien y de la bondad en y por sí mismos. Dicho de otro modo, cada acción presuntamente altruista realizada con la intención de ayudar a otro ser humano, debería enfocarse únicamente en la consecución de un resultado que acabe siendo enteramente positivo para la persona hacia la cual fue dirigida dicha acción, sin ostentar ni camuflar intenciones de perseguir y concretar alguna clase de objetivo personal, puesto que en este caso se concebiría al supuesto beneficiado como una herramienta para llegar de manera sinuosa a una meta personal, lo cual desmeritaría las conjeturables buenas intenciones y el altruismo del acto en sí mismo, mancillándolo de manera inmediata.

Kant consideraba que las leyes morales debían ser tan absolutas como las leyes físicas. Por lo tanto, indistintamente de las condiciones, una buena o mala acción es intrínsecamente buena o mala bajo cualquier perspectiva desde la cual pueda ser observada, de manera invariable. Esta visión inflexible, que bordea en el maniqueísmo, debe ser considerada como una regla absoluta en cada escenario concebible.

Frente a esta visión kantiana, el existencialismo se alza con Sartre a la cabeza. De acuerdo al existencialismo, el ser humano está encadenado a su propia libertad, condenado a tomar o evitar decisiones constantemente, y a lidiar con las consecuencias de las mismas. La angustia causada por la plétora de responsabilidades que devienen de las ilimitadas posibilidades empuja a los seres humanos a evadir la libertad a través de su negación, y a asumir que sus acciones no son conducidas por el libre albedrío sino por una serie de preceptos morales que indican el camino en lugar de ellos con su propia volición.

La única solución que propone el existencialismo es formular toda una serie de nuevos valores y principios personales, que permitan actuar con total libertad, sin ninguna clase de falsas restricciones. Aunque la idea de una sociedad llena de individuos con principios morales personales pudiera ser aterradora, es imposible que este factor pueda conducir a una anarquía amenazante, explica Sartre, ya que la libertad de un individuo no puede amenazar la libertad de otro. Crowe explica esto, explicando que “ya que el valor de la libertad es evidente por sí mismo… sería inconsistente de nuestra parte actuar de maneras que socaven el valor moral de la libertad” (N.p.). De este modo, el valor de la libertad en sí mismo es tan apreciado, que sería imposible que fuese debilitada y/o desintegrada por el egoísmo y la ambición personal.

Las diferencias entre ambos marcos éticos se evidencian mediante el análisis de una serie de dilemas éticos. El primer dilema es el clásico caso de Robin Hood. Un hombre que roba para distribuir las riquezas entre los pobres tendría que ser inmediatamente encarcelado de acuerdo a la ética kantiana ya que sus motivos importan poco frente al acto en cuestión, puesto que permitir que un hombre robe sería equivalente a aceptar y consentir el acto del hurto por parte de cualquier individuo en cualquier momento y lugar, independientemente de sus intenciones. Incluso estrechando los márgenes contextuales de la situación, sería imposible aseverar que la permisión del hurto únicamente en personas acaudaladas pudiera representar a la larga un acto positivo desde un punto de vista holístico, o, inversamente, no devenir en consecuencias netamente negativas para la sociedad.

Por el contrario, el existencialismo aprobaría las acciones de Robin Hood como señal de verdadera libertad, en donde una ética personal permite la implementación de una serie de preceptos morales individuales que se oponen a los impuestos por la ley social, y en donde, de acuerdo a los existencialistas, la libertad de los involucrados permanece incólume en cualquier instancia (aunque esto es notoriamente cuestionable, puesto que existe un grupo de personas perjudicadas materialmente por los actos de Robin Hood, independientemente de los trasfondos económicos de cada cual).

El segundo dilema se ve encarnado por la famosa situación hipotética en la cual un asesino persigue a una víctima que se oculta, y se cruza con un testigo al cual le pregunta sobre la localización de dicha víctima. De acuerdo a la ética kantiana, mentir es un acto de maldad, independientemente de las consecuencias negativas que puedan resultar por expresar la verdad en un caso extremo como el descrito. Por su parte, el existencialismo aprueba por completo la violación de un principio que la sociedad podría considerar a priori moral, si esto salvaguarda la integridad de otra persona de acuerdo a las convicciones de quien toma la decisión de transgredir dicha normativa moral.

Mientras que la ética kantiana espera un comportamiento cuasi robótico, virtualmente imposible para un ser humano, el existencialismo reconoce el valor humano dentro de la ética, y admite que es el hombre quien debería manufacturar sus propios principios morales porque las condiciones contextuales pueden ser, de hecho, ilimitadas. El problema con el existencialismo surge cuando se presenta el hecho de que la realidad no se encuentra ni de cerca compuesta por situaciones extremas como la descrita por el dilema del asesino, y la subjetividad conducirá fácilmente a cada individuo a justificar sus propias transgresiones a la moralidad social y a establecer sus propios valores éticos de acuerdo a la conveniencia personal de sus necesidades, aún cuando esto pueda conducirlo a una contradicción interna constantemente mutable y dependiente a las distintas situaciones en las que se pueda ver involucrado en diferentes momentos de su vida.

El último dilema es famoso porque fue propuesto por el propio Sartre mientras defendía las posiciones existencialistas. De acuerdo a este dilema, durante la Segunda Guerra Mundial un joven hombre se debate entre servir a su país o quedarse con su madre anciana. Kant indicaría inmediatamente que la decisión correcta es cuidar de la mujer de edad avanzada. En cuanto a sus pensamientos con respecto a la visión kantiana dentro de esta situación, el mismo Sartre expresa su opinión, indicando que “La moralidad kantiana dice: nunca trates a los otros como medios, sino como fines. Muy bien; si vivo junto a mi madre, la trataré como un fin, y no como un medio, pero este hecho me pone en peligro de tratar como medios [a los soldados que fueron a la guerra]” (p. 8). En conclusión, el joven estaría utilizando a sus compañeros para recibir la protección necesaria para el cuidado de su madre mientras él se dedica a ella en lugar de acompañarlos al campo de batalla, aunque esto conduzca a la muerte de los mismos. Por lo tanto, desde una perspectiva kantiana, no habría acto benevolente posible en esta situación; sólo la posibilidad (existencialista, por lo demás) de actuar con la determinación necesaria para encarar las consecuencias de la elección, sea ésta cual sea.

En este caso, no obstante, Sartre peca de reduccionista, puesto que el acto de bondad en cuestión es dirigido directamente a la hipotética madre, de manera aislada, sin necesidad de involucrar a terceros, y no se especifica ninguna clase de acto falsamente altruista enfocado a la manipulación de unos supuestos soldados que irían a la guerra a perder sus vidas específicamente por el hombre que se queda atrás cuidando a la anciana. Si se emplease esta regla de tres (que raya en una reducción al absurdo) para confeccionar cualquier otro dilema, podría ser posible incluso aseverar que el acto de comer alimentos o de beber agua son malignos y cuestionables desde un punto de vista kantiano por el mero hecho de que implican el consumo de recursos indispensables para otras personas que está muriendo de deshidratación o inanición, lo cual sería, claro está, irrisorio.

Además, para que este ejemplo pudiese ser completamente acertado, se requeriría de la certeza absoluta de que los soldados perderán la vida en la guerra (o cuando menos verán su salud comprometida en ella), de que la pérdida de sus vidas es imprescindible para la protección de la madre anciana y/o resultado directo de la ausencia específica del hijo de la anciana en las líneas del combate, y de que la presencia del hijo de la mujer en el campo de batalla representaría una diferencia decisiva que alteraría el curso de la guerra, o cuando menos permitiría la preservación de las vidas de sus compañeros, transformándose en requisito indispensable para ello. Sólo entonces todos estos factores, uno tras el otro, conducirían efectivamente a una presunta instrumentalización de los soldados sacrificados en guerra por parte del joven al tomar la decisión de permanecer junto a su madre en lugar de acompañarlos.

Por otra parte, resulta evidente el hecho de que el filósofo francés también está proyectando su conocido complejo por no haber podido participar frontalmente en la guerra (su miopía lo confinó a mediciones meteorológicas en un batallón auxiliar de la retaguardia cuando los aliados entraron a Berlín) y por tampoco haber tomado partido desde un punto de vista político y filosófico frente al nazismo, de lo cual se arrepentiría en sus manuscritos conocidos como “Carnets de la drôle de guerre”. Sartre creía genuinamente que podía generar un impacto significativo en el curso y la conclusión de la guerra, y esto sin lugar a dudas lo condujo a insuflar de una importancia desmedida las consecuencias éticas y morales de no participar en la refriega, ya fuese de manera física o intelectual.

Al final de cuentas, la filosofía de Kant es, de manera innegable, radicalmente estricta, ya que excluye todos los factores casuales y contextuales que inexorablemente condicionan la postura ética de un acto. Por oposición, la visión existencialista de Sartre comprende que los actos se encuentran rodeados por toda clase de situaciones y elementos que condicionan su desenvolvimiento; a causa de ello, él motiva a actuar y tomar responsabilidad de las consecuencias con determinación, construyendo en el camino un sistema ético personal. Tomando esto en cuenta, podría asumirse que la visión de Sartre es la que más se acerca a encajar dentro de la realidad humana, gracias a su maleabilidad acorde al contexto y a las condiciones específicas que rodean cada situación ética en particular. El ser humano es multifacético, y dentro de la sociedad y sus regulaciones, sólo las acciones auténticamente individuales pueden conducir a una ética auto consciente.

Pese a esto, la ética existencialista dista mucho de encarnar el sistema ético perfecto para la humanidad. Si bien implementar la lógica de los imperativos categóricos kantianos exigiría en la humanidad un nivel de rigidez irónicamente inhumana, y alcanzar dicho estrato podría resultar quizás imposible al tomar en cuenta la configuración psicológica común en el hombre y la mujer, asumir del mismo modo la posibilidad de que cada individuo pueda concebir un código ético y todo un sistema de principios morales a nivel personal que trasciendan los cánones sociales, y que cada individuo realizará este proceso mientras demuestra un nivel de conciencia lo suficientemente elevado como para evitar obstruir y atentar contra la libertad de los demás miembros de dicha sociedad (quienes se encontrarían realizando este mismo proceso exacto de manera simultánea), requeriría una copiosa cantidad de fe en la raza humana, y podría llegar a resultar no sólo ingenuo, sino también peligroso.

 

REFERENCIAS

 

Crowe, Jonathan. “Is an Existentialist Ethics Possible?” Philosophy Now 2004. https://philosophynow.org/issues/47/Is_an_Existentialist_Ethics_Possible. Accessed 2 July 2019.

González, Enric. “Un Texto Inédito Revela el Complejo de Sartre por ‘No Haber Movido un Dedo’ ante el Nazismo” El País 1995. https://elpais.com/diario/1995/02/04/cultura/791852401_850215.html Consultado el 19 de Marzo de 2024.

Rickman, Peter “Having Trouble with Kant?” Philosophy Now 2011. https://philosophynow.org/issues/86/Having_Trouble_With_Kant. Consultado el 2 de Julio de 2019.

Sartre, Jean-Paul. Existentialism Is A Humanism. 1946, p. 8, http://bibliotecaparalapersona-epimeleia.com/greenstone/collect/libros1/index/assoc/HASH0113.dir/doc.pdf. Consultado el 2 de Julio de 2019.


- Elohim Flores.

07/19

Editado: 03/24

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