La ética es una disciplina filosófica tan variada como
la condición humana misma, debido a su capacidad siempre mutable y subjetiva de
discernir y determinar lo correcto de lo incorrecto. Debido a su variabilidad
entre diferentes individuos, las teorías desarrolladas en torno a la ética
varían también en gran medida de acuerdo a distintos autores. Un reconocido par
de estos autores: Kant, con sus imperativos categóricos, y Sartre, con su
existencialismo, oponen dos estructuras éticas divergentes entre sus estudios
filosóficos.
El trabajo de Kant siempre se caracterizó por su
rigidez, y su visión sobre la ética no escapó de este manto. Peter Rickman
explica de forma sencilla el que, de acuerdo a la convención popular, resulta
el imperativo categórico fundamental de la teoría de Immanuel Kant. Este
imperativo indica que “no deberíamos suscribirnos a ningún principio de acción
(o ‘máxima’) a menos que podamos convertirla en ley universal” (N.p.). Por lo
tanto, toda acción considerada como mala debe ser evitada incluso cuando
pudiese ser realizada con buenas intenciones, siempre bajo la presunción de que
con esto se justificaría el que cada uno de los seres humanos en el mundo pudiesen
tener, como consecuencia lógica inmediata, el mismo derecho a realizar una
acción similar, independientemente de sus motivaciones.
Al mismo tiempo, Kant también indica que es necesario
ver a los demás como fines y no como medios, y que cada acto de bondad debe
apuntar únicamente al beneficio del otro en aras del bien y de la bondad en y
por sí mismos. Dicho de otro modo, cada acción presuntamente altruista
realizada con la intención de ayudar a otro ser humano, debería enfocarse
únicamente en la consecución de un resultado que acabe siendo enteramente
positivo para la persona hacia la cual fue dirigida dicha acción, sin ostentar
ni camuflar intenciones de perseguir y concretar alguna clase de objetivo
personal, puesto que en este caso se concebiría al supuesto beneficiado como
una herramienta para llegar de manera sinuosa a una meta personal, lo cual
desmeritaría las conjeturables buenas intenciones y el altruismo del acto en sí
mismo, mancillándolo de manera inmediata.
Kant consideraba que las leyes morales debían ser tan
absolutas como las leyes físicas. Por lo tanto, indistintamente de las
condiciones, una buena o mala acción es intrínsecamente buena o mala bajo
cualquier perspectiva desde la cual pueda ser observada, de manera invariable.
Esta visión inflexible, que bordea en el maniqueísmo, debe ser considerada como
una regla absoluta en cada escenario concebible.
Frente a esta visión kantiana, el existencialismo se
alza con Sartre a la cabeza. De acuerdo al existencialismo, el ser humano está
encadenado a su propia libertad, condenado a tomar o evitar decisiones
constantemente, y a lidiar con las consecuencias de las mismas. La angustia
causada por la plétora de responsabilidades que devienen de las ilimitadas
posibilidades empuja a los seres humanos a evadir la libertad a través de su
negación, y a asumir que sus acciones no son conducidas por el libre albedrío
sino por una serie de preceptos morales que indican el camino en lugar de ellos
con su propia volición.
La única solución que propone el existencialismo es
formular toda una serie de nuevos valores y principios personales, que permitan
actuar con total libertad, sin ninguna clase de falsas restricciones. Aunque la
idea de una sociedad llena de individuos con principios morales personales
pudiera ser aterradora, es imposible que este factor pueda conducir a una
anarquía amenazante, explica Sartre, ya que la libertad de un individuo no
puede amenazar la libertad de otro. Crowe explica esto, explicando que “ya que
el valor de la libertad es evidente por sí mismo… sería inconsistente de
nuestra parte actuar de maneras que socaven el valor moral de la libertad”
(N.p.). De este modo, el valor de la libertad en sí mismo es tan apreciado, que
sería imposible que fuese debilitada y/o desintegrada por el egoísmo y la
ambición personal.
Las diferencias entre ambos marcos éticos se
evidencian mediante el análisis de una serie de dilemas éticos. El primer
dilema es el clásico caso de Robin Hood. Un hombre que roba para distribuir las
riquezas entre los pobres tendría que ser inmediatamente encarcelado de acuerdo
a la ética kantiana ya que sus motivos importan poco frente al acto en cuestión,
puesto que permitir que un hombre robe sería equivalente a aceptar y consentir el
acto del hurto por parte de cualquier individuo en cualquier momento y lugar,
independientemente de sus intenciones. Incluso estrechando los márgenes
contextuales de la situación, sería imposible aseverar que la permisión del
hurto únicamente en personas acaudaladas pudiera representar a la larga un acto
positivo desde un punto de vista holístico, o, inversamente, no devenir en
consecuencias netamente negativas para la sociedad.
Por el contrario, el existencialismo aprobaría las
acciones de Robin Hood como señal de verdadera libertad, en donde una ética
personal permite la implementación de una serie de preceptos morales
individuales que se oponen a los impuestos por la ley social, y en donde, de
acuerdo a los existencialistas, la libertad de los involucrados permanece
incólume en cualquier instancia (aunque esto es notoriamente cuestionable,
puesto que existe un grupo de personas perjudicadas materialmente por los actos
de Robin Hood, independientemente de los trasfondos económicos de cada cual).
El segundo dilema se ve encarnado por la famosa
situación hipotética en la cual un asesino persigue a una víctima que se
oculta, y se cruza con un testigo al cual le pregunta sobre la localización de
dicha víctima. De acuerdo a la ética kantiana, mentir es un acto de maldad,
independientemente de las consecuencias negativas que puedan resultar por expresar
la verdad en un caso extremo como el descrito. Por su parte, el existencialismo
aprueba por completo la violación de un principio que la sociedad podría
considerar a priori moral, si esto salvaguarda la integridad de otra persona de
acuerdo a las convicciones de quien toma la decisión de transgredir dicha
normativa moral.
Mientras que la ética kantiana espera un
comportamiento cuasi robótico, virtualmente imposible para un ser humano, el
existencialismo reconoce el valor humano dentro de la ética, y admite que es el
hombre quien debería manufacturar sus propios principios morales porque las
condiciones contextuales pueden ser, de hecho, ilimitadas. El problema con el
existencialismo surge cuando se presenta el hecho de que la realidad no se encuentra
ni de cerca compuesta por situaciones extremas como la descrita por el dilema
del asesino, y la subjetividad conducirá fácilmente a cada individuo a
justificar sus propias transgresiones a la moralidad social y a establecer sus
propios valores éticos de acuerdo a la conveniencia personal de sus
necesidades, aún cuando esto pueda conducirlo a una contradicción interna
constantemente mutable y dependiente a las distintas situaciones en las que se
pueda ver involucrado en diferentes momentos de su vida.
El último dilema es famoso porque fue propuesto por el
propio Sartre mientras defendía las posiciones existencialistas. De acuerdo a
este dilema, durante la Segunda Guerra Mundial un joven hombre se debate entre
servir a su país o quedarse con su madre anciana. Kant indicaría inmediatamente
que la decisión correcta es cuidar de la mujer de edad avanzada. En cuanto a
sus pensamientos con respecto a la visión kantiana dentro de esta situación, el
mismo Sartre expresa su opinión, indicando que “La moralidad kantiana dice:
nunca trates a los otros como medios, sino como fines. Muy bien; si vivo junto
a mi madre, la trataré como un fin, y no como un medio, pero este hecho me pone
en peligro de tratar como medios [a los soldados que fueron a la guerra]” (p.
8). En conclusión, el joven estaría utilizando a sus compañeros para recibir la
protección necesaria para el cuidado de su madre mientras él se dedica a ella
en lugar de acompañarlos al campo de batalla, aunque esto conduzca a la muerte
de los mismos. Por lo tanto, desde una perspectiva kantiana, no habría acto
benevolente posible en esta situación; sólo la posibilidad (existencialista,
por lo demás) de actuar con la determinación necesaria para encarar las
consecuencias de la elección, sea ésta cual sea.
En este caso, no obstante, Sartre peca de
reduccionista, puesto que el acto de bondad en cuestión es dirigido
directamente a la hipotética madre, de manera aislada, sin necesidad de
involucrar a terceros, y no se especifica ninguna clase de acto falsamente
altruista enfocado a la manipulación de unos supuestos soldados que irían a la
guerra a perder sus vidas específicamente por el hombre que se queda atrás
cuidando a la anciana. Si se emplease esta regla de tres (que raya en una
reducción al absurdo) para confeccionar cualquier otro dilema, podría ser
posible incluso aseverar que el acto de comer alimentos o de beber agua son
malignos y cuestionables desde un punto de vista kantiano por el mero hecho de
que implican el consumo de recursos indispensables para otras personas que está
muriendo de deshidratación o inanición, lo cual sería, claro está, irrisorio.
Además, para que este ejemplo pudiese ser
completamente acertado, se requeriría de la certeza absoluta de que los
soldados perderán la vida en la guerra (o cuando menos verán su salud
comprometida en ella), de que la pérdida de sus vidas es imprescindible para la
protección de la madre anciana y/o resultado directo de la ausencia específica
del hijo de la anciana en las líneas del combate, y de que la presencia del
hijo de la mujer en el campo de batalla representaría una diferencia decisiva
que alteraría el curso de la guerra, o cuando menos permitiría la preservación
de las vidas de sus compañeros, transformándose en requisito indispensable para
ello. Sólo entonces todos estos factores, uno tras el otro, conducirían
efectivamente a una presunta instrumentalización de los soldados sacrificados
en guerra por parte del joven al tomar la decisión de permanecer junto a su
madre en lugar de acompañarlos.
Por otra parte, resulta evidente el hecho de que el
filósofo francés también está proyectando su conocido complejo por no haber
podido participar frontalmente en la guerra (su miopía lo confinó a mediciones
meteorológicas en un batallón auxiliar de la retaguardia cuando los aliados
entraron a Berlín) y por tampoco haber tomado partido desde un punto de vista
político y filosófico frente al nazismo, de lo cual se arrepentiría en sus
manuscritos conocidos como “Carnets de la drôle de guerre”. Sartre creía genuinamente
que podía generar un impacto significativo en el curso y la conclusión de la
guerra, y esto sin lugar a dudas lo condujo a insuflar de una importancia
desmedida las consecuencias éticas y morales de no participar en la refriega,
ya fuese de manera física o intelectual.
Al final de cuentas, la filosofía de Kant es, de
manera innegable, radicalmente estricta, ya que excluye todos los factores
casuales y contextuales que inexorablemente condicionan la postura ética de un
acto. Por oposición, la visión existencialista de Sartre comprende que los actos
se encuentran rodeados por toda clase de situaciones y elementos que
condicionan su desenvolvimiento; a causa de ello, él motiva a actuar y tomar
responsabilidad de las consecuencias con determinación, construyendo en el
camino un sistema ético personal. Tomando esto en cuenta, podría asumirse que
la visión de Sartre es la que más se acerca a encajar dentro de la realidad
humana, gracias a su maleabilidad acorde al contexto y a las condiciones
específicas que rodean cada situación ética en particular. El ser humano es
multifacético, y dentro de la sociedad y sus regulaciones, sólo las acciones
auténticamente individuales pueden conducir a una ética auto consciente.
Pese a esto, la ética existencialista dista mucho de
encarnar el sistema ético perfecto para la humanidad. Si bien implementar la
lógica de los imperativos categóricos kantianos exigiría en la humanidad un
nivel de rigidez irónicamente inhumana, y alcanzar dicho estrato podría
resultar quizás imposible al tomar en cuenta la configuración psicológica común
en el hombre y la mujer, asumir del mismo modo la posibilidad de que cada
individuo pueda concebir un código ético y todo un sistema de principios
morales a nivel personal que trasciendan los cánones sociales, y que cada
individuo realizará este proceso mientras demuestra un nivel de conciencia lo
suficientemente elevado como para evitar obstruir y atentar contra la libertad
de los demás miembros de dicha sociedad (quienes se encontrarían realizando
este mismo proceso exacto de manera simultánea), requeriría una copiosa
cantidad de fe en la raza humana, y podría llegar a resultar no sólo ingenuo,
sino también peligroso.
REFERENCIAS
Crowe, Jonathan. “Is an
Existentialist Ethics Possible?” Philosophy
Now 2004. https://philosophynow.org/issues/47/Is_an_Existentialist_Ethics_Possible.
Accessed 2 July 2019.
González, Enric. “Un Texto Inédito Revela el Complejo de
Sartre por ‘No Haber Movido un Dedo’ ante el Nazismo” El País 1995. https://elpais.com/diario/1995/02/04/cultura/791852401_850215.html
Consultado el 19 de Marzo de 2024.
Rickman, Peter “Having
Trouble with Kant?” Philosophy Now 2011. https://philosophynow.org/issues/86/Having_Trouble_With_Kant.
Consultado el 2 de Julio de 2019.
Sartre, Jean-Paul. Existentialism Is A Humanism. 1946,
p. 8, http://bibliotecaparalapersona-epimeleia.com/greenstone/collect/libros1/index/assoc/HASH0113.dir/doc.pdf.
Consultado el 2 de
Julio de 2019.
- Elohim Flores.
07/19
Editado: 03/24
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