El ser humano, ese extraño actor en el escenario de
la realidad, gota colorida de origen desconocido y futuro incierto sobre el telar de la vida, única criatura capaz de discernir su propia existencia de la
de los demás entes que la rodean, particular especie consciente de sí misma y
de sus propias acciones. El ser humano, solitario cosmonauta que se desplaza a
velocidades vertiginosas sobre este fragmento de roca llamado Tierra, en busca
de respuestas que quizás jamás encontrará. El ser humano, dueño de la razón
pero esclavo del razonamiento, se ha dedicado a tejer a lo largo de su historia
prácticamente en su totalidad un lienzo que recubre y opaca el tapiz de una
realidad que pasa a ser “externa” a la urdida, transformando su entorno en una realidad social cuyas leyes y
axiomas es capaz de predecir y explicar a la perfección, recreando sus propias
interrogantes para evitar enzarzarse en combate contra las paradojas
metafísicas del “mundo real”. Lamentablemente, y a pesar de sus elogiables
esfuerzos por escapar de las aporías de la naturaleza, existe un enigma al que
se haya ineludiblemente atado: el de su propia condición de ser humano. ¿Qué
somos? Este par de palabras se basta por sí solo para hundir en un mar de
entresijos existenciales el arca que nos cobija como especie.
La respuesta a la gran pregunta que ha asaltado nuestros más profundos pensamientos desde el origen de nuestra existencia, ¿qué es el ser humano?, se halla quizás demasiado alejada del alcance del simple entendimiento producto de la meditación y la mera reflexión (aislada de cualquier otra acción). Si estos, los únicos recursos que poseemos, capaces de diferenciarnos de todos los otros seres vivos conocidos, se hacen insuficientes para ayudar a vadear este océano de arenas movedizas, entonces, ¿cómo puede comprenderse, y más aún, asimilarse realmente un concepto de tal magnitud? Bien es sabido que no sólo teorizando puede llegar a conocerse un objeto de estudio; es imprescindible la práctica, la experimentación con el mismo para poder aprehender realmente su esencia. Pero… ¿es posible poner en práctica el “ser” un hombre; el “ser” humano? ¿Existe acción que encarne en sí misma una realización del Ser, más allá del mero hecho de existir maquinalmente?
En primer lugar, es necesario considerar que el ser
humano es esencialmente social, y esto implica una interacción constante con
sus semejantes. Esta interrelación personal adquiere un papel imprescindible en
su conformación como especie, pues un individuo aislado es incapaz de trascender
al paso del tiempo y se haya condenado a perecer, tapiado
por la carrera evolutiva. Además, apremia comprender que el hombre no se
encuentra cercado, lejos de la influencia de su entorno, sino que es siempre
susceptible a los influjos del mundo que lo circunda. De este modo, no sólo existe
el ser humano como el dasein (el "ser-ahí") de
Heidegger, es decir, como un ser arrojado en el mundo, actor y hacedor que
experimenta y experiencia a su vez, sino que el ser humano existe como dasein rodeado al mismo tiempo de
infinitud de individuos que de igual modo se encuentran arrojados en un mundo
que interactúa con ellos de manera completamente idéntica y recíproca. No
resultaría en lo absoluto descabellado afirmar que el hombre es el “ser-ahí”
envuelto por multiplicidad de “seres-ahí”. Así, pues, las acciones humanas que
pueda emitir un individuo no sólo influencian a meros elementos externos
deshumanizados, sino que repercuten directa a inclusive indirectamente en otros
individuos, receptáculos y a su vez emisores de acciones propias que influirán
en otros más. Es en este momento, en donde se acepta la existencia del Otro,
que el ser humano comienza a adquirir noción de su calidad precisamente de ser
humano, existente y hacedor, así como también parte de un todo mayor de Otros
con sus mismas características, y de su condición de Otro por sí mismos. Pero
¿es esto suficiente para comprender del todo el significado de "ser humano"? La
respuesta es no.
No sólo basta con que el hombre actúe en el mundo,
sino que también se requiere que reflexione sobre sus acciones previo a la
emisión de las mismas, demostrando consciencia de sí mismo como parte de un
todo social; y en efecto, esto hace, de manera automática y espontánea,
considerando, entre la amplia gama de posibilidades que ante él se presenta,
cuál de todas encarna un mayor grado de positividad o negatividad dentro de su
futuro radio de repercusión en la exterioridad que lo rodea. De tal manera, el
hombre ejecuta una abstracción de su entorno, interpreta los sucesos que se
despliegan frente a él, procesa en su interior las acciones con posibilidad de
emisión por su parte, y reflexiona sobre el resultado que cada una de ellas
puede conllevar, todo esto de manera vertiginosa, tras lo cual simplemente se
limita a actuar. La práctica de la interpretación de este proceso
reflexivo/cognoscitivo recibe el nombre de ética, y (como puede notarse a
simple vista ante el sencillo detalle de ser considerada como una práctica) en
ella confluye toda la serie de factores socioculturales, mentales, emotivos y
pragmáticos que conforman el comportamiento humano.
Tras aclarar tal punto, es imperioso aseverar, por
consiguiente, que no puede existir una ética que no sea práctica, y no puede
existir ética sin la comprensión del ser humano como ser social,
interrelacionado y estrechamente ligado a sus semejantes. La realización de
la vida humana en sí misma se ve reducida al acto; el acto que demuestra la
existencia del hombre y lo engrana con los otros de su especie, sumergiéndolo
en un mundo dinámico y retroalimentativo. ¿Puede entonces practicarse el “ser”
humano? Sin lugar a dudas, es posible, y no sólo esto, sino que lo hacemos a
toda hora, en cada momento y en cada lugar, de manera inevitable y
completamente ineludible. No sería descabellado afirmar, por lo tanto, que
aprendemos a ser humanos al vivir, mientras practicamos ser humanos y
experimentamos ser humanos, viviendo.
Somos, finalmente, seres humanos gracias a nuestras
capacidades éticas, y a un mismo tiempo, poseemos un criterio ético gracias a
nuestra calidad de seres humanos. La respuesta a la gran interrogante parece
tratarse de una paradoja aún más compleja, y quizás así lo sea, pero de
momento, basta con asumir que, antes que cualquier otra cosa, la gran pregunta
de ¿qué somos?, conoce una respuesta que, si bien provisional, no deja de
encarnar un veredicto temporalmente satisfactorio: somos seres, éticos.
-
Elohim Flores.
10/16
10/16

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