La epistemología es una disciplina que puede definirse como esencial para el desarrollo académico de todo investigador, de todo estudioso de las ciencias y de las humanidades, y de todo profesional integral. Para poder internarse en sus entresijos y comprenderla desde el interior, es necesario analizar los principales conceptos relacionados a ella y así construir una imagen completa de la misma.
Necesario es, si se desea
hablar de epistemología, comenzar con el concepto de ciencia. De acuerdo a
Ferrater Mora (1941), se puede considerar la ciencia como “un modo de
conocimiento que aspira a formular, mediante lenguajes rigurosos y apropiados
—en lo posible, con auxilio del lenguaje matemático—, leyes por medio de las
cuales se rigen los fenómenos”.
De este modo, la ciencia
puede observarse como un acervo de conocimientos precisos y cabales (es por
esto que se ven regidos común y generalmente por el lenguaje matemático) que
proponen principios y axiomas que explican el comportamiento, las causas y las
consecuencias de los fenómenos naturales.
La ciencia debe ser
siempre enfocada de manera objetiva y jamás ha de subjetivarse por cuestiones
axiológicas, teológicas o inclusive filosóficas. Puede ciertamente filosofarse
y reflexionarse sobre la ciencia (tal es el trabajo de la epistemología), pero
nunca se debe utilizar tales rieles para encausar su marcha; solamente el
pensamiento lógico y propiamente científico debe encaminar el rumbo de la
ciencia, la cual, siempre que se halle libre de toda subjetividad, evolucionará
y se transformará una y otra vez sobre sus propios ejes, de manera indetenible.
Ahora es necesario abordar
el concepto mismo de epistemología. Según Thomas Kuhn (2001), la epistemología “no
es un sistema dogmático conformado por leyes inmutables e impuestas; sino que
más bien, es ese trasegar por el conocimiento científico que se mueve en el
imaginario de la época; las reflexiones sobre el mismo, y el quebranto o
‘crisis’ de las normas que sustentan un paradigma en particular propio de una
comunidad científica”.
En otras palabras, la
epistemología no es una disciplina que se ve reducida a un manojo de reglas
rigurosas que rigen el conocimiento científico, sino un recorrido analítico a
través de dicho conocimiento y el posterior análisis y reflexión del mismo, reflexión
concerniente a los cánones de los que se encuentra compuesto tal conocimiento y
la manera en la que, o bien conforma, o bien forma parte de un paradigma
específico.
Así, la epistemología debe
dedicarse al estudio y clasificación del conocimiento científico, y no a una imposición
de preceptos que estratificaría de tal modo la ya mencionada rama del
conocimiento que podría acabar por sofocarla. La intencionalidad del estudio del
conocimiento científico por parte de la epistemología tiene como meta organizar
y clasificar todo el acervo de saberes de relevancia científica y manufacturar
reflexiones sobre su naturaleza con el fin de comprenderlos con una óptica
mucho más clara y definida.
Dentro del ámbito
pedagógico deben ser abordados distintos conceptos educativos antes de estudiar
la epistemología enfocada en el área. El primero de ellos es el de la propia educación.
Según Kant (1803), la educación es un arte cuya pretensión central es la búsqueda
de la perfección humana. Ésta cuenta con dos partes constitutivas: la
disciplina, que tiene como función la represión de la animalidad, de lo
instintivo, y la instrucción, que consiste en la transmisión de conocimiento de
una generación a otra.
La educación es vista como
la actividad necesaria para el perfeccionamiento personal, el cual, si bien
inalcanzable en un estado absoluto, conlleva siempre a un constante desarrollo tanto
individual como comunal. Para conseguir alcanzar esta meta y catalizar la
evolución personal del hombre y de la mujer, la educación reemplaza lo
instintivo por lo intelectual, lo animalesco por lo civilizado.
A la fecha de hoy, puede
que la visión ya referida sobre la educación sea demasiado rigurosa y
tradicionalista. El objetivo de la educación es visto hoy en día como alcanzar
una construcción intelectual, sentimental, emocional y cívica en conjunción con
todos los miembros del proceso educativo mismo. No se intenta erradicar algunos
aspectos para reemplazarlos por otros, ni hacer una limpieza completa de lo
almacenado en la mente de niños y niñas para comenzar desde cero. En lugar de
eso, se busca pulimentar las habilidades ya existentes y aceptar los defectos
para aprender de ellos en la búsqueda de un hombre y una mujer más humanos.
Después del concepto de la
educación, es importante diferenciarla de la pedagogía. El autor Luis Arturo Lemus
de León (1969) indica que la pedagogía es una disciplina que tiene por objeto
el planteo, estudio y solución del problema educativo.
De tal manera, la
pedagogía hace uso de sus propios métodos para realizar un estudio detallado
sobre la educación, a raíz del cual sistematiza los conocimientos extraídos de
tal análisis y se convierte en una suerte de laboratorio dentro del cual se
transformará la educación en una disciplina mejorada, con mayor cantidad de
ventajas que de desventajas, con mayor cantidad de beneficios que de
desperfectos.
La pedagogía además produce
gran multitud de recomendaciones que busca posteriormente implementar con la
intención de saldar toda una serie de necesidades básicas educativas, como las
de lograr construir un aprendizaje significativo en los jóvenes, mejorar las
condiciones dentro del aula para dinamizar la enseñanza y afinar el proceso
didáctico.
Habiendo mencionado lo
anterior, se hace necesario ahora indagar en el significado de la didáctica,
comúnmente confundida con los dos términos de los párrafos precedentes. Según
Imideo Nerici (1985), “la didáctica es el conjunto de procedimientos y normas
destinadas a dirigir el aprendizaje de la manera más eficiente que sea
posible”.
De acuerdo a lo anterior, el
andamiaje cuya función es la de estructurar el proceso educativo, el conjunto
de engranajes que mantiene en movimiento el proceso de enseñanza/aprendizaje,
el fluido a través del cual se desplaza el proceso de formación educativa, es
la didáctica: una conglomeración de procedimientos, métodos, estrategias y
directivas que encausan el proceso pedagógico.
El papel de la didáctica
es esencial dentro de la educación desde un punto de vista holístico, pues es
la sangre que mantiene todo este organismo en funcionamiento. Es precisamente
debido a tal relevancia que resulta imprescindible renovar constantemente la
didáctica para adaptarse a los nuevos tiempos, las nuevas costumbres y la
idiosincrasia siempre cambiante de los jóvenes. Una didáctica obsoleta se
traduce como un proceso de enseñanza y aprendizaje obtuso, oxidado,
deteriorado. Todo pedagogo tiene la tarea de mejorar sus herramientas
didácticas para mantener con vida el quehacer educativo dentro de su aula.
Tras lo anterior, es hora
de ahondar dentro de las concepciones de algunos términos comunes dentro de un
trabajo de investigación, indudable objeto de análisis y clasificación por
parte de la epistemología. En primer lugar, se analizará el concepto de “validar”.
Mario Tamayo y Tamayo (1998), de manera muy concisa, considera que validar es
“determinar cualitativa y/o cuantitativamente un dato”.
Dicho de otro modo, al
validar un elemento se confirma y ratifica la cualidad de su autenticidad y la de
su contenido. Tras determinar un dato de manera cualitativa y/o cuantitativa,
se corrobora y se avala la realidad de su existencia y de la información que
aporta.
La validación cumple con
un papel sumamente importante puesto que otorga peso, contundencia y sustancia
a cada elemento sujeto a su proceso. De este modo, puede dotarse de manera
patente a cada dato la relevancia que realmente encarna, con el objetivo de que
sea tomado en cuenta y aceptado por lo que es.
El segundo de los
conceptos ligados a la investigación es el de “verificar”. De manera tan
escueta como la anterior, y según Karl Popper (1959), verificar es “buscar
datos que confirmen una teoría y datos que la puedan hacer falsa”.
Basado en su principio del
falsacionismo, Popper indicaba que el único modo de verificar la validez de una
teoría era a través de uno o más intentos de refutarla. Sólo después de que tal
teoría demostrase imposible su refutación, podía surgir como verdaderamente
verificada.
Pese a lo anteriormente
afirmado, resulta menester aclarar que el proceso de verificación
correspondiente a la búsqueda de datos e información que confirmen una teoría,
adicionales a los contraejemplos para refutarla, son igualmente relevantes y
necesarios para este importante proceso. Sólo cuando se verifica una teoría,
ésta puede ocupar el lugar que le pertenece dentro de las ciencias.
El tercer concepto
relacionado a la investigación es el de la confiabilidad. De acuerdo a
Guillermo Briones (1982), el término de confiabilidad se refiere al grado de
confianza o seguridad con el cual se pueden aceptar los resultados obtenidos
por un investigador basado en los procedimientos utilizados para efectuar su
estudio.
Si un trabajo
investigativo ha atravesado procesos de verificación que validen lo expuesto en
ellos, sus datos y propuestas, entonces ese trabajo resultará confiable; es
decir, los resultados que arroje serán aceptados por las comunidades a las que
se encuentren dirigidos.
La confiabilidad resulta
ser uno de los factores de mayor relevancia puesto que, sin importar la
cantidad de esfuerzo que haya sido impreso dentro de los párrafos de un trabajo
investigativo o las horas de dedicación invertidas en la investigación misma,
el trabajo entero carece de credibilidad de no haber sido siquiera mínimamente
verificado y validado; es decir, que un trabajo sin confiabilidad bien podría
ser inexistente a los ojos de los expertos.
El último término
epistemológico encontrado dentro de la investigación corresponde al de la
legitimación. El filósofo francés Jean-François Lyotard (2000) explicó dentro
de sus estudios que la legitimación es, en líneas generales, el proceso que
autoriza a que un legislador promulgue una determinada ley como norma, y que
por lo tanto, en el caso de la ciencia, es el proceso que autoriza a que la
comunidad científica acepte un enunciado como científico, estableciendo criterios
de demarcación y de aceptabilidad con reglas de juego inmanentes a través del consenso
de los expertos.
Así, sólo cuando se adecúa
a una serie de mediciones, a un proceso de filtración comedido por un grupo de
expertos, un enunciado, una proposición o un dato cualesquiera pueden ser
aceptados como legítimos e inclusive como normativos.
Cuando un experto o grupo
de expertos aprueba y avala un enunciado o dato determinado y lo legitima, este
elemento en particular no sólo posee la validez previa adquirida a través del
proceso de verificación, sino que también cuenta con el reconocimiento
necesario para abrirse paso a través de un mundo en el cual solamente los
conocimientos legítimos tienen cabida.
Finalmente, se requiere
ahondar en distintos conceptos de índole ontológica, referentes a categorías
como el conocimiento mismo. Alavi y Leidner (2003) explican que el conocimiento
“es la información que el individuo posee en su mente, personalizada y
subjetiva, relacionada con hechos, procedimientos, conceptos, interpretaciones,
ideas, observaciones, juicios y elementos que pueden ser o no útiles, precisos
o estructurables.”
Bajo estas palabras, es
posible comprender que el conocimiento representa un entramado sistematizable
de datos tanto objetivos como subjetivos, interconectados e interdependientes,
que evocan conceptos, hechos, teorías y cualquier otra cantidad de fragmentos
de información adquiridos a lo largo del tiempo, a través de la aprehensión
sensorial y de la internalización reflexiva.
Tal como se indicó, el conocimiento puede ser
tanto objetivo como subjetivo; puede coincidir con la realidad o tan sólo con
la apreciación de la misma que tenga cierta cantidad de individuos de manera
aislada. El conocimiento, para ser catalogado como verdadero, necesita
atravesar distintos procesos de verificación y validación, sin los que no
representaría otra cosa que un puñado de datos insulsos entretejidos por la
apreciación personal que de la realidad poseen unos pocos.
Tomando en consideración
lo anterior, no es posible menos que elevar la siguiente pregunta: ¿qué es la
verdad? Descartes (1637) indicó que la verdad “es la conformidad entre lo que
se dice, piensa o cree y la realidad, lo que es o lo que sucede.”
De un modo tan sencillo
surge la noción de que es verdadero aquello que coincide con lo considerado
real, aquello que es constatable con lo innegablemente aprehendido a través de
la lógica, de la razón y de los sentidos, y que no entra en contradicción con los
sucesos y eventos que se desarrollan y desenvuelven de manera constante.
Del mismo modo que el
conocimiento, la verdad muchas veces puede ser modelada por la subjetividad de
cada persona, y existe la posibilidad de que ésta sea influenciada por la
subjetividad de un número tan elevado de individuos, que las masas pueden afectar
y alterar efectivamente lo conocido como verdadero, desplazando lo asumido como
realidad, la cual debería ser irrefutable en cualquier caso posible.
Hay algunos conceptos más
que requieren cierto análisis. Ferrater Mora (1941) expone, entre otras
concepciones, el término de mente. Mora indica, parafraseando a San Agustín,
que este concepto en particular “se utiliza para designar una potencia que
abarca no solamente la inteligencia, sino también la memoria y la voluntad, no
siendo algo distinto de las tres, sino las tres a un mismo tiempo”.
La mente resulta ser la
amalgama de los recuerdos, la inteligencia, y la capacidad volitiva del ser
humano, una entidad o potencia que resume en sí misma la esencia del hombre y
de la mujer, muchas veces comparada a la concepción de espíritu por el mismo
Ferrater Mora.
Resulta fundamental
comprender que la mente no es equivalente al intelecto, ni es equivalente al
cerebro, ni a la memoria. La mente no es una capacidad, ni un lugar, ni mucho
menos una función cerebral; es necesario comprender la noción de que la mente
es una potencia, tal y como lo expresó el autor anteriormente citado, más cercana a la concepción de entidad que a
cualquier otra definición.
Corresponde el turno de
conceptualizar el término de “principio”. Hortal (2001) define los principios
como imperativos universales que prescriben determinadas acciones. Así, los principios,
expresa, “en razón de determinadas características descriptivas que siempre que
se den, y en igualdad de circunstancias, […] obligan a actuar obedeciendo a ese
principio universal.”
Un principio es, entonces,
un axioma o fundamento con base en el cual se comportan distintos fenómenos o
acciones específicas, de manera ineludible. Para que esto suceda deben
cumplirse a cabalidad todos y cada uno de los aspectos que componen tal
principio, bajo todas las condiciones posibles.
Los principios representan
la piedra angular de toda teoría científica y es sólo a través del basamento
que aportan que es posible construir todo un cuerpo de trabajo sustentado en
conocimientos sólidos y paradigmas bien estructurados.
En cuanto a los
paradigmas, Thomas Kuhn (1986) llamó paradigmas a las “realizaciones
científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan
modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica.”
Por lo tanto, los
paradigmas son modelos que definen un curso determinado de procedimientos y
establecen los aspectos y pautas más esenciales dentro del desarrollo
específico de tal curso de acciones, en este caso, de la búsqueda, análisis y
solución de problemas científicos.
Necesario es destacar el
hecho de que, de acuerdo a Kuhn, los paradigmas no son perpetuos sino que son
esencialmente temporales, propensos a ser reemplazados por nuevos paradigmas
que se encarguen de asumir la funcionalidad abandonada por la obsolescencia de
los antiguos. Generalmente un cambio de paradigmas acarrea cambios drásticos y
ocasionalmente caóticos debido a la función central que desempeñan dentro de
una estructura determinada, pero su eventual reemplazo conlleva consigo una
serie de aspectos y factores que acelerarán el proceso evolutivo estancado por
los paradigmas desaparecidos.
Por último, tras explorar
todas las concepciones y terminologías anteriores, habrá que analizar dos
últimos conceptos que sobrevuelan el horizonte epistemológico, el primero de
ellos siendo el de la filosofía. Según Hessen (1935), “la filosofía es un
intento del espíritu humano para llegar a una concepción del universo mediante
la autorreflexión sobe sus funciones valorativas teóricas y prácticas”.
De acuerdo a la anterior
exposición de Hessen, la filosofía nace del entendimiento de cada individuo,
bajo el objetivo de subsanar la necesidad de la comprensión del todo. Para
alcanzar una comprensión holística de la realidad, la mente humana (obedeciendo
el concepto anteriormente denotado en el presente informe) construye su propia
concepción del mundo que la rodea, y este proceso es realizado mediante un acto
de internalización y autoentendimiento, de modo tal que descifrando su propia esencia
(o intentándolo cuando menos), descifra parte de la esencia exterior.
Resulta de suma
importancia comprender que la epistemología por sí misma no es una disciplina
independiente sino que proviene del corazón de la filosofía, y se extiende como
una de sus múltiples ramificaciones. Por lo tanto, la esencia reflexiva y
analítica propia de la filosofía impregna el corazón de la epistemología, la
cual se vale igualmente de los métodos empleados como herramientas por los
filósofos y hombres de letras para estudiar y clasificar las ciencias. He allí
el modo en que la filosofía ha logrado influenciar de manera tan resaltante el
desarrollo de las ciencias; no sólo originándolas durante épocas remotas sino
también analizándolas, calificándolas y clasificándolas a través de la
epistemología.
El segundo concepto es el
del saber. De acuerdo a Ferrater Mora (1941), “el saber es una aprehensión de
la realidad por medio de la cual ésta queda fijada en un sujeto, expresada,
transmitida a otros sujetos, sistematizada e incorporada a una tradición (por
principio criticable y revisable)”.
El saber resulta encarnar
un tipo de noción de la realidad mucho más amplia que la del conocimiento, al
cual, de hecho, abarca. El saber discierne la realidad de la apariencia, el ser
del parecer, pero no desdeña a uno por el otro sino que los cobija bajo su
análisis, reflexión y síntesis tras atomizarlos.
Como comprensión holística
de la realidad, el saber desempeña ontológicamente un papel más prominente que
el del conocimiento dentro de todo ámbito filosófico; y epistemológico, por
extensión. Por lo tanto, existen varias distinciones de saber que serán
analizadas a continuación.
El saber disciplinario, tal
y como indica Armando Zambrano Leal (2006), es aquél en donde “el profesor se
dispone en actos de comprensión de lo que conoce, [y posee] los indicios que lo
llevan a dudar o reafirmar lo conocido”. Además, Leal agrega que “Lo que
caracteriza el saber disciplinar es la forma como el profesor es capaz de
volver sobre lo que conoce, lo que domina del conocimiento que produce la
disciplina donde ha sido formado.”
Así, puede asumirse que el
saber disciplinario es el que estudia desde toda perspectiva posible el
conocimiento de una disciplina específica, y no sólo esto, sino que también se
apropia del mismo de una manera tal que posee un dominio total de su área de
especialización.
La acción de apoderarse de
todo el conocimiento que gotea de una disciplina resulta sumamente conveniente
e inclusive recomendable para el docente, puesto que el manejo total de cada
pequeño detalle de su especialidad podrá prepararlo para un buen desempeño
pedagógico, y además para accionar alguno de los dos saberes a continuación.
En primer lugar, puede
darse un vistazo al saber interdisciplinario, el cual, según O’Riordan (1998),
“es el saber proveniente de diferentes campos científicos, que se funde en
conceptos generales. La interdisciplinariedad es una concepción holística de la
realidad, es decir, la considera como un todo que es más que la suma de las
partes.”
El saber
interdisciplinario se basa entonces en la conjunción de las distintas
disciplinas tras su comprensión integral, con el fin de conseguir un nuevo
estado de saber en el que se manejen conocimientos interrelacionados de
distintas áreas, los cuales servirán de escalafón para alcanzar nuevos estratos
intelectuales de otro modo vedados.
La existencia del saber
interdisciplinario resulta completamente necesaria dentro del ámbito educativo,
en el que se prepara no sólo para que cada estudiante destaque en un área
especializada sino que tiene como objetivo principal la formación de un ser
humano con la capacidad de extrapolar los conocimientos aprendidos en cada
situación distintiva y amalgamarlos en un saber completo que sirva a su vida
futura como ser humano en estado de madurez.
Por último, existe una
tercera clase de saber que compete a los propósitos del presente informe: el
saber transdiciplinario. Como lo explica Basarab Nicolescu (2006), el saber
interdisciplinario “es la dinámica engendrada por la acción simultánea de
varios niveles de realidad. Su finalidad es la comprensión del mundo presente
entre, a través y más allá de las disciplinas”.
El saber
transdisciplinario no sólo recauda los conocimientos en distintas disciplinas
sino que los trasciende, absorbe cada una de las realidades impresas en
distintas áreas de conocimientos y apuesta por comprenderlas de manera
simultánea, extrayendo los detalles más destacables de cada una por individual
para construir un nuevo enfoque del mundo y sus habitantes.
El saber
transdisciplinario quizás es una de las más añoradas metas dentro de todo
proceso educativo: lograr aunar los conocimientos de todas las áreas de
formación no simplemente para aplicarlos entre sí y de ese modo alcanzar nuevos
niveles intelectuales, sino para trascender cada especialidad por sí misma y
alcanzar una visión mucho más elevada del mundo, unido y diverso.
Tras este pequeño recuento
de concepciones básicas dentro del lenguaje epistemológico, puede obtenerse una
clara imagen mental sobre tan importante disciplina, sus características, sus
metas y objetivos, sus objetos de estudio, sus métodos para alcanzarlos, y los
modelos que abren los senderos que transita, así como sus relaciones con el campo
pedagógico.
- Elohim Flores.
05/19
05/19
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