martes, 26 de noviembre de 2019

El Problema Epistemológico


La epistemología, tal y como las otras disciplinas ramificadas del seno de la filosofía, como la gnoseología, la estética y la axiología, se ocupa de dilucidar, estudiar y analizar una serie de aspectos concernientes a su área de investigación específica (en su caso, la del conocimiento científico) que son denominados como problemas; incógnitas o materias que requieren de un examen mucho más detallado debido a su naturaleza compleja.
El primer problema epistemológico consiste precisamente en la esencia de la disciplina. ¿Cuáles son los límites del estudio de la epistemología? ¿Cómo puede diferenciarse del estudio que pueda realizar la filosofía directamente sobre las ciencias? ¿De qué se encarga la filosofía de la ciencia y cómo difieren estas funciones de las meramente filosóficas?
De acuerdo a Hessen (1935), “la filosofía es un intento del espíritu humano para llegar a una concepción del universo mediante la autorreflexión sobe sus funciones valorativas teóricas y prácticas”. Por lo tanto, la filosofía nace del entendimiento de cada individuo, bajo el objetivo de subsanar la necesidad de la comprensión del todo. Para alcanzar una comprensión holística de la realidad, la mente humana construye su propia concepción del mundo que la rodea, y este proceso es realizado mediante un acto de internalización y autoentendimiento, de modo tal que, descifrando su propia esencia, descifra parte de la esencia exterior.
El objeto de estudio de la filosofía es amplio, pues se encarga de todo lo accesible al pensamiento mismo, y no se detiene en ello sino que elucubra sobre el modo en que tales realidades son accesibles, la objetividad o subjetividad impresas en las mismas, la razón por la cual son accesibles, la necesidad de acceder a ellas, los resultados de su análisis y tantas otras reflexiones como sea posible imaginar.
Precisamente debido a su amplitud, la filosofía se ve ramificada en distintas disciplinas o subcategorías que permiten enfocarse en aspectos determinados de la realidad y la existencia. La filosofía de la ciencia (en la mayoría de ocasiones utilizada como sinónimo de epistemología, aunque con ciertas diferencias notables) resulta ser uno de los brazos surgidos de la filosofía, y se centra únicamente en la ciencia y el conocimiento científico. En términos generales, y como expresa Ferrater Mora (1941) la filosofía de la ciencia “trata ciertos problemas de que se ocupa la ciencia, pero lo hace enfocando su atención hacia la estructura conceptual y lingüística de la ciencia”. De acuerdo a esto, la filosofía de la ciencia realiza un estudio casi ontológico de los aspectos fundamentales de la ciencia misma.
Efectivamente, la filosofía de la ciencia se ocupa, de acuerdo a Bunge (1971) de “adaptar o generalizar teorías científicas al aspecto metafísico (filosófico), infundir de contenido metafísico a un formalismo matemático, reconstruir ciertas teorías en metafísica exacta”, y puede diferenciarse de la epistemología únicamente en que no se ve reducida a la catalogación de “teoría del conocimiento”, debido a cierta holgura que le permite interactuar con las ciencias más allá del tema gnoseológico e incluso tomarse la libertad de interpretar y traducir sus preceptos al lenguaje filosófico.
Desde tal punto de vista, puede afirmarse sin ninguna clase de restricción que la filosofía, al abarcar dentro de sí la filosofía de la ciencia y la epistemología, también cobija bajo sus estudios el ámbito del pensamiento científico. No obstante, y de manera inversa, es imposible indicar que la filosofía de la ciencia tiene la libertad para ocuparse de aspectos que no competen a sus especificaciones; por lo tanto, la ética, la estética, la metafísica y otros apartados del conocimiento corresponderán únicamente a la filosofía general y/o a disciplinas diferentes que puedan surgir de ella.
Otro de los más famosos problemas epistemológicos es el de la clasificación de las ciencias. De acuerdo a Ferrater Mora (1941), la clasificación de las ciencias “es un tema específicamente moderno, pues solamente apareció al reconocerse lo que se ha llamado la «independencia de las ciencias particulares con respecto a la filosofía»”.
 Es necesario recordar que las ciencias se consideraron como parte de la filosofía hasta ciertas épocas avanzadas, debido a que en ella encontraron su origen durante la época clásica. Así, al nacer la necesidad de dividir ambos espectros del pensamiento, fue menester también organizar y clasificar las ciencias, para separarlas de aquellas áreas de estudio que no calificasen como tal.
La clasificación más difundida en la actualidad es la propuesta por Mario Bunge, quien plantea que las ciencias se dividen en formales y factuales (las cuales a su vez se clasifican en naturales y culturales). Las ciencias formales estudian entes conceptuales o abstractos y tienen como objetivo buscar la coherencia interna de sus propios sistemas, basándose en la consistencia y no contradicción de sus resultados, a través de métodos de estudio deductivos. Son ciencias formales la lógica y la matemática, debido a que no tienen un objeto material.
Al otro lado del espectro se encuentran las ciencias factuales, las cuales se caracterizan por estudiar el mundo tangible, el mundo de los hechos, con la intencionalidad de describirlos y/o explicarlos, en búsqueda de la tan ansiada “verdad”.
Las ciencias factuales se dividen a su vez, tal y como fue mencionado con antelación, en ciencias naturales y culturales. Las ciencias naturales tienen como objeto de estudio la naturaleza, la denominada physis griega, a través de métodos como la observación y la inducción. Ejemplos de ciencias naturales son la biología, la química, la física y la geología.
Por su parte, las ciencias culturales se encargan de estudiar las actividades del ser humano: su comportamiento, sus costumbres, su historia, sus fundamentos morales, etc. Son ciencias culturales la sociología, la economía, las ciencias políticas, la historia y otras más.
La clasificación de las ciencias ha sido materia de debate durante décadas y la propuesta por Mario Bunge se encuentra lejos de ser la única existente; no obstante, en su mayoría coinciden en la existencia de una especie de ciencias que dirigen su estudio al mundo natural, y otra especie de ciencias que analiza a detalle la sociedad y el mundo humano. Gracias a este tipo de clasificaciones epistemológicas, la organización de áreas de formación a nivel académico y pedagógico se facilita en extrema medida, produciendo un dinamismo esencial dentro del amplio panorama del conocimiento.
El siguiente problema epistemológico es denominado problema del método, y las interrogantes que plantea son muy claras: ¿Existe un método específico que deba seguirse para las ciencias formales y otro para las factuales? ¿Puede el método utilizado para las ciencias naturales funcionar de igual modo en las ciencias sociales? ¿Puede regirse la totalidad del pensamiento científico a través de un único método?
Para abordar este tema, es necesario recurrir a Descartes, quien en 1637 indicó que, en primer lugar, un método es “un conjunto de reglas ciertas y fáciles que permiten distinguir lo verdadero de lo falso con el menor esfuerzo mental y posibilite la comprensión de todo lo que puede ser objeto de conocimiento racional”. Tras esta definición, resulta más que evidente la importancia que posee un método para un campo de imprescindible exactitud como el científico, y la necesidad de que este método en cuestión sea totalmente fiable.
Ejemplos clásicos de métodos son el deductivo y el inductivo. El método deductivo alcanza una conclusión como consecuencia necesaria de un conjunto de premisas verdaderas; mientras las premisas tengan esta naturaleza y el razonamiento lógico tras ellas sea válido, la conclusión alcanzada ha de ser obligatoriamente verdadera. Por su parte, el método inductivo permite alcanzar una conclusión aproximada tras la observación de la recurrencia en apariciones de una misma premisa confirmada como verdadera.
Como puede notarse, ambos métodos varían profundamente a pesar de que en apariencia resulten indiferentes el uno del otro. ¿Cómo decantarse por un método o por el otro dentro de un área específica como lo es el conocimiento científico? Tanto un historiador como un biólogo pueden fundamentar sus trabajos en las probabilidades aportadas por el método inductivo, pero en este caso, ¿resultan equivalentes las probabilidades de una ciencia social a las de una ciencia natural?
La respuesta a la búsqueda del método idóneo continúa bajo las brumas del misterio, pero algunos autores han aportado cuando menos sus opiniones referentes al modo de encontrar el método más propicio o competente. Por ejemplo, Karl Popper (1934) opinó que “el método que se puede postular como propio de la filosofía de la ciencia es el […] racional, común a la ciencia, a la filosofía y a cualquier pretensión de racionalidad. Es el método que consiste simplemente en exponer claramente los problemas y discutir argumentativa y críticamente las soluciones propuestas”.
De la misma manera, Descartes, por su cuenta, establece una serie de fundamentos a seguir dentro de su propio método cimentado sobre la duda. Estos preceptos son: No admitir jamás cosa alguna como verdadera sin tener antes evidencias de ello. Dividir cada objeto de análisis en tantas partes como sea posible y necesario para su resolución. Ordenar los pensamientos desde el más simple al más complejo. Y finalmente, enumerar y revisar todo de manera tan integral, que pueda generarse la certeza de que no se ha omitido nada.
Es evidente que, sea cual sea la solución a este constante problema epistemológico, ambos autores coinciden al menos en la necesidad de la racionalidad del método a elegir, así como su naturaleza minuciosa para aclarar lo necesario en el objeto de estudio. El método más propicio será siempre aquél que deje menos espacio a la incertidumbre y el menor margen de error posible.
Por último, aunque existen muchos otros problemas de índole epistemológica, puede clausurarse el presente informe crítico con el llamado problema de la técnica, desarrollado por Heidegger en el año 1953.
De acuerdo al reconocido filósofo, “La técnica es una actividad humana básica, una herramienta que el ser humano ha empleado desde sus orígenes para satisfacer sus necesidades y su adaptación a la naturaleza y al entorno que le rodea”, y por lo tanto “hablar de técnica supone vincularla al hombre, como algo connatural al mismo, a su mundo y al medio en el que vive”. No obstante, Heidegger acota que, en contraposición con la técnica, “algo muy diferente será la tecnología, a través de la cual se modifica la naturaleza original del objeto al aplicar la ciencia a la técnica, deviniendo así un constructo artificial que ha requerido, y sigue haciéndolo, de numerosas interpretaciones y reflexiones a lo largo del último siglo”.
Debido a que la técnica aprecia cada aspecto de la realidad como “material de explotación”, indica Heidegger, se corre el riesgo de que la noción ontológica del término termine siendo asumido por la mente humana de un modo tan intrínseco que la realidad entera (seres humanos incluidos) se transforme en víctima de dicha explotación, y de que finalmente todo desemboque en el “sometimiento del mismo hombre (y todas sus expresiones) al dominio de la técnica, con la instrumentalización de sí mismo y la consideración de la idea ‘técnica’ del mundo como algo ‘natural’”.
Gracias a la dilucidación del problema de la técnica, puede notarse una importante función de la epistemología: la crítica constructiva a la que es posible someter el campo de la ciencia con motivos preventivos ante peligros como aquellos de los que alertó Heidegger y muchos otros filósofos modernos. Después de todo, no basta con el análisis simple y llano sino que se hace necesario demarcar ciertos límites para evitar la pérdida de la humanidad frente a la frialdad que es capaz de alcanzar el conocimiento.
Finalmente, es posible observar, tras estos pequeños ejemplos, cómo la epistemología bulle en problemáticas de índole sumamente interesante, cada una de las cuales permite desplegar abanicos enteros de reflexiones concernientes al conocimiento científico, a las ramificaciones de las ciencias, a los métodos que demarcan las investigaciones científicas, y al futuro mismo de la humanidad. Después de todo, la epistemología continúa siendo parte de la filosofía. Y la filosofía existe por el objetivo primordial del pensamiento, por y para el ser humano.


REFERENCIAS

Bunge, M. (1971). Is scientific metaphysics possible? Journal of philosophy, 68 [1971], pág. 509.

Descartes, R. (1637). Discurso del método. [Versión electrónica]. Disponible: http://www.posgrado.unam.mx/musica/lecturas/LecturaIntroduccionInvestigacionMusical/epistemologia/Descartes-Discurso-Del-Metodo.pdf [Consulta: 2019, Mayo 15]

Heiddeger, M. (1953). La pregunta por la técnica. [Versión electrónica]. Disponible: file:///C:/Users/N2SC/Desktop/Heidegger_Martin_1997_La_pregunta_por_la_tecnica.pdf [Consulta: 2019, Mayo 15]

Hessen, J. (1935). Teoría del conocimiento. Bogotá: Gráficas Modernas.

Mora, F. (1941). Diccionario de filosofía. Barcelona: Editorial Ariel.

Popper, K. (1934).  Logik der Forschung. [Versión electrónica]. Disponible: http://www.raularagon.com.ar/biblioteca/libros/Popper%20Karl%20-%20La%20Logica%20de%20la%20Investigacion%20Cientifica.pdf [Consulta: 2019, Mayo 15]


- Elohim Flores.
05/19 

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