miércoles, 28 de octubre de 2015

Brindis


— ¡Hagamos un brindis!— Vociferó repentinamente de entre la concurrida muchedumbre un hombre de rostro desgastado y mirada famélica. La ahogada petición perforó la aglomerada y alcoholizada masa como un punzante escalpelo, provocando un torrencial silencio que rápidamente se apropió de la pequeña pero acogedora taberna. 

— ¡Brindemos— exclamó—, brindemos por la maravillosa oportunidad que nos extiende la vida de poder asfixiar hoy en conjunto nuestras penas en nubes de cáncer y nicotina, y palabras distractoras, halagos roídos, anécdotas ficticias, vapores de alcohol y sonrisas retorcidas!

— Brindemos— dijo sin bajar la voz— por las preguntas sin respuesta, por las verdades sin dueño, y por las mentiras que calman nuestros sueños. ¡Brindemos por el inútil candelabro ostentoso, aquél que jamás una luz llega a albergar, y brindemos por la vela cuya llama se resiente en la oscuridad; aquella que combate contra el viento, y el frío, y la humedad, y en sí misma sobrevive hasta que el padre tiempo la reduce a la pastosa base sobre la que brillará una vela más…!

Mientras la luna bajaba y el nivel de alcohol subía, las idílicas y acaso etílicas palabras del idealista orador pronto capturaron por completo la atención de sus melancólicos pares, quienes de inmediato lo rodearon, aclamando con bullicio cada brindis propuesto, acompañando de risas y de llantos cada nuevo trago y dando efusivas palmadas en la espalda del improvisado poeta.

— Brindemos— continuó—, por la escritura, esa trágica amargura de tejer un mundo ideal, mas con la ciencia siempre cierta de haber creado algo irreal; brindemos por lo intangible e inmaterial, por el humo fantasmal que prohíbe traspasar el puente que permite transitar desde el margen de los sueños hasta la ribera de lo etéreo, sobre el precipicio abismal de lo que acaso nunca vivirá.

— … Brindo por la rima y por la prosa, por la mente huracanada que ni duerme ni reposa, indecisa de inclinarse por el verso y la estrofa, o los párrafos solemnes que de puntos y de comas, y de guiones y paréntesis rebosan.

Mientras las estrellas resplandecían con tanta intensidad como les era posible antes de su inevitable despedida, algunos de los presentes asentían con orgullo y otros, recordando tragedias y distantes infortunios, sollozaban en silencio.

Sin parar, el nostálgico retórico expresó:

— Brindo por la angustia de la espera y por la mustia paciencia del que aguarda y desespera al pensar en la respuesta que el indómito destino, acaso sin atino, impiadoso ha de entregar. Brindo por la furia y por la euforia, dos caras de una moneda que rueda en los anales de nuestra lívida memoria; moneda en donde cara es la alegría que irradia luz cual si del día se tratase, invocando los compases de una sinfonía llena de algarabía; moneda en donde cruz es la ira tempestiva cuyo fuego no mitiga ni llovizna ni ventisca.

— ¡Brindemos, compañeros— moduló—, por la trágica costumbre que tenemos de esperar siempre, sin falta, algo al dar; por el día en que al altruismo el egoísmo acometió, y por la estúpida respuesta que del corazón vemos partir al no poder jamás recibir lo que nunca se nos prometió!

Una pausa tan seca como la garganta del inspirado sujeto interrumpió el discurso, como si las ideas dentro de su mente hubiesen trascendido a un nuevo nivel de reflexión. Bebió un hondo trago para amoldar la lengua a las nuevas palabras que proferiría, y continuó. 

— Brindo por la vida; lo fatal; esta ilógica ruptura en el lienzo de lo real, una caja de pandora que desata todo mal, esta barca conducida por la muerte, inclemente, al más allá. ¡Y brindo, amigos míos, por la vida y por lo hermoso; en este mundo esplendoroso hallamos dichas y tristezas, evidencias siempre ciertas de esta efímera existencia, suficientes no obstante para hacernos comprender que vida sólo hay una, y nunca hay tiempo que perder!

— Brindemos— dijo con seriedad— por el amor y por el lastimoso clamor de los que en él desfallecieron; brindemos por el amor, y por el júbilo ostentoso de aquellos que bajo su calor vencieron. Brindemos por ese extraño fenómeno, carente de explicación, que ante cada aciago sueño y pensamiento eleva la pregunta: "¿Es esto acaso una incierta premonición, o quizás tan sólo una vívida ilusión?", y brindemos por el deseo que en nuestras mentes nace, de que esos vapores de fantasía que revolotean vagamente sean un día realidad, y que en la estadía en esta tierra yerta y seca conservemos la humildad de ser, sin perecer, ante tanta adversidad.

Mientras los últimos rastros de la luna eran devorados por una oscura nube pasajera y los gatos maullaban recitando un último concierto en las azoteas y tejados, algunos de los concurrentes comenzaban a tomar asiento, aún embelesados por las profundas frases y oraciones articuladas por aquella persona sobre la que sin lugar a dudas una musa extraviada había derramado una cornucopia entera.

— Brindemos— manifestó— por los que se fueron, los que partieron a la eternidad, los que emprenden el viaje a la etérea libertad, y por los que vendrán, por los que aún no nacen pero pronto este sendero que dejamos seguirán. Brindemos por los linderos del destino, y por que cuando pasen el camino que nos guía a la verdad, no desvíen nunca sus pasos al vaivén de esta enferma sociedad que por oro y cobre mata a los que por vencerla se desviven; que nunca zozobre su bote en esta dura tempestad.

— Brindemos pues, amigos, por la vida que se agota gota a gota cual prístino licor, o cual rara y cara medicina administrada con rigor. Mas no nos desvelemos ni temamos al fracaso; sea cual sea el caso, presenciemos gustosos el ocaso y brindemos por aquello que el olvido devoró; sean acaso, espinosos o mullidos, los campos del amor o los baldíos del dolor la fatídica vía en la que siempre se extravían los recuerdos sin color.

La luna y las estrellas habían ya desaparecido, ocultas tras el manto del albor, y algunos entusiastas pajarillos comenzaban a silbar con regocijo sus matinales melodías, ahuyentando las pocas sombras restantes de la atmósfera nocturna en un cielo que se tornaba purpúreo y azulado. Los presentes, conmovidos, entonaban calurosas palabras de asentimiento y afirmación, dibujando anchas y aperladas sonrisas en sus rostros.

— Brindemos— culminaba ya— por la luna y su pálida luz, que cálida nos abraza con sumiso descontrol mientras paga el precio del desprecio y el desdén del sol. Brindemos por el mar, y por la cruz que quienes a cuestas llevan al cruzarlo sin temblar. Brindemos por las lágrimas que derrama el que vive del poema y los versos del azar que éste escribe en su búsqueda suprema; mas ante todo no olvidemos, hermanos, brindar por la hilarante condición humana que asalta nuestro ser; esa errante ilusión mundana que asfalta a su paso todo rastro acaso escaso de esperanza en un futuro de armonía y templanza.

Luego de otra pausa, tragando un poco de saliva y suspirando con levedad, dijo al fin:

— Menester es mencionar, hermanos míos, que los fantasmas y demonios acechantes en la noche de la vida son disueltos cual humores incorpóreos al llegar la luz bravía; no caigamos pues, hermanos, en los juegos del pavor, deshagamos el dolor y gritemos con furor, al vencer la frialdad sombría, nuestras ansias de alegría y las ganas de vivir que corren por nuestras venas. ¡Elevemos pues las copas y traguemos nuestras penas!

Los hermosos y cálidos rayos del sol asomaban ya por el horizonte, acompañados de murmullos citadinos, ladridos matutinos y radiantes señales de vida por doquier. Aquel hombre de rostro desgastado, aquel hombre de mirada famélica pero ojos ardientes de pasión empujó un último trago a su esófago, se incorporó, observó a todos y cada uno de sus espectadores con afecto y efusión, y dispúsose a retirarse…

... Diciendo, ante todos por testigos, la fulgente copa ya vacía:

— ¡Brindo, mis amigos, por el brindis del naciente nuevo día!


- Elohim Flores.

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