lunes, 21 de marzo de 2016

Humo y Vino- ¿Cuándo, y Por Qué?


    El inclemente bombardeo propiciado por la indiferencia abría heridas que cicatrizaban en el acto, hendiendo mi ser con sus garras atroces, y no dejando tras de sí más que entumidos remanentes sanguinolentos.

            Allí me encontraba, intentando eliminar de mi mente lo acaecido antes de que realmente sucediese siquiera. Las municiones del rechazo no cesaban de impactar contra mi torso indefenso, y la lluvia de fuego se negaba a menguar.

            “¿Qué hago aquí?” pregunté con la mirada, inquisidor, a mi reflejo. Sin dignarse a responder, me observó con desasosiego, haciéndome comprender que dentro de su mundo inverso las llamas del infierno ardían con igual intensidad que en el mío propio. Una bocanada de aire extinguió con solemnidad el diálogo interno como a una cerilla la fría brisa del mar.

             En algún momento había perdido nuevamente el camino; o el camino me había perdido a mí. Hice un esfuerzo por sobreponerme al gélido embate de las circunstancias pero mis piernas cedieron. Las cadenas que rodeaban mi alma se arremolinaban con serpenteantes movimientos constrictores, exprimiendo salobres lágrimas de mi corazón.

            La figura en el frontispicio no dejaba de examinarme con lobreguez, transmitiéndome la amargura de exudaba. Su mirada inánime y su triste silueta clamaban exasperadamente por auxilio. Así con firmeza en mí una de las saetas que perforaban inversamente su pecho, y la extraje con vigor. La espesa sangre brotaba a borbotones mientras continuaba descuajando flechas de mi carne y de su cuerpo.

            Cada segundo transcurrido arrancaba de mí una nueva tira de piel, y las gotas rojizas que escupían mis músculos a carne viva infestaban la atmósfera bajo forma de rocío. La linfa bullía dentro de mis venas, borbollando como magma surgido del mismísimo averno, y las flechas enterradas en las fibras de mi silencioso interlocutor se multiplicaban, infinitas. Pude sopesar una de ellas entre mis desgajadas manos antes de arrojarla a la pila coagulosa de astillas que a mis espaldas se acumulaba, y, mientras la ironía me estrangulaba, pude apreciar cómo la recta espina que segundos antes bebía de mi sangre tomaba la forma de una pulida y afilada aguja de reloj.

            Abandoné mi dolorosa faena y me incorporé al escuchar la llamada de la desgracia. Necesitaba ir a su encuentro, y emprendí la lenta marcha al suplicio. ¿Por qué lo necesitaba? Habría querido escapar en dirección opuesta, pero mi honor lo prohibía. ¿Mi honor, o mi dependencia? ¿Mi estúpida y ciega testarudez, quizás? 

              — No; los ciegos no fingen su invidencia— Respondió tajante el reflejo, antes de desvanecerse.

            Mientras emprendía la marcha y mi cuerpo entumido cicatrizaba presuroso, no podía dejar de cavilar,  preguntándome cuándo, y por qué, había todo llegado a esto.

- Elohim Flores.
[Fragmento de "Humo Y Vino"]

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