¿Por qué
formulas una pregunta semejante? ¿Realmente anhelas conocer esta sensación que
me carcome? ¿Deseas sentir el calvario que produce una ilusión rota, mientras
sus fragmentos se entierran inclementes en tus manos desnudas, al intentar
sostenerla tan sólo unos cuantos segundos antes de que se desvanezca, y sus
esquirlas pulverizadas sean arrastradas por el viento? ¿Quieres experimentar el dolor que corroe tus venas, cuando observas que escapa por entre tus dedos
el líquido fluido de la esperanza utópica de tus quimeras?
Si tanto lo
ansías, compartiré contigo una fracción de mi agonía:
Imagina soñar cada
noche con la luna; una luna plena, llena, fría, argéntea. Imagina que su pálida
pero penetrante luz onírica en tu rostro representa un sedante para tu alma. Que
tu único refugio de este mal terrenal es el inmaculado cielo raso que se
extiende en las alturas de tu mente adormecida. Aguardas impaciente el tortuoso
paso del día, con sus ruidos y ajetreos, soportando la infernal espera con
estoicismo, sólo para refugiarte en los silenciosos brazos de la aurora cuando
el sol comienza a sumergirse en el horizonte, ante la promesa del inminente sosiego
de la noche, acompañado del arrullo de las estrellas y esa selénica melodía
sideral entonada por el satélite, que recorre tus arterias y se deposita en tu espíritu, como bálsamo nacarado
sobre una cicatriz de guerra.
Y logras
hacerlo. Consigues sobrevivir al purgatorio diario que se desata en el exterior
y te asedia sin piedad, y te guareces bajo el universo de tu sueño, y hallas el
cobijo que las miradas de desprecio consiguieron arrebatarte. Y el preciado
oxígeno regresa a tus pulmones. Y tu corazón recupera sus latidos, y la fresca
sangre recorre tu cuerpo una vez más. Pero observas el reloj que cuelga en la
lúgubre esquina de tus pensamientos, y comprendes que la inevitable muerte de
tu ensueño se aproxima inexorable, por lo que te precipitas a hinchar tus
pulmones con aire y tu corazón con sangre hasta reventar, en un quizás fútil
intento de amasar una reserva lo suficientemente abundante de vida y esperanza como para
poder administrarla con mesura y cautela durante el martirio del día próximo,
que aguarda a las puertas del amanecer con su siniestra figura, funesta,
acechante, amenazadora. No obstante,
comprendes que como consecuencia inevitable del día, la noche posará sus alas
sobre la tierra tal y como lo ha hecho durante la extensa perpetuidad de la
existencia, y el mero pensamiento del alivio que ella presupone es consuelo
suficiente como para acarrear los grilletes de la vida unas cuantas horas más.
…
Ahora imagina
que un día inesperado, como la primera gota linfática derramada previo a una hecatombe, ese tan preciado
sueño recurrente desaparece sin dejar rastro. E intentas encontrar razones, e
intentas hallar la lógica tras la tragedia, y comienzas a escudriñar entre los
matices de los grisáceos recuerdos de tu subconsciente, en busca de un simple
motivo, por diminuto que sea, que pueda esclarecer las causas de su abandono. Pero tus esfuerzos rinden vanos frutos, y, presa
del desconcierto y la desazón, comienzas a deambular en horas nocturnas a través
de las zarzas y los filosos peñascos del hostil olvido, entre traicioneros desfiladeros
y ominosos claros de hoscas arboledas, noche tras noche errando, insomne, mientras
observas la luna verdadera, esa hermosa roca suspendida en el vacío, esa luna
auténtica, magnífica, pero inalcanzable. Y recuerdas cómo la luna de tus sueños
besaba tus mejillas con dulce delicadeza, y anhelas que la que ante ti se
erige, imponente, real, pudiese, igual que en tus sueños, descender
armoniosamente, desprenderse del celeste océano astral y envolverte en un abrazo de
eternidad. Pero el muro de lo imposible se alza ante ti, y tu única opción se
reduce al simple acto de observar, de examinar con alma y espíritu, con todas las fuerzas de tus pupilas, como
queriendo atravesar el velo de la realidad con el estoque de tu mirada, en busca
de un estímulo que reviva tu sueño.
Pero el momento
nunca llega; el milagro jamás toma cuerpo. Y aún en lucha contra la afonía, produces
un último aullido ahogado entre las aguas blancas de la nieve y el pálido
torrente lunar; un desesperado grito de auxilio; una desgarrada llamada de
salvación... a la luna. Y mientras tu aliento se condensa en el aire formulando
fantasmales siluetas, no queda en ti otra alternativa más que la de aguardar a
que el peso del cansancio aplome tus exhaustos párpados noche tras noche, ya
que es ese el único modo de poder postrarte ante el sopor del letargo y reposar
en sueños vacuos. Pues aún, pese al martirio, te es imposible dejar de observar el
cielo en busca
de ese sueño perdido.
de ese sueño perdido.
- Elohim Flores.
[Fragmento de "Humo Y Vino"]
No hay comentarios:
Publicar un comentario