domingo, 20 de marzo de 2016

Humo y Vino- El Último Aullido Blanco


¿Por qué formulas una pregunta semejante? ¿Realmente anhelas conocer esta sensación que me carcome? ¿Deseas sentir el calvario que produce una ilusión rota, mientras sus fragmentos se entierran inclementes en tus manos desnudas, al intentar sostenerla tan sólo unos cuantos segundos antes de que se desvanezca, y sus esquirlas pulverizadas sean arrastradas por el viento? ¿Quieres experimentar el dolor que corroe tus venas, cuando observas que escapa por entre tus dedos el líquido fluido de la esperanza utópica de tus quimeras?

Si tanto lo ansías, compartiré contigo una fracción de mi agonía:

Imagina soñar cada noche con la luna; una luna plena, llena, fría, argéntea. Imagina que su pálida pero penetrante luz onírica en tu rostro representa un sedante para tu alma. Que tu único refugio de este mal terrenal es el inmaculado cielo raso que se extiende en las alturas de tu mente adormecida. Aguardas impaciente el tortuoso paso del día, con sus ruidos y ajetreos, soportando la infernal espera con estoicismo, sólo para refugiarte en los silenciosos brazos de la aurora cuando el sol comienza a sumergirse en el horizonte, ante la promesa del inminente sosiego de la noche, acompañado del arrullo de las estrellas y esa selénica melodía sideral entonada por el satélite, que recorre tus arterias y se deposita en tu espíritu, como bálsamo nacarado sobre una cicatriz de guerra.

Y logras hacerlo. Consigues sobrevivir al purgatorio diario que se desata en el exterior y te asedia sin piedad, y te guareces bajo el universo de tu sueño, y hallas el cobijo que las miradas de desprecio consiguieron arrebatarte. Y el preciado oxígeno regresa a tus pulmones. Y tu corazón recupera sus latidos, y la fresca sangre recorre tu cuerpo una vez más. Pero observas el reloj que cuelga en la lúgubre esquina de tus pensamientos, y comprendes que la inevitable muerte de tu ensueño se aproxima inexorable, por lo que te precipitas a hinchar tus pulmones con aire y tu corazón con sangre hasta reventar, en un quizás fútil intento de amasar una reserva lo suficientemente abundante de vida y esperanza como para poder administrarla con mesura y cautela durante el martirio del día próximo, que aguarda a las puertas del amanecer con su siniestra figura, funesta, acechante, amenazadora. No obstante, comprendes que como consecuencia inevitable del día, la noche posará sus alas sobre la tierra tal y como lo ha hecho durante la extensa perpetuidad de la existencia, y el mero pensamiento del alivio que ella presupone es consuelo suficiente como para acarrear los grilletes de la vida unas cuantas horas más.


Ahora imagina que un día inesperado, como la primera gota linfática derramada previo a una hecatombe, ese tan preciado sueño recurrente desaparece sin dejar rastro. E intentas encontrar razones, e intentas hallar la lógica tras la tragedia, y comienzas a escudriñar entre los matices de los grisáceos recuerdos de tu subconsciente, en busca de un simple motivo, por diminuto que sea, que pueda esclarecer las causas de su abandono. Pero tus esfuerzos rinden vanos frutos, y, presa del desconcierto y la desazón, comienzas a deambular en horas nocturnas a través de las zarzas y los filosos peñascos del hostil olvido, entre traicioneros desfiladeros y ominosos claros de hoscas arboledas, noche tras noche errando, insomne, mientras observas la luna verdadera, esa hermosa roca suspendida en el vacío, esa luna auténtica, magnífica, pero inalcanzable. Y recuerdas cómo la luna de tus sueños besaba tus mejillas con dulce delicadeza, y anhelas que la que ante ti se erige, imponente, real, pudiese, igual que en tus sueños, descender armoniosamente, desprenderse del celeste océano astral y envolverte en un abrazo de eternidad. Pero el muro de lo imposible se alza ante ti, y tu única opción se reduce al simple acto de observar, de examinar con alma y espíritu, con todas las fuerzas de tus pupilas, como queriendo atravesar el velo de la realidad con el estoque de tu mirada, en busca de un estímulo que reviva tu sueño.

Pero el momento nunca llega; el milagro jamás toma cuerpo. Y aún en lucha contra la afonía, produces un último aullido ahogado entre las aguas blancas de la nieve y el pálido torrente lunar; un desesperado grito de auxilio; una desgarrada llamada de salvación... a la luna. Y mientras tu aliento se condensa en el aire formulando fantasmales siluetas, no queda en ti otra alternativa más que la de aguardar a que el peso del cansancio aplome tus exhaustos párpados noche tras noche, ya que es ese el único modo de poder postrarte ante el sopor del letargo y reposar en sueños vacuos. Pues aún, pese al martirio, te es imposible dejar de observar el cielo en busca 

de ese sueño perdido.

- Elohim Flores. 
[Fragmento de "Humo Y Vino"]

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