domingo, 20 de noviembre de 2016

La Influencia del Sistema en la Ética [Ensayo]


       “Ética”, palabra ciertamente trillada en esta época de superficialidades lingüísticas y negligencias nominales, tomada en numerosos casos como sinónimo de moral o incluso de “prescripción”, puede mostrar en su interior, tras entenderse bajo su verdadera acepción, es decir, como la reflexión interpretativa del hacer del hombre, y sin aparentarlo quizás (debido al caso de subestimación en el que se ha visto envuelta), la esencia misma del ser humano, precisamente como Ser, consciente de sí mismo y de cuanto le rodea, y, como tal, consciente de sus acciones y del modo en que éstas influencian el mundo del que forma parte. Inherente a dicha consciencia humana viene dado un inevitable sentido de responsabilidad, pues el hombre no sólo se limita a emitir estas acciones y permite campante y completamente desentendido que produzcan cualquier clase de consecuencias, sino que nace dentro de él la necesidad, muchas veces ignorada pero en definitiva siempre presente, de responder ante las secuelas de su comportamiento.

De este modo, la ética no sólo consiste en un proceso de juicio, análisis y reflexión individual sobre las distintas conductas personales, sino que se ve estrechamente ligada a los resultados de tales comportamientos y la relación de los mismos con el entorno. El ser humano no sólo es un ser ético por sí y para sí, sino que también lo es por y para los demás seres éticos que lo rodean. Una reflexión conductual carecería de sentido en un ser socialmente aislado, pues poca relevancia adquiriría la capacidad de discernir la positividad o negatividad de un acto que permanecerá irremediablemente suspendido, incapaz de influir o recaer sobre algún elemento externo que pueda verse afectado por el mismo. Por consiguiente, así como el pensamiento ético, a pesar de su inmanencia en el ser humano como individuo, no puede dejar de existir sin tomar en consideración al Otro, de manera similar, y a su vez, este pensamiento se ve ineludiblemente influenciado por todos aquellos elementos de los que está compuesta la exterioridad de tal individuo.

La sociedad como un todo ha desarrollado entonces, tras este perpetuo proceso de retroalimentación ética, toda una serie de preceptos o normas llamadas morales mediante las cuales se da la libertad de filtrar los comportamientos “permitidos” de los “prohibidos”, penalizando los últimos en consideración del bienestar general de la comunidad, y permitiéndose encadenar la individualidad de la visión ética de cada persona, encausándola de modo tal que la abstracción que haga ésta del hacer humano coincida con lo dictaminado por dicho conjunto de códices establecidos. A lo largo de la historia, el sistema político, económico, religioso e inclusive cultural sobre el cual se ha sustentado la civilización, ha tomado cuerpo y, metafóricamente hablando, vida propia, consiguiendo confeccionar mecanismos de autodefensa que permiten su perpetuación y hegemonía por sobre otros posibles sistemas insurgentes. Es por ello que, si bien las normas morales aparentan salvaguardar la integridad de los seres humanos y otorgarles la protección necesaria de lo que puedan hacerse a sí mismos  (y aunque quizás hasta cierto punto realmente sirvan a tal propósito), su principal función no es otra que la de evitar que estos se desliguen por completo de su dependencia a los paradigmas normativos y los regímenes del poder.

Foucault ejemplifica esta conexión del individuo con el sistema explicando un enfoque sumamente interesante sobre la relación entre la ética y la sexualidad, apoyado en la historia del eros griego. En su última entrevista, el filósofo francés manifiesta que, aunque los griegos asumiesen conductas homosexuales y esto sin lugar a dudas ostentase una mayor libertad tanto ética como moral que la visible en tiempos presentes (la cual se halla cimentada en las reglas sociales y no en la estética, como en el caso de los helenos, con su arraigada visión de mantener una existencia bella); repito, aún a pesar de esta consideración, el sexo seguía siendo de algún modo la representación de un acto de supremacía sobre el otro (así lo explica Foucault); es por ello que las esposas eran vistas precisamente bajo calidad de esposas y futuras madres durante el acto sexual, y como nada más. Aunque el sexo homosexual fuese señalado como superior en muchos sentidos en la cultura helena, no dejaba de considerarse que la penetración era señal de dominación; es por ello que aún bajo una ética sustentada en la estética, el ser sexualmente dominado suponía una especie de humillación social comparable a la que padecía una mujer o un esclavo de la sociedad griega de la época. 

Foucault entonces, sin ánimos de exponer una larga tesis sobre el sexo sino sobre la ética, explica (o cuando menos deja entrever) que en las relaciones sexuales debería haber placer para ambas partes sin necesidad de una obligación normativa, como por ejemplo la del matrimonio. Foucault se pregunta: ¿es el ser humano capaz de dar placer sexual a su pareja, aunque ello no suponga placer para sí mismo, o aunque sea incluso convertido dicho acto en un símbolo de humillación y dominación? ¿Es capaz de sufrir de algún desagrado en la relación sexual, sin verse impelido a ello por una obligación normativa tal como la del noviazgo, o la de cual pueda ser la relación social entre ambas partes?

Así, extrapolando lo analizable dentro del ejemplo de las relaciones sexuales, puede llegarse a un gran número de interrogantes. En primer lugar, ¿no se ve la ética, al igual que las relaciones sexuales, normada estrictamente por un sentido aparentemente inherente (pero a todas luces implantado) de “deber social”? Ante esta incógnita, surgen preguntas e interrogantes que de manera inevitable asoman a la vuelta de la esquina. ¿El pensamiento ético viene dado realmente por el hombre, por el individuo, más que por los vínculos sociales a los que se encuentra atado? ¿El ser humano actúa de forma correcta (o incorrecta) debido a que atraviesa un proceso de reflexión y abstracción tras el cual considera que sus acciones son benévolas o perjudiciales, o lo hace sólo porque es lo que el sistema requiere que haga? y, en todo caso, ¿es posible que el bienestar del otro sea integrado a la visión ética propia, más allá de su mera tolerancia o de una simple aceptación comprensiva? ¿Puede realmente el accionar humano llegar a ser altruista? Y finalmente, si bien es cierto que la solidaridad y cooperación entre individuos es necesaria para la postergación de la especie, al considerar la existencia del libre albedrío, ¿es realmente necesaria una normatividad que restrinja las posibles vías de acción producto de una ética individual probablemente autodestructiva? 

Puede que sea posible alcanzar un nuevo nivel ético, aunque esto suponga alcanzar un nuevo nivel evolutivo en la humanidad entera. Puede que, tal como los griegos con su estética, el hombre consiga desalinear su conducta ética de las imposiciones sociales y adherirla a un nuevo sistema, uno mucho más liberador. O puede que incluso sea capaz de ejercer una postura ética completamente independiente, sólo centrada en el bienestar de sí mismo y sus semejantes. Lamentablemente, como con toda suposición, existen mil y una vertientes distintas, y así como es posible que cualquiera de las anteriores pueda encontrar un lugar en el mundo y logre materializarse en algún lejano futuro, también puede que no se trate más que de ideas utópicas e inclusive peligrosas para el destino de la raza humana. Pese a esto, no puede negarse que se vive (y se muere) bajo los dictámenes (positivos o negativos) de un sistema, un sistema yuxtapuesto a nuestra existencia; adyacente y a la vez penetrante; un sistema sobre el cual podemos teorizar y reflexionar… pero a fin de cuentas un sistema que forma parte de nosotros tanto como nosotros formamos parte de él, y ya sea que decidamos rechazarlo o interiorizarlo, es innegable el irrevertible hecho de que es nuestra ética su ética… o puede incluso que viceversa.

- Elohim Flores.
10/16

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