jueves, 17 de noviembre de 2016

La Sátira Ética y Estética en Gargantúa, de François Rabelais [Ensayo]



            Gargantúa, obra satírica por excelencia (junto a Pantagruel, claro está), escrita por François Rebelais en pleno período de transición a la modernidad, y, por lo tanto, representación encarnada de la liberación del artista de las restricciones medievales, comunicó del modo más escandaloso posible (tanto así que aún en nuestros tiempos continúan manteniendo altos niveles de irreverencia) una miríada de planteamientos consagrados a destruir cánones y paradigmas arraigados en la sociedad de manera férrea, siendo los preceptos estéticos y su estrecha relación con la visión ética de los hombres los más aludidos en la satírica pieza literaria.

No resulta un secreto para nadie el hecho de que la estética, esto es, el estudio de la percepción de las formas, se halla sumamente ligada a la ética, es decir, al estudio axiológico de la intencionalidad inherente a todo comportamiento humano, y que dicha relación trasciende a la mera similitud fonética entre ambas. Lo bello, lo puro y lo equilibrado es ineludiblemente relacionado a lo bueno, lo correcto y lo aceptable, mientras que lo grotesco, lo absurdo, y, de manera mucho más prominente, lo categorialmente feo, es asumido como sinónimo de malo o vil, despreciable y reprensible. El mismo Rebelais lo explica con mucha claridad en Gargantúa: “[…] tomad estos dos contrarios: alegría y tristeza, y luego estos dos: blanco y negro […]. Si es así que negro significa duelo, evidentemente blanco habrá de significar alegría.”

Los textos gargantuescos se rebelan contra esta imposición estética y ética que ha dominado la sociedad durante siglos enteros, y no es sino mediante el humor que expresan la inconformidad del autor al respecto. “¿Quién os amedrenta?” pregunta Rebelais en el capítulo IX de Gargantúa, “[…] ¿Quién os dice que blanco significa fe y azul firmeza? […] sin razón, sin causa y sin apariencia ha osado prescribir por su particular autoridad el significado de los colores; así hacen los tiranos al colorar su arbitrio en el lugar de la razón […]”.  Es esta imposición que devora el libre pensamiento la que impele a Rebelais a empuñar el recurso de la sátira como mandoble para cercenar de un contundente tajo los cánones de parasitan la literatura.

En todo lo largo y ancho de la obra abundan por doquier temas escatológicos, extravagantes y grotescos,  mientras el autor rechaza el uso de siquiera el más mínimo de los eufemismos, utilizando sin recato un lenguaje soez, completamente alarmante. Sus personajes son sucios, groseros y toscos; gigantes borrachos, libidinosos y glotones. Pese a esto, todas estas características (para sorpresa del lector) son acompañadas por virtudes como las del ingenio, la sabiduría, en incluso, en ciertas ocasiones, la de la bondad; aun a pesar de las ásperas costumbres de los gigantes representados en la obra, no existe ni una sola mueca de crueldad o maldad pura o meramente vil en ellos, y aunque para muchos ofensivo, el humor manejado por ellos, más allá de ser jocoso, es sumamente amigable, e inclusive familiar. De este modo, es creado por Rebelais un contraste hondamente vistoso, tras el cual lo aparentemente malo esconde dentro de sí una realidad inversa: algo éticamente aceptable para cualquiera que examine las líneas de la novela. 

Rebelais pretende lograr con su obra y la sátira en ella que el lector, aunque contrariado, logre sentir empatía por personajes que estéticamente se alejan de lo política, social y moralmente correcto, pero que a su vez encarnan principios y poseen cualidades que, sin dejar de mostrarse cubiertos por una gruesa cáscara burlesca y sarcástica, serían a todas luces envidiables incluso para el más recto de los ciudadanos. Inclusive desde el prólogo mismo, el polémico autor ejemplifica de manera muy clara lo que pretende plasmar en las líneas de sus páginas, yuxtaponiendo en Sócrates, de un modo hilarante, su fealdad con su brillantez mental. De esta manera, expresa: “Así […] era Sócrates, porque viéndole y estimándole sólo por su exterior, no hubieseis dado por él una piel de cebolla; escuálido de cuerpo y ridículo de presencia, […] la cara de loco, sencillo en sus costumbres, rústico en sus vestiduras, pobre de fortuna, desdichado con las mujeres, inepto para todos los oficios […], siempre bebiendo en compañía de cualquiera, siempre burlándose […]. Pero al abrir esta caja, hubieseis encontrado dentro una celeste e inapreciable droga: entendimiento más que humano, virtudes maravillosas, valor invencible, sobriedad sin ejemplo, equilibrio, seguridad perfecta […]”.

El burlesco pero definitivamente ingenioso autor alza la voz como defensor del derecho humano a manifestar una valoración estética sin verse amordazado por un régimen moral social que incluso termina trastocando su visión ética personal. Foucault, durante su última entrevista, se formulaba una interesante pregunta: “¿Por qué no puede ser la vida una obra de arte?”; a lo que Rebelais sin duda alguna habría respondido: la vida ya es una obra de arte, mas no te permiten advertirlo. 

La libertad de pensamiento y apreciación tanto ética como estética podrá respirar con alivio al ser destrozados los eslabones que la comprimen, y sólo entonces logrará el ser humano establecer nuevas relaciones entre ambas ramas, o inclusive deshacerse por completo de la necesidad de que éstas existan.  Alcanzar esta capacidad de interpretación impoluta debe ser la meta por la cual es necesario oponerse a los cánones preestablecidos; sólo de este modo puede reconciliarse el hombre con su aptitud primigenia para el análisis; una inmaculada y libre de toda influencia despótica. De tal modo, explica Rebelais “[…] no debe esta significación a una imposición humana, instituida o promulgada, sino que nace de todo el mundo […] El consentimiento universal, que no es hijo de un acuerdo y para el que la naturaleza no da argumento ni razón, pero que cada uno de pronto puede comprender por sí mismo, sin ser instruido en ello por una tercera persona, lo llamamos derecho natural.” El ser humano es amo y dueño de tal derecho, y sólo está en él, en nosotros, en cada uno como individuo libre y consciente, hacer uso del mismo, ya sea de un modo pantagruelista, como el que profesaba Rebelais, o de uno propio y completamente personal.

- Elohim Flores.
10/16

No hay comentarios:

Publicar un comentario