Introducción y
antecedentes: la literatura española medieval
La literatura es un organismo vivo:
nace, se desarrolla, lucha por sobrevivir, se multiplica, y fallece.
Posteriormente, el proceso se repite, y el reiterado ciclo conduce a la más
lógica de las conclusiones; a la evolución. Así como la lengua se adapta y cambia
a medida de que lo hace el hombre, la literatura se desarrolla en justa medida
con el pensamiento humano, y aún en un supuesto período de oscurantismo como
los fue la Edad Media, la literatura encontró su camino y legó, obra tras obra,
un código genético que recolectó los mejores aspectos que el pensamiento humano
podía ofrecer; herencia para la humanidad entera.
A pesar de lo que pueda pensarse, la
literatura medieval dejó a su paso una arraigada influencia estilística e
incluso estética que prepararía el terreno al nacimiento de la literatura
renacentista, y, si bien este influjo fue lentamente desplazado, no puede
negarse su trascendencia a la hora de estudiar las obras de épocas posteriores.
La literatura española de la Era Medieval
nació entre las masas rurales, como medio de entretenimiento y fuente de
ingresos para la plebe, y tuvo una fértil proliferación gracias a su carácter
oral (debido precisamente a sus orígenes populares). Los cantares de gesta
recitados por juglares no sólo permitían abrir ventanas a un mundo de aventuras
y heroicas hazañas para los interesados oyentes, sino que fortalecían los
cánones morales establecidos en la sociedad por la iglesia. Las rencillas
imperantes contra los moros y los inicios de la Reconquista impregnaban los
versos de dichos cantos, y esta influencia islámica, tanto desde un punto de
vista temático como lingüístico, tendría suma relevancia en la progresiva
construcción de una literatura castellana.
Dicho esto, la religiosidad es un evidente
e innegablemente tema de total preponderancia en la literatura medieval, y deja
también una profunda marca que podrá seguir siendo avistada en las obras
venideras. El canto de los juglares no tardaría en ser adoptado y perfeccionado
por los clérigos, quienes comprendieron que aquello sería una excelente
herramienta para difundir la palabra católica y aleccionar a los receptáculos
de dichas historias. Es de este modo que la transmisión oral de la literatura
medieval da un salto al lenguaje escrito.
Aunque el predominio del latín evitaba
que el castellano alcanzase la relevancia suficiente como para imponerse y dar
vida a una escritura en prosa con la fortaleza suficiente para elevarse sobre
la lírica y la poesía medievales, los clérigos, eruditos de su época, refinaron
paulatinamente el arte de la escritura en verso, y no pasó mucho tiempo antes
de esta evolución consiguiese que la prosa asomara sus primeros indicios en el
territorio castellano, bajo forma de crónicas históricas o registros civiles y
políticos.
La estructura literaria medieval comenzó
a variar a medida que la mentalidad de los autores de la época evolucionaba, y
lentamente la rigidez de las obras de clerecía cedería terrero a una amalgama que
cobijaría la relativa libertad métrica de los cantos de juglaría, la inserción
de fragmentos en prosa, y una variedad temática que escaparía en ocasiones de
la sombra escolástica (aunque esta no llegase a atenuarse del todo).
Lentamente, el debilitamiento de la
iglesia católica causado por los cismas internos que desembocarían en la
reforma, y el declive del sistema feudal, traerían fin a la edad media (entre
otros aspectos), y con ello, provocarían una notable transformación en la
expresión literaria. No obstante, lejos de ser erradicados por completo, todos
los aspectos estilísticos y estéticos de la literatura medieval permanecerían
de un modo u otro en el panorama previo a la llegada de la evolución
renacentista, funcionando como abono para las futuras obras.
Transición entre
la literatura medieval y la renacentista
El humanismo, movimiento dedicado a la
recuperación de la cultura clásica griega y su pensamiento antropocéntrico,
comenzó a abrirse paso en la realidad medieval, proponiendo un enfoque renovado
tras el abismo feudal en donde el valor del intelecto y la razón se elevó de
modo supremo, unido de la mano con el valor de la belleza y el estilismo
armónico pregonado por la cultura grecorromana. Autores italianos como
Francesco Petrarca con su Cancionero y Dante Alighieri con La Divina Comedia
lograron fusionar los cánones cristianos escolásticos con la concepción
humanista naciente, no sólo logrando una amalgama perfecta entre ambas
corrientes del pensamiento sino también consiguiendo un nutrido y provechoso
resultado que ejercería enormes influencias en autores propiamente renacentistas
de la talla de Garcilaso de la Vega.
En España, la obra de transición entre
el Medioevo y el período renacentista por excelencia es “La Celestina”,
atribuida generalmente a Fernando de Rojas. En “2La Celestina”, escrita en
pleno reinado de los Reyes Católicos, actores de suma importancia política en
el futuro establecimiento y afianzamiento del renacimiento (el cual se
encontraba ya en su última etapa de gestación), se presentan los primeros
indicios humanísticos dentro de la literatura española, bajo forma de comedia dialogada,
exponiendo a través de sus personajes un antropocentrismo que sería fundamental
en el renacimiento, multiplicidad de diálogos argumentativos que propician el
uso de la lógica (y que, por ende, exaltan la relevancia de la razón), y
exhibiendo referencias clásicas que no harían otra cosa que pavimentar el
trayecto a la resurrección de los valores clásicos en autores claramente
influenciados por ella, como Pedro Calderón de la Barca (quien incluso redactó
una comedia llamada “Celestina”), e inclusive en la novela picaresca con su
humor particular.
De este modo, no sólo el pensamiento del
hombre medieval sino también los productos artísticos de su intelecto dejaron
lentamente entrever los paradigmas humanistas que darían fruto, con el
nacimiento del Renacimiento, al inicio de una de las más provechosas épocas de
la literatura española: el Siglo de Oro.
El Renacimiento
en Europa y España
No muy lejos de la caída de
Constantinopla a manos de los turcos y el declive general del feudalismo,
factores más específicos como el de la invención de la imprenta por Gutenberg,
el de la llegada de Colón a América, el de la Reforma protestante e inclusive
el de los avances científicos encabezados por personalidades como Copérnico y
Galileo, representaron catalizadores que propiciaron el surgimiento genuino del
Renacimiento. Las academias tomaron la decisión de recuperar los valores
grecolatinos (como ya se ha mencionado), a causa de la decadencia del hombre
post-medieval.
El humanismo consiguió abrirse paso de
manera definitiva entre los eruditos, artistas e intelectuales en general,
favorecido por la enorme difusión de textos griegos que llevaban consigo los
eruditos bizantinos que escaparon durante el asedio turco a Constantinopla.
Esto, aunado al enorme avance que suponía la invención de la imprenta para la
divulgación de la literatura grecorromana y el mecenazgo (patrocinio por parte
de hombres adinerados a artistas o intelectuales para que desarrollasen sus
obras, con la intención de una ganancia a medio plazo en la imagen pública del
mecenas), permitieron que el Renacimiento humanista se apoderara de una era
entera que se encontraba por comenzar.
El Renacimiento literario en España se
vio influenciado, además de lo expuesto, por diversos factores particulares, distintos
a los otros evidenciados en el resto de Europa. En primera instancia, es de
suma importancia resaltar la impresionante presencia (y por ende, influencia)
islámica en el territorio español; presencia que se hizo notar de manera
imponente en el mismo lenguaje y, por ende, en los textos literarios
castellanos. La reconquista de este territorio (llevada a cabo tras largas
campañas que tuvieron lugar entre el 722 y el 1492) ejercería un profundo
impacto en el mundo español, y, junto a los viajes de Colón y el descubrimiento
de las riquezas americanas, conduciría al reino a su conversión en una potencia
mundial. Estos sucesos fueron presididos por Fernando II de Aragón e Isabel I
de Castilla, los Reyes Católicos, bajo cuyo mandato un período de bonanza y renovación
coadyuvó a un apogeo en las artes, y principalmente en la literatura.
La publicación de la “Gramática
castellana” de Antonio de Nebrija en 1492 abrió las puertas a toda una nueva
dimensión para el idioma, pues encarnó el primer tratado en estudiar y exponer
toda una serie de reglas para la lengua castellana, y no sólo esto, sino que a
su vez fue la primera gramática desarrollada para cualquiera de las lenguas romances,
asentando precedentes para las demás. El castellano finalmente ganaba la
preponderancia que se merecía, y ocupó su lugar en la cúspide en la que
permanecería durante un gran tiempo.
La poesía
renacentista
Los primeros autores españoles (o cuando
menos los más destacados) en ser influenciados por el pensamiento humanístico
extranjero, más específicamente el italiano (por parte de las obras de Dante y
Petrarca, y a través de ellos, las de Horacio y Virgilio), fueron Juan Boscán y
Garcilaso de la Vega, máximos exponentes renacentistas de España, encargados de
cimentar el ideal del Renacimiento con sus obras de manera perdurable. Juan
Boscán conoció en granada al humanista italiano Andrea Navagero, el cual le instó
a incorporar las particularidades métricas de la poesía italiana en las suyas
propias.
De este modo, la poesía española
renacentista utilizó el verso endecasílabo, característico de la poesía
italiana, así como algunos otros recursos, como los versos sueltos, el soneto,
el terceto, las rimas consonantes, un léxico y sintaxis simples. Sus temas
representaban alabanzas al mundo clásico y se hallaban casi siempre sumidos en
el idealismo platónico del amor y el bucolismo de Ovidio. La satisfacción por
las cosas sencillas pero equilibradas, la belleza intrínseca de lo íntimo y
confidencial, y la eterna pero majestuosa batalla entre la razón y la pasión
(presente en todas las obras renacentistas) impregnaban la temática de la
poesía del Renacimiento.
Garcilaso de la Vega, escritor a la
vanguardia del movimiento poético renacentista español junto a Juan Boscán,
escribió a través de sus poemas alabanzas a tres grandes factores ya
mencionados como los más prominentes de la poesía renacentista: al mundo
mitológico griego como fuente de inspiración estética, a la concepción
platónica del amor, y a la belleza idílica de la naturaleza. Su lenguaje
preciso, nítido e impoluto le convirtió rápidamente en un punto de referencia
para la miríada de poetas que lo sucedieron tanto a él como a Juan Boscán en la
deliciosa poesía de raíces italianas, los cuales se veían atraídos por aquellos
versos espontáneos, poco pomposos pero completamente sublimes, y aquellas
estrofas tan carentes de cultismos pero tan enriquecidas en su estilo como las
mejor diseñadas.
La literatura
religiosa ascética y mística
A mediados del siglo XVI, en la época de
la Contrarreforma (movimiento católico destinado a oponerse a la Reforma
luterana), la influencia del resto de Europa fue rechazada de lleno para evitar
la entrada a España del pensamiento protestante. La literatura recupera su
antiguo estandarte religioso, y torna a ser instrumento de la iglesia católica.
Esta literatura religiosa se manifestó indiferentemente tanto en versos como en
prosa, pero fue expresada bajo dos formas bien diferenciadas:
La ascética, que instruía a sus lectores
en las vías del cristianismo y en el correcto modo de seguirlas, así como a
respetar y acatar los preceptos morales establecidos por las escrituras
sagradas avaladas por el catolicismo.
Y la mística, la cual narraba el éxtasis
experimentado por aquellas personas privilegiadas por haber recibido alguna
especie de contacto divino, ya fuese a través de alguna revelación o milagro.
La intención de la mística era publicitar (de algún modo u otro) los beneficios
y la grandeza de la fe al verse ésta materializada y recompensada con algún
suceso de índole divina.
Fray Luis de León, San Juan de la Cruz y
Santa Teresa de Jesús fueron los principales exponentes de la literatura
ascética y mística. Fray Luis de León adoptó el estilo sencillo pero hermoso de
Garcilaso de la Vega, reemplazando solamente los temas bucólicos y amorosos por
enseñanzas religiosas moralizadoras. Fray Luis tuvo la particularidad de
acompañar y ejemplificar los pasajes bíblicos con fragmentos clásicos y de
fundir la fe cristiana con la concepción neoplatónica del amor (elementos
imprescindibles de toda obra renacentista), práctica ésta que incluso le
traería problemas con la mismísima Inquisición.
San Juan de la Cruz, por su parte,
resaltó por haber amalgamado los cancioneros líricos castellanos con la poética
italiana y las enseñanzas moralizantes bíblicas, utilizando en sus escritos
elementos coloquiales que acolchaban de manera sumamente eficaz los cultismos
propios del pensamiento eclesiástico.
Finalmente, Santa Teresa de Jesús o de
Ávila practicó un estilo de escritura mucho más apasionado y menos restringido
que el de sus compañeros. En su poesía abundaba el tono entusiasta y cordial
propio de su personalidad, y se sujetó mucho menos a los cánones bíblicos que
otros escritores religiosos, prefiriendo adoptar un estilo propio y original
que caló rápidamente entre los lectores.
La prosa
renacentista: la Picaresca
A pesar de que la prosa había sido de
entre todos los géneros el que poseía menor relevancia en la Edad Medieval,
ésta experimentó un auge sin precedentes durante el Renacimiento. En primera
instancia, la prosa fue impulsada por su requerimiento como instrumento
didáctico de los ideales humanistas imperantes en la época. Juan de Valdés,
humanista y protestante español, fue uno de los principales propulsores de la
prosa didáctica, la cual tenía como objetivo, presentada bajo forma de diálogos
(al mejor estilo griego), perfeccionar las maneras y costumbres humanas y
renovar la sociedad desde la raíz. Posteriormente, la literatura religiosa
ascética y mítica contribuyó hondamente a la coronación de la prosa como estilo
literario.
No fue sino hasta el nacimiento de la
novela picaresca, muy entrada ya la era del Renacimiento (casi tocando ya su
fin) que la prosa alcanzó un nivel de impacto de tal magnitud que ocuparía
irreversiblemente un lugar privilegiado como estilo literario legítimo. Casi
entrado ya el período Barroco, las novelas picarescas irrumpieron en el
panorama como señal de protesta ante la nueva decadencia política en la que
comenzaba a sumergirse el reino. Como elemento de contraste a la idílica imagen
proporcionada por las obras hasta el momento, las novelas picarescas parodiaron
de manera irreverente toda clase de literatura idealista y expusieron con
crudeza la realidad social que asaltaba a la población entera.
La precursora de las novelas picarescas
fue “La vida de Lazarillo de Tormes”, de autor incierto. El Lazarillo de Tormes
se presenta como una crítica directa a la sociedad autodestructiva y víctima
del abandono a su suerte por parte de los hombres al poder, muy lejana al ideal
humanista perdido hacía mucho tiempo ya, y carente de los preceptos morales que
la literatura religiosa se afanaba en exaltar. El Lazarillo de Tormes va mucho
más allá y se convierte en el grito de auxilio (y denuncia) de toda una
población hundida en la miseria de la propia decadencia humana, mientras el
clero y la monarquía hacen de oídos sordos frente a las súplicas del hombre
desamparado. Fue tal el impacto del Lazarillo de Tormes (y como tal, de la
novela picaresca por sí misma), que tras su publicación, la Inquisición se dio
a la tarea de censurarla rápidamente.
La prosa renacentista fue en su auge,
irónicamente, quien abrió las puertas para la entrada del período de desengaño
y decepción Barroco, marcando el final de un Renacimiento que, lamentablemente,
terminó hundido en sus propias cenizas y fue incapaz de renacer.
Conclusión
Aún a pesar de aparentar haber superado
un período de decadencia sólo para trastabillar y caer de lleno en otro, la
literatura española salió altamente beneficiada y enriquecida tras su paso por
el período renacentista (y un tanto puede afirmarse sobre su paso por la Edad
Media), y su llegada al período Barroco no se ve representada por una caída
estrepitosa sino más bien por un leve y nostálgico deslizamiento. La cultura
amasada en el Renacimiento representó un fertilizante perfecto (el de la mejor
calidad) para el cultivo de nuevas generaciones que se encargarían de extender
el áureo legado literario de España durante casi dos siglos más.
La intencionalidad de renovación
enarbolada por el período renacentista lamentablemente fracasó debido al
exacerbado idealismo que portaba como estandarte; idilio que fue incapaz de
perdurar a las crisis económicas y el declive social general. No obstante,
permanece como un hermoso recuerdo y una etérea fantasía que indica siempre que
se voltea a observarla cómo el ser humano es capaz de encarnar, siquiera en el
platónico mundo de las ideas, una plétora de cualidades, valores y principios
con los cuales adquiere la capacidad de abandonar la sucia realidad mundana,
flotar entre las nubes y tocar el cielo con un dedo. No es sensato olvidar que,
después de todo, el Renacimiento español marcó la historia con el nacimiento
del insigne Siglo de Oro del arte, de las letras, y (¿por qué no decirlo?) del
hombre.
- Elohim Flores.
02/17
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