lunes, 17 de abril de 2017

El Renacimiento Literario Español [Informe Analítico]



Introducción y antecedentes: la literatura española medieval

La literatura es un organismo vivo: nace, se desarrolla, lucha por sobrevivir, se multiplica, y fallece. Posteriormente, el proceso se repite, y el reiterado ciclo conduce a la más lógica de las conclusiones; a la evolución. Así como la lengua se adapta y cambia a medida de que lo hace el hombre, la literatura se desarrolla en justa medida con el pensamiento humano, y aún en un supuesto período de oscurantismo como los fue la Edad Media, la literatura encontró su camino y legó, obra tras obra, un código genético que recolectó los mejores aspectos que el pensamiento humano podía ofrecer; herencia para la humanidad entera.

A pesar de lo que pueda pensarse, la literatura medieval dejó a su paso una arraigada influencia estilística e incluso estética que prepararía el terreno al nacimiento de la literatura renacentista, y, si bien este influjo fue lentamente desplazado, no puede negarse su trascendencia a la hora de estudiar las obras de épocas posteriores. 

La literatura española de la Era Medieval nació entre las masas rurales, como medio de entretenimiento y fuente de ingresos para la plebe, y tuvo una fértil proliferación gracias a su carácter oral (debido precisamente a sus orígenes populares). Los cantares de gesta recitados por juglares no sólo permitían abrir ventanas a un mundo de aventuras y heroicas hazañas para los interesados oyentes, sino que fortalecían los cánones morales establecidos en la sociedad por la iglesia. Las rencillas imperantes contra los moros y los inicios de la Reconquista impregnaban los versos de dichos cantos, y esta influencia islámica, tanto desde un punto de vista temático como lingüístico, tendría suma relevancia en la progresiva construcción de una literatura castellana.

Dicho esto, la religiosidad es un evidente e innegablemente tema de total preponderancia en la literatura medieval, y deja también una profunda marca que podrá seguir siendo avistada en las obras venideras. El canto de los juglares no tardaría en ser adoptado y perfeccionado por los clérigos, quienes comprendieron que aquello sería una excelente herramienta para difundir la palabra católica y aleccionar a los receptáculos de dichas historias. Es de este modo que la transmisión oral de la literatura medieval da un salto al lenguaje escrito. 

Aunque el predominio del latín evitaba que el castellano alcanzase la relevancia suficiente como para imponerse y dar vida a una escritura en prosa con la fortaleza suficiente para elevarse sobre la lírica y la poesía medievales, los clérigos, eruditos de su época, refinaron paulatinamente el arte de la escritura en verso, y no pasó mucho tiempo antes de esta evolución consiguiese que la prosa asomara sus primeros indicios en el territorio castellano, bajo forma de crónicas históricas o registros civiles y políticos.

La estructura literaria medieval comenzó a variar a medida que la mentalidad de los autores de la época evolucionaba, y lentamente la rigidez de las obras de clerecía cedería terrero a una amalgama que cobijaría la relativa libertad métrica de los cantos de juglaría, la inserción de fragmentos en prosa, y una variedad temática que escaparía en ocasiones de la sombra escolástica (aunque esta no llegase a atenuarse del todo).

Lentamente, el debilitamiento de la iglesia católica causado por los cismas internos que desembocarían en la reforma, y el declive del sistema feudal, traerían fin a la edad media (entre otros aspectos), y con ello, provocarían una notable transformación en la expresión literaria. No obstante, lejos de ser erradicados por completo, todos los aspectos estilísticos y estéticos de la literatura medieval permanecerían de un modo u otro en el panorama previo a la llegada de la evolución renacentista, funcionando como abono para las futuras obras.



Transición entre la literatura medieval y la renacentista

El humanismo, movimiento dedicado a la recuperación de la cultura clásica griega y su pensamiento antropocéntrico, comenzó a abrirse paso en la realidad medieval, proponiendo un enfoque renovado tras el abismo feudal en donde el valor del intelecto y la razón se elevó de modo supremo, unido de la mano con el valor de la belleza y el estilismo armónico pregonado por la cultura grecorromana. Autores italianos como Francesco Petrarca con su Cancionero y Dante Alighieri con La Divina Comedia lograron fusionar los cánones cristianos escolásticos con la concepción humanista naciente, no sólo logrando una amalgama perfecta entre ambas corrientes del pensamiento sino también consiguiendo un nutrido y provechoso resultado que ejercería enormes influencias en autores propiamente renacentistas de la talla de Garcilaso de la Vega. 

En España, la obra de transición entre el Medioevo y el período renacentista por excelencia es “La Celestina”, atribuida generalmente a Fernando de Rojas. En “2La Celestina”, escrita en pleno reinado de los Reyes Católicos, actores de suma importancia política en el futuro establecimiento y afianzamiento del renacimiento (el cual se encontraba ya en su última etapa de gestación), se presentan los primeros indicios humanísticos dentro de la literatura española, bajo forma de comedia dialogada, exponiendo a través de sus personajes un antropocentrismo que sería fundamental en el renacimiento, multiplicidad de diálogos argumentativos que propician el uso de la lógica (y que, por ende, exaltan la relevancia de la razón), y exhibiendo referencias clásicas que no harían otra cosa que pavimentar el trayecto a la resurrección de los valores clásicos en autores claramente influenciados por ella, como Pedro Calderón de la Barca (quien incluso redactó una comedia llamada “Celestina”), e inclusive en la novela picaresca con su humor particular.

De este modo, no sólo el pensamiento del hombre medieval sino también los productos artísticos de su intelecto dejaron lentamente entrever los paradigmas humanistas que darían fruto, con el nacimiento del Renacimiento, al inicio de una de las más provechosas épocas de la literatura española: el Siglo de Oro.



El Renacimiento en Europa y España

       No muy lejos de la caída de Constantinopla a manos de los turcos y el declive general del feudalismo, factores más específicos como el de la invención de la imprenta por Gutenberg, el de la llegada de Colón a América, el de la Reforma protestante e inclusive el de los avances científicos encabezados por personalidades como Copérnico y Galileo, representaron catalizadores que propiciaron el surgimiento genuino del Renacimiento. Las academias tomaron la decisión de recuperar los valores grecolatinos (como ya se ha mencionado), a causa de la decadencia del hombre post-medieval.

El humanismo consiguió abrirse paso de manera definitiva entre los eruditos, artistas e intelectuales en general, favorecido por la enorme difusión de textos griegos que llevaban consigo los eruditos bizantinos que escaparon durante el asedio turco a Constantinopla. Esto, aunado al enorme avance que suponía la invención de la imprenta para la divulgación de la literatura grecorromana y el mecenazgo (patrocinio por parte de hombres adinerados a artistas o intelectuales para que desarrollasen sus obras, con la intención de una ganancia a medio plazo en la imagen pública del mecenas), permitieron que el Renacimiento humanista se apoderara de una era entera que se encontraba por comenzar.

El Renacimiento literario en España se vio influenciado, además de lo expuesto, por diversos factores particulares, distintos a los otros evidenciados en el resto de Europa. En primera instancia, es de suma importancia resaltar la impresionante presencia (y por ende, influencia) islámica en el territorio español; presencia que se hizo notar de manera imponente en el mismo lenguaje y, por ende, en los textos literarios castellanos. La reconquista de este territorio (llevada a cabo tras largas campañas que tuvieron lugar entre el 722 y el 1492) ejercería un profundo impacto en el mundo español, y, junto a los viajes de Colón y el descubrimiento de las riquezas americanas, conduciría al reino a su conversión en una potencia mundial. Estos sucesos fueron presididos por Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, los Reyes Católicos, bajo cuyo mandato un período de bonanza y renovación coadyuvó a un apogeo en las artes, y principalmente en la literatura.

La publicación de la “Gramática castellana” de Antonio de Nebrija en 1492 abrió las puertas a toda una nueva dimensión para el idioma, pues encarnó el primer tratado en estudiar y exponer toda una serie de reglas para la lengua castellana, y no sólo esto, sino que a su vez fue la primera gramática desarrollada para cualquiera de las lenguas romances, asentando precedentes para las demás. El castellano finalmente ganaba la preponderancia que se merecía, y ocupó su lugar en la cúspide en la que permanecería durante un gran tiempo.


La poesía renacentista

Los primeros autores españoles (o cuando menos los más destacados) en ser influenciados por el pensamiento humanístico extranjero, más específicamente el italiano (por parte de las obras de Dante y Petrarca, y a través de ellos, las de Horacio y Virgilio), fueron Juan Boscán y Garcilaso de la Vega, máximos exponentes renacentistas de España, encargados de cimentar el ideal del Renacimiento con sus obras de manera perdurable. Juan Boscán conoció en granada al humanista italiano Andrea Navagero, el cual le instó a incorporar las particularidades métricas de la poesía italiana en las suyas propias.

De este modo, la poesía española renacentista utilizó el verso endecasílabo, característico de la poesía italiana, así como algunos otros recursos, como los versos sueltos, el soneto, el terceto, las rimas consonantes, un léxico y sintaxis simples. Sus temas representaban alabanzas al mundo clásico y se hallaban casi siempre sumidos en el idealismo platónico del amor y el bucolismo de Ovidio. La satisfacción por las cosas sencillas pero equilibradas, la belleza intrínseca de lo íntimo y confidencial, y la eterna pero majestuosa batalla entre la razón y la pasión (presente en todas las obras renacentistas) impregnaban la temática de la poesía del Renacimiento.

Garcilaso de la Vega, escritor a la vanguardia del movimiento poético renacentista español junto a Juan Boscán, escribió a través de sus poemas alabanzas a tres grandes factores ya mencionados como los más prominentes de la poesía renacentista: al mundo mitológico griego como fuente de inspiración estética, a la concepción platónica del amor, y a la belleza idílica de la naturaleza. Su lenguaje preciso, nítido e impoluto le convirtió rápidamente en un punto de referencia para la miríada de poetas que lo sucedieron tanto a él como a Juan Boscán en la deliciosa poesía de raíces italianas, los cuales se veían atraídos por aquellos versos espontáneos, poco pomposos pero completamente sublimes, y aquellas estrofas tan carentes de cultismos pero tan enriquecidas en su estilo como las mejor diseñadas.



La literatura religiosa ascética y mística

A mediados del siglo XVI, en la época de la Contrarreforma (movimiento católico destinado a oponerse a la Reforma luterana), la influencia del resto de Europa fue rechazada de lleno para evitar la entrada a España del pensamiento protestante. La literatura recupera su antiguo estandarte religioso, y torna a ser instrumento de la iglesia católica. Esta literatura religiosa se manifestó indiferentemente tanto en versos como en prosa, pero fue expresada bajo dos formas bien diferenciadas:

La ascética, que instruía a sus lectores en las vías del cristianismo y en el correcto modo de seguirlas, así como a respetar y acatar los preceptos morales establecidos por las escrituras sagradas avaladas por el catolicismo.

Y la mística, la cual narraba el éxtasis experimentado por aquellas personas privilegiadas por haber recibido alguna especie de contacto divino, ya fuese a través de alguna revelación o milagro. La intención de la mística era publicitar (de algún modo u otro) los beneficios y la grandeza de la fe al verse ésta materializada y recompensada con algún suceso de índole divina.

Fray Luis de León, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús fueron los principales exponentes de la literatura ascética y mística. Fray Luis de León adoptó el estilo sencillo pero hermoso de Garcilaso de la Vega, reemplazando solamente los temas bucólicos y amorosos por enseñanzas religiosas moralizadoras. Fray Luis tuvo la particularidad de acompañar y ejemplificar los pasajes bíblicos con fragmentos clásicos y de fundir la fe cristiana con la concepción neoplatónica del amor (elementos imprescindibles de toda obra renacentista), práctica ésta que incluso le traería problemas con la mismísima Inquisición.

San Juan de la Cruz, por su parte, resaltó por haber amalgamado los cancioneros líricos castellanos con la poética italiana y las enseñanzas moralizantes bíblicas, utilizando en sus escritos elementos coloquiales que acolchaban de manera sumamente eficaz los cultismos propios del pensamiento eclesiástico. 

Finalmente, Santa Teresa de Jesús o de Ávila practicó un estilo de escritura mucho más apasionado y menos restringido que el de sus compañeros. En su poesía abundaba el tono entusiasta y cordial propio de su personalidad, y se sujetó mucho menos a los cánones bíblicos que otros escritores religiosos, prefiriendo adoptar un estilo propio y original que caló rápidamente entre los lectores.



La prosa renacentista: la Picaresca

A pesar de que la prosa había sido de entre todos los géneros el que poseía menor relevancia en la Edad Medieval, ésta experimentó un auge sin precedentes durante el Renacimiento. En primera instancia, la prosa fue impulsada por su requerimiento como instrumento didáctico de los ideales humanistas imperantes en la época. Juan de Valdés, humanista y protestante español, fue uno de los principales propulsores de la prosa didáctica, la cual tenía como objetivo, presentada bajo forma de diálogos (al mejor estilo griego), perfeccionar las maneras y costumbres humanas y renovar la sociedad desde la raíz. Posteriormente, la literatura religiosa ascética y mítica contribuyó hondamente a la coronación de la prosa como estilo literario.

No fue sino hasta el nacimiento de la novela picaresca, muy entrada ya la era del Renacimiento (casi tocando ya su fin) que la prosa alcanzó un nivel de impacto de tal magnitud que ocuparía irreversiblemente un lugar privilegiado como estilo literario legítimo. Casi entrado ya el período Barroco, las novelas picarescas irrumpieron en el panorama como señal de protesta ante la nueva decadencia política en la que comenzaba a sumergirse el reino. Como elemento de contraste a la idílica imagen proporcionada por las obras hasta el momento, las novelas picarescas parodiaron de manera irreverente toda clase de literatura idealista y expusieron con crudeza la realidad social que asaltaba a la población entera.

La precursora de las novelas picarescas fue “La vida de Lazarillo de Tormes”, de autor incierto. El Lazarillo de Tormes se presenta como una crítica directa a la sociedad autodestructiva y víctima del abandono a su suerte por parte de los hombres al poder, muy lejana al ideal humanista perdido hacía mucho tiempo ya, y carente de los preceptos morales que la literatura religiosa se afanaba en exaltar. El Lazarillo de Tormes va mucho más allá y se convierte en el grito de auxilio (y denuncia) de toda una población hundida en la miseria de la propia decadencia humana, mientras el clero y la monarquía hacen de oídos sordos frente a las súplicas del hombre desamparado. Fue tal el impacto del Lazarillo de Tormes (y como tal, de la novela picaresca por sí misma), que tras su publicación, la Inquisición se dio a la tarea de censurarla rápidamente.

La prosa renacentista fue en su auge, irónicamente, quien abrió las puertas para la entrada del período de desengaño y decepción Barroco, marcando el final de un Renacimiento que, lamentablemente, terminó hundido en sus propias cenizas y fue incapaz de renacer.



Conclusión

Aún a pesar de aparentar haber superado un período de decadencia sólo para trastabillar y caer de lleno en otro, la literatura española salió altamente beneficiada y enriquecida tras su paso por el período renacentista (y un tanto puede afirmarse sobre su paso por la Edad Media), y su llegada al período Barroco no se ve representada por una caída estrepitosa sino más bien por un leve y nostálgico deslizamiento. La cultura amasada en el Renacimiento representó un fertilizante perfecto (el de la mejor calidad) para el cultivo de nuevas generaciones que se encargarían de extender el áureo legado literario de España durante casi dos siglos más.

La intencionalidad de renovación enarbolada por el período renacentista lamentablemente fracasó debido al exacerbado idealismo que portaba como estandarte; idilio que fue incapaz de perdurar a las crisis económicas y el declive social general. No obstante, permanece como un hermoso recuerdo y una etérea fantasía que indica siempre que se voltea a observarla cómo el ser humano es capaz de encarnar, siquiera en el platónico mundo de las ideas, una plétora de cualidades, valores y principios con los cuales adquiere la capacidad de abandonar la sucia realidad mundana, flotar entre las nubes y tocar el cielo con un dedo. No es sensato olvidar que, después de todo, el Renacimiento español marcó la historia con el nacimiento del insigne Siglo de Oro del arte, de las letras, y (¿por qué no decirlo?) del hombre.


- Elohim Flores.
02/17

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