La
melancolía es un estado anímico que presenta la despiadada particularidad de
empapar, sin ninguna distinción, a cualquier persona en cualquier momento
determinado, sin aviso previo alguno. De manera inesperada asalta de igual modo
al hombre inmerso en la meditación existencial, a la mujer prendada por la
hermosura del paisaje que contempla, y al niño que recuerda sus últimas
vacaciones. El volátil pero acentuado sentimiento de tristeza, vástago de la melancolía,
adopta incluso la capacidad de emerger en un corazón rebosante de alegría, pues
aún por contraposición a la felicidad experimentada es engendrado el
pensamiento de su naturaleza temporal, dando espacio a la melancolía para
surcar los cielos mentales cual estrella fugaz en el firmamento nocturno… esto
es, cual estrella moribunda.
Si la melancolía posee la capacidad de
originarse incluso en el núcleo mismo de la alegría, no es de extrañar su
presencia explícita en los trabajos de Edgar Allan Poe, autor reconocido no
precisamente por su jovialidad sino, al contrario, por el predominante matiz
oscuro en sus creaciones. La melancolía representa el dolor despiadado de la
pérdida, y el temor ante la previsible, inevitable y continua reiteración de la
misma en el transcurso del tiempo; es por tanto evidente que pocos escritores
la conocen de tan primera mano como Poe. Con una vida tormentosa y una mente
acechada por los fantasmas de la aflicción, los trabajos de Poe encarnan a la
perfección, cada uno en su modo particular, un fiel y vívido retrato de la
melancolía.
“La máscara de la muerte roja” es un
relato cuyas descripciones gustan de jugar despiadadamente con las fronteras de
lo demencial. Ambientado en un exuberante y estrambótico palacio que hace a un
mismo tiempo las veces de refugio contra la peste, prisión para los desdichados
cuya única opción es la de recluirse en él, y delirante salón de baile para el
príncipe y los sirvientes que protagonizan la narración, el cuento se dedica a
describir el derroche y la vanagloria de la humanidad misma; petulancia que se
ve interrumpida por la sorpresiva visita de la muerte encarnada en persona. No
obstante, bajo los predominantes temas de la vanidad y la locura humanas, y el
inevitable cese de la vida frente a la visita siempre segura de la parca, subyace
con opaco brillo la imperecedera presencia de la melancolía.
Es el temor a la extinción de la vida lo
que provoca que el príncipe y su séquito se confinen en el castillo; su
encierro como solución al peligro que amenaza con arrancarlos del bienestar
acostumbrado y la entrega desmedida a los placeres mundanos no son más que
resoluciones que apuntan a la quizás fútil erradicación del dolor, y aunque el
dolor no representa por sí mismo a la melancolía, la preocupación que deviene
de su atisbo en el horizonte y la marca de la huella que deja su tránsito a
través del alma la personifican enteramente. La certeza de que las medidas
tomadas sólo logran retrasar lo inevitable acarrea consigo una tristeza y una
aflicción de tales magnitudes, que los esfuerzos por disfrutar de la calma
antes de la tormenta son completamente vanos.
El aislamiento es característica
esencial de un espíritu ahogado por la melancolía, y la soledad, paraje
inevitable para quien ha sido inundado por el exasperante sentimiento que la
acompaña. El grupo de nobles oculto en el castillo se aísla de un mundo tóxico,
y vive bajo la lacerante incertidumbre de un futuro condenado a la perdición.
La lectura transmite de tal manera una amalgama de desasosiego y perturbación,
que resulta prácticamente imposible no culminarla realizando una inmersión en
los brazos de la melancolía, tras comprender que todos los esfuerzos por
escapar de la mano maldita del destino, sean cuales sean, resultarán siempre
vacuos, completamente impotentes ante el yugo de lo indefectible.
Aristóteles explicaba que la melancolía
era producto de la acumulación excesiva de una llamada bilis negra en el
interior del cuerpo humano (etimológicamente es tal, de hecho, el significado
de la palabra “melancolía”; μελασ = negro, χολησ = bilis), y en “La máscara de
la muerte roja”, si bien la muerte se encontraba entintada de rojo, nada había
más oscuro que la habitación dentro de la cual la segadora comete el genocidio;
nada más melancólico que el salón de terciopelo negro.
- Elohim Flores.
03/17
03/17
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