El ser humano,
olvidadizo por excelencia, a menudo pierde el rastro de sus propias huellas y
se encuentra a mitad de la nada, intentando encontrar una pista sobre su paradero
actual antes de zozobrar en el maremágnum de las dudas del presente, incapaz de
discernir entre los vestigios de su historia los mensajes con la respuesta a
tan comprometedora situación.
En la sociedad
actual, todo un torrente de
problemáticas que hacen acto de aparición sin cesar parece descender
inexplicablemente desde la nada, y los hombres luchan sin tregua para
sobrevivir al sobrevenir, muchas veces sin éxito alguno. Pero la realidad
social reposa (entre algunos otros) sobre un eje fundamental: el lenguaje. Es
mediante la comprensión del lenguaje y su dominio que es posible maniobrar a
través las vicisitudes que la sociedad presenta en el día a día. No obstante,
es esencial, para efectuar una manipulación completamente efectiva del mismo,
conocer tanto de su historia como sea posible. Sabiendo de dónde vienen las
cosas, resulta sumamente sencillo descubrir hacia dónde éstas se dirigen.
El lenguaje que
utilizamos en particular, el español, pertenece, junto a otros de igual
renombre como el francés, el italiano y el portugués, al grupo de las lenguas
romances. Las lenguas romances poseen actualmente un área de influencia
impresionante y más de 950 millones de hablantes en su haber, y aún así,
proceden todas de un mismo origen: el latín. Es debido a esto que todas las
llamadas lenguas romances comparten similitudes ya sea lexicales o
gramaticales. Entonces, ¿cómo más de 15 lenguas distintas pueden provenir todas
de una misma raíz? ¿Cómo fue posible que el latín diese luz a tal miríada de
idiomas?
Para encontrar la
respuesta, es necesario remontarse al pasado y viajar a los tiempos del Imperio
Romano. Si bien es cierto que existe una confluencia de diversos factores de
distintas índoles que intervinieron en la evolución del latín a las lenguas
romances y en su posterior afianzamiento, es sencillo discernir el origen de
tales factores, pues todo comienza con una palabra clave: expansión.
El expansionismo
romano tenía como objetivo no simplemente mantener bajo control cualquier
posible amenaza en las adyacencias de Roma y anexar su territorio al del imperio,
sino principalmente el de establecer un dominio tributario; era a través de los
impuestos que el imperio mantenía su hegemonía. No obstante, sería imposible
recaudar impuestos de tierras deshabitadas; es por esto que los romanos
evitaban masacrar o erradicar las poblaciones conquistadas. Al contrario, los
romanos ofrecían diversos beneficios tanto territoriales como económicos a los
pueblos vencidos, y no sólo esto, sino que permitían que conservasen sus
sistemas sociales y culturales. De este modo, los romanos no intentaban
aplastar a sus enemigos sino anexarlos civilizadamente al imperio. Roma no
intentaba destruir ciudades, sino formarlas y aprovechar todos los recursos que
éstas pudiesen entregar.
De entre todas, la
conquista de la península ibérica posee esencial importancia en la historia de
la formación de las lenguas romances. Tras haber sido conquistados, el modus
operandi romano de absorción social más que de destrucción o matanza propició
el intercambio cultural entre los soldados, hablantes de latín vulgar, y los
habitantes de los pueblos vencidos, suscitando una mixtura a partir de la progresiva
interacción entre el latín y las lenguas foráneas. Además, los nativos de
territorios conquistados eran convertidos en esclavos y llevados a ciudades
romanas para servir como mano de obra. Una vez allí, aprendían ciertos niveles
de latín, y, al ser liberados y regresar a sus patrias, contribuían aún más a su
propagación y posterior amalgama con las lenguas o dialectos propios de cada
territorio dominado.
De este modo, el
entresijo formado por el latín y las lenguas nativas se extendió a través de la
península ibérica, formando en cada sitio, con ciertas variaciones
comprensibles debido a diferencias culturales, sociales e incluso geográficas, distintas
lenguas llamada posteriormente “romances”.
Fue entonces,
gracias al intercambio cultural producto de la expansión del imperio romano y
la interacción entre el latín y los dialectos aledaños que las lenguas romances,
de manera paulatina, fueron formadas, y serían reforzadas posteriormente y de
modo permanente por el arte y la cultura romanas, siempre imperantes, siempre
crecientes, siempre influyentes. El imperio romano había trascendido fronteras
materiales, gracias a su política de adhesión de las sociedades dominadas, y
comenzaba a inmortalizarse en la realidad social de un continente entero no
sólo bajo la forma de una lengua, sino de un racimo entero de ideas y cánones;
bajo la forma de una cultura. Esta trascendencia perduraría aún tras el ocaso
del imperio, hasta llegar a nuestros días, indeleble e invulnerable al embate
del tiempo.
El lenguaje es
adaptable y se mantiene en constante movimiento, al igual que la sociedad en la
que se desenvuelve. La comprensión de este aspecto es fundamental para un
fluido desenvolvimiento frente a las dificultades que ella presenta de manera
indetenible. Es necesario tener siempre presente que el dominio del lenguaje
nunca es absoluto, pero es gracias a esto que se presta de manera perenne a su
perfeccionamiento.
Al adquirir la
noción de que los orígenes de nuestra lengua se remontan a un fenómeno
consistente en la interacción de hombres y pueblos heterogéneos, es posible
observar la realidad social desde otra perspectiva y notar en ella un calco
casi exacto de las eras pasadas. Es posible, pues, apreciar el hecho de que la
pluralidad es inherente al ser humano, y lejos de representar una
característica perjudicial para él, la misma contribuye a su evolución, y a la
formación de herramientas que lo auxilian durante sus etapas de adaptación y
supervivencia, tal como sucedió con las lenguas romances.
- Elohim Flores.
03/17
03/17
No hay que olvidar, la lengua griega Koiné, común en la cultura helénica y en la que fueron escritos los textos sagrados, buen resumen, te felicito!
ResponderEliminarTiene usted razón, el legado helénico es sumamente trascendental en la evolución de nuestras lenguas romances. ¡Muchas gracias por tomarse el tiempo de leer este pequeño texto!
Eliminar