La historia de la humanidad y el mundo en el que ésta se ha desenvuelto, tan amplia, substanciosa y plena como pueda considerársele, puede ser condensada y reducida a la mención de un puñado de hombres insignes que llevaron a cabo proezas y prodigios de ardua concepción. Bajo el riesgo de pecar con un reduccionismo demasiado rígido, es suficiente con mencionar personalidades (fuera de toda asociación política y/o religiosa) como Sócrates, Jesús, Galileo, Shakespeare, Colón, Beethoven, Napoleón, Bolívar y Einstein para elaborar un esquema mental más o menos completo sobre la médula que ha nutrido la esencia de la humanidad desde sus inicios; un mapa topográfico de la esencia del hombre.
En efecto, en cada ámbito y bajo cada
estandarte, un hombre o mujer ha sobresalido lo suficiente como para empuñar el
báculo del futuro y guiar a sus contemporáneos al mañana, bajo el manto de una
nueva idea. Religiones, ciencias, conquistas, filosofías, imposiciones,
culturas y revoluciones; todas han visto la luz del día tras los pasos pioneros
de personas con tal grandeza carismática o intelectual que a su marcha han
escrito, a cada paso, una nueva realidad. No obstante, es imposible evitar el
surgimiento de una duda singular que asalta el espíritu al considerar las
dimensiones que puede alcanzar tal noción: ¿basta realmente con la figura única
de un individuo para encausar todo el aplastante peso político, cultural o religioso
de una civilización y verterlo sobre los cimientos en los cuales será
edificado, cual monumento al ser humano y a las cumbres que es capaz de
alcanzar? ¿Basta realmente la voluntad de un hombre para llevar a cabo tal
hazaña? La historia se ha visto poblada de Atlas que portan sobre sus hombros
en determinadas (o indeterminadas) épocas y lugares la carga del mundo y sus
pobladores, y Alfonso X, el Sabio, regente de Castilla, desempeñó durante el
siglo XIII el rol de uno de estos titánicos pilares vivientes.
Ciertamente, a Alfonso X se le
adjudica (quizás un tanto pretenciosamente en ocasiones) la sistematización,
estandarización e institucionalización del castellano, y no por nada: fue el
rey Sabio y no otro quien, durante su reinado, normalizó el romance castellano
como lengua cortesana de un modo que bien podría considerarse como “oficial”,
lengua en la que comenzaron a ser emitidas todas las relaciones concernientes a
procesos jurídicos, económicos y administrativos de la monarquía. No obstante,
el castellano no sólo se implementó en la documentación política sino que
también fue el receptáculo de todo un proyecto de traducciones de textos
versados en materias de carácter docto que eran reservadas con exclusividad al
latín y al árabe.
La práctica traductológica consistía
hasta ese entonces en un proceso oral a través del cual un grupo de sabios y
eruditos se dedicaba a la traducción de los textos de idiomas foráneos (griego,
italiano, leonés, etc.) a la lengua romance del castellano, para posteriormente
ejecutar un proceso similar con el producto romance y engendrar una obra en las
lenguas oficiales del latín (en tierras cristianas) o del árabe (en tierras
musulmanes). Gracias a Alfonso X, esta doble transición fue medianamente
truncada (pues su práctica siguió realizándose aún tras el reinado del rey
Sabio) y estacionada en la traducción intermediaria al romance. El motivo tras
el deseo de una traducción directa al castellano, según explicó el rey Sabio
tras ordenar la de uno de los primeros textos astrológicos trabajados, era “por
que los omnes lo entendiessen mejor e se sopiessen d'él más aprovechar”
(Alfonso el Sabio, Lapidario, f. 1v).
Los frutos de las decisiones del rey
Sabio lograron fortalecer los cimientos de una lengua que trastabillaba y se bamboleaba
en el mejor de los casos frente a las acometidas culturales que variaban
dependiendo del hablante y la zona en la cual se encontrase. Además, la
sistematización de sus traducciones implicó sin lugar a dudas el
establecimiento de cierta uniformidad tanto morfológica como sintáctica con el
resultado; es decir, se buscó una normalización lingüística. La Escuela de
Traductores de Toledo, organización que ocupó el puesto protagónico durante
este enorme proceso, se vio en la tarea no sólo de amoldar al texto escrito los
usos lingüísticos de un romance vulgar que hasta entonces muy poca (por no
decir mínima) prominencia había representado (y por lo tanto, ingeniar nuevas
construcciones sintácticas), sino también de acuñar una desmedida cantidad de
neologismos y préstamos que ampliasen el léxico del romance castellano, ante la
necesidad de palabras que abarcasen los nuevos conceptos y acepciones tanto
latinas como árabes y griegas, jamás anexadas antes al idioma de Castilla. Esto
supuso un crecimiento y un enriquecimiento sumamente prolífero para la lengua
romance.
Las obras traducidas y producidas bajo
mecenazgo de Alfonso X versaron sobre leyes y derecho, historia, astronomía y
astrología, religión e incluso lírica y prosa. A la supervisión del rey Sabio se
atribuye la primera historia de España con la Estoria de España (h. 1270-74) e incluso una historia universal,
con General estoria (h. 1270-80),
gracias a la redacción de las cuales (y por necesidad referencial) se
produjeron las primeras traducciones de obras de autores de la índole de
Isidoro, Plinio el Viejo y Ovidio. Alfonso X ordenó incluso prosificaciones del
Canto del Mio Cid y otros poemas
épicos, pero uno de los más sorprendentes avances fue la traducción de
distintas obras científicas de ciencias naturales, medicina, astronomía y
astrología (considerada de carácter científico en la época), aspecto de
especial importancia si se considera que tales obras continuaron siendo
presentadas en latín hasta la edad moderna en muchos otros sitios. Fue gracias
a esto que surgieron algunas de las primeras expresiones vulgares de cálculos
matemáticos y técnicos en el castellano, nunca antes surgidas debido a lo
aparentemente innecesario de tal ejercicio.
La intervención del rey Sabio en la
producción de las obras ya mencionadas atravesaba por mucho el umbral del mero
mecenazgo. Más que emitir la orden de realizar la redacción o traducción de un
texto específico y financiar a las escuelas de traductores, el rey Alfonso X
supervisaba de manera genuinamente activa y se envolvía personalmente con los
procesos de programación, examen, ordenamiento y revisión de cada obra. Tal
atestiguaban los eruditos implicados en las traducciones:
El
rey faze un libro non por quel él escriva con sus manos mas porque compone las
razones d'él e las emienda et yegua e endereça e muestra la manera de cómo se
deven fazer, e desí escrívelas qui él manda. Peró dezimos por esta razón que el
rey faze el libro.
(Alfonso el Sabio, General
estoria I, f. 216r).
Así, pues, Alfonso X no sólo impulsaba
un enorme movimiento cultural con las continuas traducciones al romance de
textos de distintas índoles de interés para su mejor comprensión por el vulgo
sino que gustaba de tomar la responsabilidad y asumir la autoría de aquellas
obras.
Pese a esto, no pocas han sido las
críticas arrojadas a la imagen innegablemente romántica que de Alfonso X ha
sobrevivido. Se argumenta, con la intención de desmontar del pedestal en el que
se mantienen los innegables logros y avances alcanzados por la lengua
castellana bajo auspicio del rey Sabio, que la institucionalización del idioma
no alcanzó un nivel de normalización y estandarización tal y como es
comprendido hoy en día.
Menester es reconocer que la uniformidad
lingüística que se mencionó en epígrafes anteriores no adquirió una solidez
óptima, mas esto se debe a la heterogeneidad de los traductores envueltos en
los múltiples trabajos de traslación, sabios de distintas nacionalidades y
religiones. Aun cuando los textos alfonsinos no alcanzasen un verdadero impacto
en la evolución de la lengua escrita y hablada ni estableciesen una norma tal y
como se entiende hoy en día como resultado de esta multiplicidad intelectual,
la instauración oficial del castellano como lengua de preferencia en los
documentos gubernamentales representó por sí sola un paso gigantesco en pro de
la lengua romance; y es que su reconocimiento por parte del monarca y su
posterior establecimiento no resulta poca cosa. Como resultado directo del
fenómeno llevado a cabo por el rey Sabio, su influjo sin lugar a dudas no
demoró en dejar rastro.
Además, se sostiene que los intereses de
Alfonso X se encontraban alejados del ideal de un desarrollo cultural y
apuntaban de manera mucho más prominente al mantenimiento de una hegemonía
político/social de la monarquía y al establecimiento de un monopolio
jurídico/administrativo con el fin de centralizar todo el poderío político en
la corona. En todo caso, fueron precisamente estas hipotéticas pretensiones las
que permitieron un mayor esparcimiento del nuevo castellano institucional, pues
se realizó una exhaustiva extensión de todas aquellas nuevas leyes en lengua
vulgar que tenían como objetivo la unificación jurídica del reino, permitiendo
la propagación de la lengua vulgar. ¿Acaso no sucedió de similar manera con
Constantino y el cristianismo? ¿Y no movieron también al emperador romano
motivos de conveniencia política al notar el constante crecimiento de la
población cristiana en sus tierras, más que un mero acto de consagración y fe?
Esta preocupación por la difusión clara
y precisa de los textos legislativos y jurídicos encuentra no pocas razones,
algunas de las cuales se evidencian en diversos prólogos y notas adjudicadas al
rey Sabio, tales como el siguiente:
Complidas
dezimos que deven seer las leyes, e muy cuydadas e muy catadas por que sean
derechas e provechosas comunalmientre a todos, e deven seer llanas e paladinas
por que todo omne las pueda entender e aprovecharse d'ellas a su derecho, e
deven seer sin escatima e sin punto por que non pueda venir sobr'ellas
disputación ni contienda.
(Alfonso el Sabio, Primera partida, f. 1v)
Al respecto, también se argumenta que
los verdaderos propósitos de Alfonso X al exigir su aparición en los prólogos y
glosas de los textos producidos bajo su dirección no fueron sino los de
encumbrarse en la memoria colectiva como el epíteto del que precisamente hace
alarde su nombre tal y como es conocido hoy en día e inmortalizar la imagen del
monarca de cualidades intelectuales y espirituales superiores a las del hombre
común. No obstante, en diversos fragmentos escritos por los eruditos bajo su
comando, se vislumbra el carácter de atracción y fascinación académicas del rey
Sabio por aquellas producciones textuales, en muestras de verdadera inmersión
intelectual durante el proceso de tales obras.
E
después lo endereçó e lo mandó componer este rey sobredicho, e tolló las
razones que entendió que eran sobejanas e dobladas e que non eran en castellano
derecho, e puso las otras que entendió que cumplían, e quanto al lenguaje
endereçolo él por sí.
(Alfonso el Sabio. Pasaje aislado)
Como entra en manifiesto, existía un
muy claro interés por parte de Alfonso X por que los textos producidos en su
patronazgo pudiesen ser de fácil acceso y comprensión para que fuesen
aprovechados de la mejor manera posible por quienes tuviesen acceso a ellos,
expresando el mejor modo de adecuar el contenido a las redacciones y
traducciones, con precaución de evitar temáticas irrelevantes o intrascendentes
para la obra en cuestión: “E tolló las razones que entendió que eran sobejanas
e dobladas e que non eran en castellano derecho” (con “castellano derecho” se
entiende a la pertinencia de las ideas plasmadas en las obras supervisadas por
el monarca más que a una corrección gramatical).
También se alega que las compilaciones
de historia fueron desarrolladas con el objetivo de ensalzar a los linajes
monárquicos y nada más. Fuese esto cierto o no, así como fuese cierto que la
promoción de textos astrológicos se debía, ya fuese como instrumento de
difusión social debido al interés que suscitaban en el vulgo tales temas, ya
fuese como capricho monárquico tal y como suele afirmarse, la propagación,
desarrollo, empuje y prestigio de los que se benefició el castellano son
indiscutibles.
Más aún, el argumento sobre el
desinterés de Alfonso X por las obras producidas por la Escuela de Toledo
durante su reinado más allá de una mera pretensión propagandística de su imagen
personal cae por su propio peso al observar a detalle el grueso de la
bibliografía atribuida a él: la inmensa mayoría de tales textos cuenta con más
de dos versiones (todas supervisadas por él); elaboraciones y reelaboraciones,
correcciones y reescrituras de lo redactado y/o traducido con el fin de
alcanzar un resultado mucho más refinado, accesible y a la vez profundo,
extensivo y pulido, factor éste el cual permite entrever el interés inagotable
por conocimientos y la empecinada afición por la perfección en la redacción de
las obras, cualidades eruditas que caracterizaban por excelencia al rey Sabio.
También se argumenta que Alfonso X el
Sabio se encontraba lejos de ser el pionero en la práctica de las traducciones
al castellano, pues durante el reinado de su padre, Fernando III, era común
ya la utilización del romance para los
documentos cancillerescos. No obstante, aunque durante estas décadas anteriores
ya una inmensa cantidad de documentos políticos, legales y judiciales eran
redactados en la lengua vulgar (relegándose al latín solamente los textos de
índole culta, científica o religiosa), no fue sino hasta la llegada del rey
Sabio que se adoptó de manera tajante la exclusión del latín, adelantándose en
este desprendimiento a franceses, ingleses y a los hermanos reinos ibéricos por
más de medio siglo, y ni aún su hijo, Sancho IV, continuó la obra de su padre,
limitándose a dejar reposar tal proyecto cultural en manos de los eruditos de
la Escuela de Toledo una vez más.
La utilización del castellano en ámbitos
política y socialmente relevantes y funcionales durante el siglo XIII es
simplemente incuestionable, y si bien Alfonso X no consiguió una normalización
absoluta de la lengua romance, definitivamente estableció y encausó las
condiciones necesarias para que esta metamorfosis entre romance inestable y
lengua estándar pudiese cumplirse aún cuando dicho proceso tuviese que cocerse
durante algunos siglos más. Así pues, la impresionante relevancia de las
acciones de Alfonso X encarnaron un antes y un después dentro de la historia de
la lengua castellana. Puede que entre sus logros no se cuenten la creación del
idioma castellano ni mucho menos su definición o delimitación, mas la intervención
de la autoridad monárquica en la oficialización del idioma establecería un
punto de partida indeleble para la globalización del mismo.
Por si fuera poco, aun cuando se
consiguiese exitosamente despojar de todo mérito a Alfonso X, el nivel de multiculturalismo
alcanzado a través de su trabajo representa por sí mismo un logro de suma
importancia, al aprovechar la cultura y conocimientos de eruditos tanto
ibéricos como judíos y musulmanes. Hay incluso quien ha reconocido, no sin
razón, a Alfonso X como uno de los precursores de la modernidad, motivo que se
esclarece al examinar detalles como la prominencia de los actos y hazañas de
los hombres en oposición al acostumbrado protagonismo mítico/religioso en los
tratados de historia escritos bajo su patronazgo, o el de un curioso e
infrecuente interés por la medicina de la época en tratados que debían versar
principalmente sobre astrología y ciencias naturales.
Muchos han sido los
hombres y mujeres promotores de la lengua castellana, mas en definitiva no se
tiene registro de un impulsor mayor en renombre, notoriedad y esfuerzos
realizados que el rey Sabio, ya fuesen o no sus intenciones del todo
altruistas, cuestión por lo demás irrelevante. Gracias a Alfonso X, el
castellano se embarcaría en un viaje sin retorno hasta coronarse como una de
las principales lenguas del planeta, y si bien no toda, definitivamente una
parte significante de su paulatina construcción en el monumento que encarna hoy
se debe a el rey Sabio. La historia de la humanidad yace en hombros de Atlas
que con estoicismo soportaron en su momento parte esencial del peso, y el
espíritu, del mundo y sus coterráneos, y acarrearon con él gracias a la
potencia y el combustible de sus convicciones, y sus pretensiones, coronándose
como titanes de la humanidad, como Atlas de un mundo humano. Y es éste sin
lugar a dudas el caso de Alfonso X, el rey Sabio, este Marco Aurelio moderno.
- Elohim Flores.
07/18
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