lunes, 6 de agosto de 2018

Alfonso X el Sabio o el Atlas del Castellano [Ensayo]


     La historia de la humanidad y el mundo en el que ésta se ha desenvuelto, tan amplia, substanciosa y plena como pueda considerársele, puede ser condensada y reducida a la mención de un puñado de hombres insignes que llevaron a cabo proezas y prodigios de ardua concepción. Bajo el riesgo de pecar con un reduccionismo demasiado rígido, es suficiente con mencionar personalidades (fuera de toda asociación política y/o religiosa) como Sócrates, Jesús, Galileo, Shakespeare, Colón, Beethoven, Napoleón, Bolívar y Einstein para elaborar un esquema mental más o menos completo sobre la médula que ha nutrido la esencia de la humanidad desde sus inicios; un mapa topográfico de la esencia del hombre.
En efecto, en cada ámbito y bajo cada estandarte, un hombre o mujer ha sobresalido lo suficiente como para empuñar el báculo del futuro y guiar a sus contemporáneos al mañana, bajo el manto de una nueva idea. Religiones, ciencias, conquistas, filosofías, imposiciones, culturas y revoluciones; todas han visto la luz del día tras los pasos pioneros de personas con tal grandeza carismática o intelectual que a su marcha han escrito, a cada paso, una nueva realidad. No obstante, es imposible evitar el surgimiento de una duda singular que asalta el espíritu al considerar las dimensiones que puede alcanzar tal noción: ¿basta realmente con la figura única de un individuo para encausar todo el aplastante peso político, cultural o religioso de una civilización y verterlo sobre los cimientos en los cuales será edificado, cual monumento al ser humano y a las cumbres que es capaz de alcanzar? ¿Basta realmente la voluntad de un hombre para llevar a cabo tal hazaña? La historia se ha visto poblada de Atlas que portan sobre sus hombros en determinadas (o indeterminadas) épocas y lugares la carga del mundo y sus pobladores, y Alfonso X, el Sabio, regente de Castilla, desempeñó durante el siglo XIII el rol de uno de estos titánicos pilares vivientes.
            Ciertamente, a Alfonso X se le adjudica (quizás un tanto pretenciosamente en ocasiones) la sistematización, estandarización e institucionalización del castellano, y no por nada: fue el rey Sabio y no otro quien, durante su reinado, normalizó el romance castellano como lengua cortesana de un modo que bien podría considerarse como “oficial”, lengua en la que comenzaron a ser emitidas todas las relaciones concernientes a procesos jurídicos, económicos y administrativos de la monarquía. No obstante, el castellano no sólo se implementó en la documentación política sino que también fue el receptáculo de todo un proyecto de traducciones de textos versados en materias de carácter docto que eran reservadas con exclusividad al latín y al árabe.
La práctica traductológica consistía hasta ese entonces en un proceso oral a través del cual un grupo de sabios y eruditos se dedicaba a la traducción de los textos de idiomas foráneos (griego, italiano, leonés, etc.) a la lengua romance del castellano, para posteriormente ejecutar un proceso similar con el producto romance y engendrar una obra en las lenguas oficiales del latín (en tierras cristianas) o del árabe (en tierras musulmanes). Gracias a Alfonso X, esta doble transición fue medianamente truncada (pues su práctica siguió realizándose aún tras el reinado del rey Sabio) y estacionada en la traducción intermediaria al romance. El motivo tras el deseo de una traducción directa al castellano, según explicó el rey Sabio tras ordenar la de uno de los primeros textos astrológicos trabajados, era “por que los omnes lo entendiessen mejor e se sopiessen d'él más aprovechar” (Alfonso el Sabio, Lapidario, f. 1v).
Los frutos de las decisiones del rey Sabio lograron fortalecer los cimientos de una lengua que trastabillaba y se bamboleaba en el mejor de los casos frente a las acometidas culturales que variaban dependiendo del hablante y la zona en la cual se encontrase. Además, la sistematización de sus traducciones implicó sin lugar a dudas el establecimiento de cierta uniformidad tanto morfológica como sintáctica con el resultado; es decir, se buscó una normalización lingüística. La Escuela de Traductores de Toledo, organización que ocupó el puesto protagónico durante este enorme proceso, se vio en la tarea no sólo de amoldar al texto escrito los usos lingüísticos de un romance vulgar que hasta entonces muy poca (por no decir mínima) prominencia había representado (y por lo tanto, ingeniar nuevas construcciones sintácticas), sino también de acuñar una desmedida cantidad de neologismos y préstamos que ampliasen el léxico del romance castellano, ante la necesidad de palabras que abarcasen los nuevos conceptos y acepciones tanto latinas como árabes y griegas, jamás anexadas antes al idioma de Castilla. Esto supuso un crecimiento y un enriquecimiento sumamente prolífero para la lengua romance.
Las obras traducidas y producidas bajo mecenazgo de Alfonso X versaron sobre leyes y derecho, historia, astronomía y astrología, religión e incluso lírica y prosa. A la supervisión del rey Sabio se atribuye la primera historia de España con la Estoria de España (h. 1270-74) e incluso una historia universal, con General estoria (h. 1270-80), gracias a la redacción de las cuales (y por necesidad referencial) se produjeron las primeras traducciones de obras de autores de la índole de Isidoro, Plinio el Viejo y Ovidio. Alfonso X ordenó incluso prosificaciones del Canto del Mio Cid y otros poemas épicos, pero uno de los más sorprendentes avances fue la traducción de distintas obras científicas de ciencias naturales, medicina, astronomía y astrología (considerada de carácter científico en la época), aspecto de especial importancia si se considera que tales obras continuaron siendo presentadas en latín hasta la edad moderna en muchos otros sitios. Fue gracias a esto que surgieron algunas de las primeras expresiones vulgares de cálculos matemáticos y técnicos en el castellano, nunca antes surgidas debido a lo aparentemente innecesario de tal ejercicio.
La intervención del rey Sabio en la producción de las obras ya mencionadas atravesaba por mucho el umbral del mero mecenazgo. Más que emitir la orden de realizar la redacción o traducción de un texto específico y financiar a las escuelas de traductores, el rey Alfonso X supervisaba de manera genuinamente activa y se envolvía personalmente con los procesos de programación, examen, ordenamiento y revisión de cada obra. Tal atestiguaban los eruditos implicados en las traducciones:

El rey faze un libro non por quel él escriva con sus manos mas porque compone las razones d'él e las emienda et yegua e endereça e muestra la manera de cómo se deven fazer, e desí escrívelas qui él manda. Peró dezimos por esta razón que el rey faze el libro.
(Alfonso el Sabio, General estoria I, f. 216r).

Así, pues, Alfonso X no sólo impulsaba un enorme movimiento cultural con las continuas traducciones al romance de textos de distintas índoles de interés para su mejor comprensión por el vulgo sino que gustaba de tomar la responsabilidad y asumir la autoría de aquellas obras.
            Pese a esto, no pocas han sido las críticas arrojadas a la imagen innegablemente romántica que de Alfonso X ha sobrevivido. Se argumenta, con la intención de desmontar del pedestal en el que se mantienen los innegables logros y avances alcanzados por la lengua castellana bajo auspicio del rey Sabio, que la institucionalización del idioma no alcanzó un nivel de normalización y estandarización tal y como es comprendido hoy en día.
Menester es reconocer que la uniformidad lingüística que se mencionó en epígrafes anteriores no adquirió una solidez óptima, mas esto se debe a la heterogeneidad de los traductores envueltos en los múltiples trabajos de traslación, sabios de distintas nacionalidades y religiones. Aun cuando los textos alfonsinos no alcanzasen un verdadero impacto en la evolución de la lengua escrita y hablada ni estableciesen una norma tal y como se entiende hoy en día como resultado de esta multiplicidad intelectual, la instauración oficial del castellano como lengua de preferencia en los documentos gubernamentales representó por sí sola un paso gigantesco en pro de la lengua romance; y es que su reconocimiento por parte del monarca y su posterior establecimiento no resulta poca cosa. Como resultado directo del fenómeno llevado a cabo por el rey Sabio, su influjo sin lugar a dudas no demoró en dejar rastro.
Además, se sostiene que los intereses de Alfonso X se encontraban alejados del ideal de un desarrollo cultural y apuntaban de manera mucho más prominente al mantenimiento de una hegemonía político/social de la monarquía y al establecimiento de un monopolio jurídico/administrativo con el fin de centralizar todo el poderío político en la corona. En todo caso, fueron precisamente estas hipotéticas pretensiones las que permitieron un mayor esparcimiento del nuevo castellano institucional, pues se realizó una exhaustiva extensión de todas aquellas nuevas leyes en lengua vulgar que tenían como objetivo la unificación jurídica del reino, permitiendo la propagación de la lengua vulgar. ¿Acaso no sucedió de similar manera con Constantino y el cristianismo? ¿Y no movieron también al emperador romano motivos de conveniencia política al notar el constante crecimiento de la población cristiana en sus tierras, más que un mero acto de consagración y fe?
Esta preocupación por la difusión clara y precisa de los textos legislativos y jurídicos encuentra no pocas razones, algunas de las cuales se evidencian en diversos prólogos y notas adjudicadas al rey Sabio, tales como el siguiente:

Complidas dezimos que deven seer las leyes, e muy cuydadas e muy catadas por que sean derechas e provechosas comunalmientre a todos, e deven seer llanas e paladinas por que todo omne las pueda entender e aprovecharse d'ellas a su derecho, e deven seer sin escatima e sin punto por que non pueda venir sobr'ellas disputación ni contienda.
(Alfonso el Sabio, Primera partida, f. 1v)

Al respecto, también se argumenta que los verdaderos propósitos de Alfonso X al exigir su aparición en los prólogos y glosas de los textos producidos bajo su dirección no fueron sino los de encumbrarse en la memoria colectiva como el epíteto del que precisamente hace alarde su nombre tal y como es conocido hoy en día e inmortalizar la imagen del monarca de cualidades intelectuales y espirituales superiores a las del hombre común. No obstante, en diversos fragmentos escritos por los eruditos bajo su comando, se vislumbra el carácter de atracción y fascinación académicas del rey Sabio por aquellas producciones textuales, en muestras de verdadera inmersión intelectual durante el proceso de tales obras.

E después lo endereçó e lo mandó componer este rey sobredicho, e tolló las razones que entendió que eran sobejanas e dobladas e que non eran en castellano derecho, e puso las otras que entendió que cumplían, e quanto al lenguaje endereçolo él por sí.
(Alfonso el Sabio. Pasaje aislado)

            Como entra en manifiesto, existía un muy claro interés por parte de Alfonso X por que los textos producidos en su patronazgo pudiesen ser de fácil acceso y comprensión para que fuesen aprovechados de la mejor manera posible por quienes tuviesen acceso a ellos, expresando el mejor modo de adecuar el contenido a las redacciones y traducciones, con precaución de evitar temáticas irrelevantes o intrascendentes para la obra en cuestión: “E tolló las razones que entendió que eran sobejanas e dobladas e que non eran en castellano derecho” (con “castellano derecho” se entiende a la pertinencia de las ideas plasmadas en las obras supervisadas por el monarca más que a una corrección gramatical).
También se alega que las compilaciones de historia fueron desarrolladas con el objetivo de ensalzar a los linajes monárquicos y nada más. Fuese esto cierto o no, así como fuese cierto que la promoción de textos astrológicos se debía, ya fuese como instrumento de difusión social debido al interés que suscitaban en el vulgo tales temas, ya fuese como capricho monárquico tal y como suele afirmarse, la propagación, desarrollo, empuje y prestigio de los que se benefició el castellano son indiscutibles.
Más aún, el argumento sobre el desinterés de Alfonso X por las obras producidas por la Escuela de Toledo durante su reinado más allá de una mera pretensión propagandística de su imagen personal cae por su propio peso al observar a detalle el grueso de la bibliografía atribuida a él: la inmensa mayoría de tales textos cuenta con más de dos versiones (todas supervisadas por él); elaboraciones y reelaboraciones, correcciones y reescrituras de lo redactado y/o traducido con el fin de alcanzar un resultado mucho más refinado, accesible y a la vez profundo, extensivo y pulido, factor éste el cual permite entrever el interés inagotable por conocimientos y la empecinada afición por la perfección en la redacción de las obras, cualidades eruditas que caracterizaban por excelencia al rey Sabio.
También se argumenta que Alfonso X el Sabio se encontraba lejos de ser el pionero en la práctica de las traducciones al castellano, pues durante el reinado de su padre, Fernando III, era común ya  la utilización del romance para los documentos cancillerescos. No obstante, aunque durante estas décadas anteriores ya una inmensa cantidad de documentos políticos, legales y judiciales eran redactados en la lengua vulgar (relegándose al latín solamente los textos de índole culta, científica o religiosa), no fue sino hasta la llegada del rey Sabio que se adoptó de manera tajante la exclusión del latín, adelantándose en este desprendimiento a franceses, ingleses y a los hermanos reinos ibéricos por más de medio siglo, y ni aún su hijo, Sancho IV, continuó la obra de su padre, limitándose a dejar reposar tal proyecto cultural en manos de los eruditos de la Escuela de Toledo una vez más.
La utilización del castellano en ámbitos política y socialmente relevantes y funcionales durante el siglo XIII es simplemente incuestionable, y si bien Alfonso X no consiguió una normalización absoluta de la lengua romance, definitivamente estableció y encausó las condiciones necesarias para que esta metamorfosis entre romance inestable y lengua estándar pudiese cumplirse aún cuando dicho proceso tuviese que cocerse durante algunos siglos más. Así pues, la impresionante relevancia de las acciones de Alfonso X encarnaron un antes y un después dentro de la historia de la lengua castellana. Puede que entre sus logros no se cuenten la creación del idioma castellano ni mucho menos su definición o delimitación, mas la intervención de la autoridad monárquica en la oficialización del idioma establecería un punto de partida indeleble para la globalización del mismo.
Por si fuera poco, aun cuando se consiguiese exitosamente despojar de todo mérito a Alfonso X, el nivel de multiculturalismo alcanzado a través de su trabajo representa por sí mismo un logro de suma importancia, al aprovechar la cultura y conocimientos de eruditos tanto ibéricos como judíos y musulmanes. Hay incluso quien ha reconocido, no sin razón, a Alfonso X como uno de los precursores de la modernidad, motivo que se esclarece al examinar detalles como la prominencia de los actos y hazañas de los hombres en oposición al acostumbrado protagonismo mítico/religioso en los tratados de historia escritos bajo su patronazgo, o el de un curioso e infrecuente interés por la medicina de la época en tratados que debían versar principalmente sobre astrología y ciencias naturales.
Muchos han sido los hombres y mujeres promotores de la lengua castellana, mas en definitiva no se tiene registro de un impulsor mayor en renombre, notoriedad y esfuerzos realizados que el rey Sabio, ya fuesen o no sus intenciones del todo altruistas, cuestión por lo demás irrelevante. Gracias a Alfonso X, el castellano se embarcaría en un viaje sin retorno hasta coronarse como una de las principales lenguas del planeta, y si bien no toda, definitivamente una parte significante de su paulatina construcción en el monumento que encarna hoy se debe a el rey Sabio. La historia de la humanidad yace en hombros de Atlas que con estoicismo soportaron en su momento parte esencial del peso, y el espíritu, del mundo y sus coterráneos, y acarrearon con él gracias a la potencia y el combustible de sus convicciones, y sus pretensiones, coronándose como titanes de la humanidad, como Atlas de un mundo humano. Y es éste sin lugar a dudas el caso de Alfonso X, el rey Sabio, este Marco Aurelio moderno.



- Elohim Flores.
07/18

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