Era una noche pavorosa, oscura,
De esas noches de horror que Dios mandaba
Sobre la ruin generación esclava
De un siglo por su cólera maldito.
La gran ciudad, la meretriz impura,
Reposaba en su lecho de granito,
El lecho colosal de mil orgías...
Y el rugido del viento resonaba
Cual resonaba, airada, en otros días
La férrea voz del lívido Isaías.
Es la hora en que los sueños pavorosos,
Como fetos siniestros, monstruosos,
En el seno se mueven
De la nocturna soledad funesta,
Y las tímidas almas se conmueven
Y gimen doloridas,
Como trémulas vírgenes perdidas
En la honda oscuridad de la floresta;
Hora fatal en que germina y crece,
Y espígase y florece,
La cosecha del mal que el mal insano
Siembra en el pecho humano.
En el hondo silencio del hospicio
Arde la flor del vicio,
Llora la flor de los acerbos llantos,
Y los enfermos ven en su agonía,
Desfilar por su loca fantasía
La nocturna legión de los espantos.
En las plazas desiertas
Miles de luces, trémulas, inciertas,
Vacilan como antorchas sepulcrales,
Como si por las calles solitarias
Cruzasen procesiones funerarias
Para aplacar la ira de los males;
Mas en aquel mutismo
Se siente un sordo fermentar de abismo,
Un estremecimiento no explicado...
La convulsión, el palpitar latente
De Mesalina lúbrica que siente
Bullir en sus entrañas el pecado.
Entre el marmóreo, funeral reposo,
Cual horno ardiente de calor intenso,
Se levanta febril, esplendoroso,
El lupanar inmenso.
Frente al lugar impuro
Destaca un templo su contorno oscuro,
Triste como un desierto,
¡Como un ejemplo, impávido y seguro!
El vetusto portón bosteza abierto...
Dentro,de todo el ámbito se adueña
Un silencio profundo, formidable,
Como asceta lívido que sueña.
En redor la tiniebla espesa y vasta,
Y al fondo un Cristo pálido, inefable,
De una tristeza luminosa y casta.
Sobre las losas húmedas, impuras,
Cajones funerarios,
Olor de sepulturas,
Y entre las sombras tétricos sudarios.
Algo secreto que explicar no puedo,
Un no sé qué de trágico y sombrío,
Llena el aire: los ojos tienen miedo,
Las almas tienen frío,
Y de la oscura bóveda pendiente,
Triste, vaga, perdida,
Se columpia la lámpara doliente
Cual lágrima de sangre suspendida.
EL POETA (arrodillándose delante del altar)
¡Oh espíritu inmortal, honda miseria!...
Y decir que un pedazo de materia
Gentil y crapulosa,
Pudo partir de un beso lisonjero,
De una caricia tierna,
¡Los resortes de acero
De un alma valerosa!
Oh espíritu inmortal, miseria eterna!
Con cosas transparentes, fabulosas,
Con oro y luz, y pedrería y flores,
Levanté sobre nubes caprichosas
Un palacio de olímpicos amores,
Con ojivas caladas
Por donde entrar pudiesen, brilladores,
Los rayos de las rubias alboradas;
Con erguidos, aéreos miradores
Desde donde las almas inocentes,
Como raudas bandadas
De cándidas palomas impacientes,
Se confundían con ligero vuelo
En el azul purísimo del cielo;
Con inmensas penumbras pensativas
Y fantásticas torres fugitivas,
Como las concepciones celestiales
Que de la augusta Libertad encierra
En sus sueños de fiebre el sentimiento...
Y todo vino a tierra
Al impulso del viento;
Son así los castillos ideales
Que edifica en la luz el pensamiento
Y bajo aquellas lóbregas ruinas
Bajo de aquellas torres cristalinas
Despeñadas al soplo del nordeste,
Quedó mi pobre corazón herido
¡Como si hubiera sobre mí caído
La zafirina bóveda celeste!
...
¡O Jesucristo! ¡O Sabio!
Para valor a la eternal ventura
Mataste sin piedad la flor del labio,
¡Mataste la sonrisa alegre y pura!...
Si es cierto que eres vida y alegría,
Padre del desgraciado,
Si tu mano de luz y de esperanza
Sabe curar la lepra del pecado,
Arranca esta pasión del alma mía
Como se arranca el hierro de una lanza
Del pecho de un soldado.
Mas ¿de qué sirves, dime, o flor del cielo,
De qué me sirves tú si en este suelo
No probaste el amor que el cuerpo inflama,
Si en ese labio riguroso y triste
Nunca en vida sentiste
De un beso sensual la ardiente llama?...
...
LEVÁNTASE
¡Un Dios cadáver, un cadáver frío!
¡De qué nos sirve un Dios triste y sombrío,
Con labios sin rumor y ojos sin luz!...
¡Cómo habrá de amparar los desgraciados
El que los brazos lívidos clavados
Tiene sobre una cruz!
(Siéntase sobre un ataúd. Silencio prolongado)
El escalpelo agudo, fatal, de la experiencia,
La luz del raciocinio, inextinguible y fría,
Cegó por siempre el ojo de la alma Providencia,
Dejó la excelsa bóveda caótica y vacía.
La crítica inflexible de nuestra decadencia
Nególe el ser divino al hijo de María;
La fe me ha abandonado: la rígida conciencia
La ley respeta solo de la honda geometría.
El tiempo, el gran gusano, ya carcomió la escala
Por do Jacob, en noche de luminosa gala,
Vio descender los ángeles de la radiosa esfera.
Y en el celeste lecho cerúleo, indefinido,
Há mucho que espirante dio el último gemido
El Dios Omnipotente —¡esa ideal quimera!
- Guerra Junqueiro.
Traducción: Juan Antonio Pérez-Bonalde.
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