miércoles, 22 de febrero de 2017

Humo y Vino- ¿Cómo Pasó?


El tiempo se ralentiza y los movimientos parecen detenerse. Una amplia ráfaga líquida se encuentra en pleno proceso de colisionar contra mi espalda; alguien está arrojando el frío contenido de un vaso de té helado sobre mis hombros. Un primer joven, alto, de facciones delgadas y ojos claros, con una de las mejillas desfigurada, se encuentra suspendido en el aire, a mitad de una caída que promete ser estrepitosa. Frente a él, un individuo con el que probablemente comparte edad, con el rostro de incredulidad que suele suceder a una acción impulsiva y el brazo extendido, con el puño cerrado en el extremo correspondiente del mismo, contempla absorto. El hombro ligeramente flexionado tras haber impulsado un golpe en dirección al sujeto temporalmente flotante indica que el puño perteneciente a dicha extremidad acaba de impactar en su hasta ahora sardónico y (también hasta ahora) bien parecido rostro. El segundo individuo soy yo.


           Me percato de que acabo de involucrarme en una pelea de la que es absolutamente improbable poder salir victorioso, mas no logro comprender algo de vital relevancia: ¿cómo llegué a esta situación? Antes de poder detenerme analizar dicha consideración, el tiempo se reanuda.


            Los cubos de hielo del té vertido sobre mi espalda golpean toscos pero inofensivos, y el frío líquido me hace reaccionar al recorrer gélidamente los parajes externos de mi columna vertebral. Quienes me rodeaban se precipitan a mi dirección con la clara intención de retenerme en el lugar. Dudo que sus propósitos sean pacíficos, y ya que son todos desconocidos, logro sospechar (por descarte) que son amigos de mi adversario. Al dirigir mi atención a él nuevamente, consigo apreciar a sus pies una pequeña tapa plástica que gira como una peonza, proclamándose como mi cómplice y compartiendo la culpabilidad del derrumbamiento que con toda certeza ocasionó cuando éste resbaló tras recibir el golpe propinado por mí. La caída será fuerte. Diagonal a nosotros, una chica de cabello entintado en carmín y el rostro desprovisto de sus colores que retrata a la perfección a un pálido fantasma de ultratumba bañado en sangre se lleva las manos al rostro con una clara expresión de sorpresa. La perplejidad que refleja y la mía son gemelas.


            Una de las personas que me rodean me da rápido alcance, y sujeta mi brazo izquierdo con férreo tesón. Con rapidez predigo el futuro desenvolvimiento de la situación. El sonido producido por el peso muerto de mi contrario al alcanzar el culmen de su caída se me asemeja al que tendría una maceta llena de fertilizante despedazándose al caer sobre tierra húmeda. Este sonido sordo es seguido por una marejada de alaridos, clamores, improperios, abucheos y vituperios que inundan el ambiente. La chica moldea su perplejidad y logra transformarla en una manifestación de terror que llega a mis oídos con total claridad. Sin darle una segunda oportunidad al pensamiento, utilizo todas mis fuerzas para zafarme exitosamente de mi captor, y comienzo el tortuoso proceso de fuga. Los compañeros del joven que ahora se incorpora emprenden mi persecución. El tiempo se congela nuevamente.


             En este pequeño momento de calma, mientras lucho por abrirme paso entre la multitud que comienza a congregarse, logro recuperar la pregunta que me asaltaba segundos atrás: ¿cómo he llegado a esta coyuntura? ¿Cómo pude haber terminado de este modo? Suspendido en el tiempo, logro rebobinar sin mayor dificultad mis recuerdos en busca de la tan ansiada respuesta.


           ¿Cuál fue la decisión que me empujó a esta tan… particular vertiente de sucesos? Rápidamente la hallo: tuve el atrevimiento de aventurarme a intentar interpretar el papel del príncipe azul. Lamentablemente, esta respuesta sólo acarrea muchas más interrogantes. ¿Puede un sapo embarcarse en una aventura de caballería y hacerse con el título de príncipe sin  más? ¿Puede el verde tornarse en azul? ¿No era requisito previo acaso el cautivador beso de una princesa? y, ya que estamos en eso, ¿en dónde se encontraba en aquellos precisos instantes la tan requerida damisela en apuros? Si algo existía que fuese más ineficiente que un batracio plebeyo, eso era una damisela libre del más mínimo peligro. ¿Había posibilidad de alcanzar la tan preciada realeza con un elemento de la ecuación ausente? ¿No era acaso indirectamente culpable de la condición animalesca de su salvador aquella doncella que se negaba rotundamente a hacer acto de vulnerable presencia?


              Sea cual sea el caso, y tal como apuntan las cosas, el sapo no hace más que intentar salvar su propio pellejo en estos momentos (y con total honestidad, a nadie, sea rana o paladín, le importaría poco más que escapar de una turba furiosa en una situación similar).


            El tiempo vuelve a su curso natural, y una enérgica tirada en el cuello de mi camisa logra tirarme de espaldas, haciéndome provocar, en respuesta al de mi enemigo un par de minutos atrás, un sonido similar al de un globo que estalla debajo de una alfombra. Dos o tres de mis persecutores se abalanzan sobre mí, y un torrente de golpes y manotazos diluvia sobre mi torso. Mientras cubro mi rostro y siento a mis costados las patadas de otros agresores que se suman al festín, alcanzo a observar cómo mi recién adquirido némesis se acerca, acariciándose los nudillos. ¿Dónde está, pues, mi damisela en apuros? Porque en ningún momento he mencionado que no existiese damisela alguna; sólo he comenzado a dudar de que se haya encontrado realmente en peligro (o cuando menos, en uno mayor al que yo corro en este instante). La observo a la distancia, ahogando aún la sorpresa aparentemente indeleble de su rostro con ambas manos.


             Puedo sentirme levitar, y paréceme adquirir la capacidad de observarme desde las alturas, mientras el grupo enardecido preda sobre mis despojos, como una bandada de aves carroñeras. A pesar de la paliza de la que soy víctima, me veo sonreír por algún motivo desconocido, y luego consigo observar desde este plano elevado cómo en mi rostro, cubierto a medias, la marca de la interrogante se posa una vez más. Esa pregunta no deja de orbitar insistentemente los pensamientos del pobre hombre sonriente y golpeado. Esa pregunta… ¿Cuál era?


                Ah, sí… ¿Cómo llegué aquí?

- Elohim Flores.
08/16

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