En ocasiones es
la paz la que se encarga de fracturar tu psique. Quizás no directamente, no; es
un símbolo demasiado puro como para manchar sus manos. Pero armoniza tu entorno
y permite que a sucia voz del remordimiento pueda nadar con libertad a través
del aparentemente imperturbable estanque del silencio. Es entonces cuando, cuales
gotas de veneno que corrompen un lago entero, los mancillados pensamientos de
odio y envidia corroen lentamente el estado de tranquilidad en el que te hallas
sumido. Odio a la vida. Envidia de la vida.
En tal faena autodestructiva
encontrábame mientras aguardaba con impaciencia la hora indicada en soledad. “Podría
intentar algo… cualquier cosa” me decía, recordando mi antiguo afán artístico
como posible alternativa a mi actividad actual para matar el tiempo. La idea de
toparme con un desconocido y ser incapaz de imaginar una excusa para los
posibles garabatos en mi libreta desinfló mis ansias de expresión plástica.
“Si las circunstancias me prohíben
dibujar…” me dije, “Necesitaré otra manera de suavizar mi estadía en soledad,
mientras aguardo…”
Cuando la soledad acecha, las miradas
del mundo parecen asaltarte, y, cual déspota jurado, sentenciarte a la horca
por crímenes descarados contra la socialización. Condena al condenado: escarnio
público al ultrajado. Pecado: rehuir públicamente de todo contacto con el
público. Que se haga la justa voluntad de la Justicia y se castigue al voluntariamente
aislado, involuntariamente incontactable.
Queriendo huir de aquel castigo, no
encontró en mí un mejor refugio que el que antaño solía construir sin
percatarme de la utilidad que adquiriría éste durante los duros años que me
deparaba el futuro. Tomé entonces una de las páginas posteriores de mi libreta
y, arrancándola de raíz, dispúseme a moldear con la arcilla de las letras un
mundo nuevo, en espera de mi momento.
- Elohim Flores.
06-12/15
Editado: 12/18
[Fragmento de "Humo Y Vino"]
No hay comentarios:
Publicar un comentario