lunes, 11 de mayo de 2020

Hojas


Un día, en una mañana clara como el agua de un arroyuelo, un joven llamado Elo Elo, hijo de un cazador ya derrotado por la edad, salió en busca de leña para sus reservas de los días venideros. Como ha sido mencionado, su padre era viejo ya y los días de caza habían sido enterrados en el pasado tras verse aquejado por una extraña enfermedad que drenaba constantemente el minúsculo remanente de sus fuerzas, por lo que el joven Elo Elo se veía con la responsabilidad de procurar el alimento además de la leña, así como de realizar las visitas esporádicas a la aldea para vender lo conseguido durante las cacerías.
Elo Elo se había internado ya durante incontables ocasiones en el viejo bosque, emulando los interminables días de cacería en los que su padre, y el padre de su padre, habían realizado la misma tarea. Siguiendo la tradición, el joven había cuidado de evitar aventurarse en el extremo septentrional del valle en el cual se asentaba aquel bosque ancestral. Aquellos que se sumergían bajo las sombras de las resecas ramas de los añejos árboles que se elevaban en ese sitio jamás regresaban a la luz del mundo civilizado.
Pero el invierno había sido cruel, y áspero, y a diferencia de lo que pudiere pensarse, los primeros días de primavera eran tan despiadados como los peores de la gélida estación de la muerte blanca. Los alimentos escaseaban gravemente y la enfermedad de su padre lo carcomía con mayor prisa a cada instante que transcurría. Mientras tronzaba algunos leños resecos a mitad de la floresta, acostumbrado como estaba a cargar consigo su arco y carcaj en todo momento, avistó no sin sobresalto un vívido ciervo a la distancia; posiblemente el primero tras muchos días de ausencia de cualquier rastro de vida mayor al de una que otra ardilla o liebre roñosa cuya mala fortuna impedía que escapase de las certeras saetas de Elo Elo.
Ante dichas circunstancias, Elo Elo tomó cautelosamente posición de tiro, y se dispuso a atravesar de lado a lado al ciervo que representaba a sus ojos la salvación para aquella situación de aprietos. Ya podía imaginarse el buen uso que haría de aquella presan, cuando sus manos, adoloridas por el pesado trabajo con el hacha hasta hacía meros segundos atrás, resultaron incapaces de resistir la tensión del arco. La cuerda resbaló de sus dedos, flecha se deslizó con un silbido, y silbó sobre el pelaje del lomo del animal. Apresuradamente y con ansiedad, Elo Elo disparó una segunda flecha contra el ciervo despavorido, y antes de que lograse escapar de su vista pudo ensartar el proyectil en una de las patas traseras de la bestia.
El sustento era tan valioso como la lumbre, y Elo Elo se encontraba decidido a capturar a aquel ciervo y hacer con él toda una serie de estofados que pudiesen revitalizar a su padre y calmar el hambre de ambos durante una cantidad considerable de tiempo. Afortunadamente el animal dejó tras de sí un rastro de sangre, y Elo Elo se dispuso a seguirlo con diligencia, dejando atrás la leña recolectada. Lamentablemente, no obstante, el rastro pronto le condujo al norte del valle, al paraje salpicado de maleza enmarañada y sombras acechantes en las copas siniestras de aquellos árboles ahora grisáceos.
Elo Elo titubeó un par de segundos mientras un torbellino de pensamientos se arremolinaba en su mente. Cierto era que su padre necesitaba aquella leña para mantener el calor dentro de la cabaña en aquellas noches gélidas, pero mucho más necesario resultaba en aquel instante el sustento y la energía que un buen estofado de ciervo podían darle. Puede que las apuestas fuesen demasiado elevadas, pero quizás su padre podría esperar un poco. No obstante, estos pensamientos se enfrentaban a los temores concernientes al sombrío bosque frente que dentro de su mente aullaban con vesania.
Bien era sabido el hecho de que jamás había regresado quien se internaba entre aquellos árboles lúgubres... Pero jamás había conocido a nadie que pudiera confirmar aquella leyenda, y de haber sido cierto aquello, el camino que a sus pies se hallaba, libre de toda maleza y hojarasca, y que continuaba su recorrido dentro de las sombras de aquellos árboles resecos hasta internarse en un punto donde la vista se extraviaba, resultaba prueba fehaciente de que el lugar no se hallaba tan desolado como todos habían pensado. Aún cuando no se tratase de un bosque encantado mas sí de uno peligroso, aquel joven descendía de una estirpe que se había dedicado al arte de la caza durante generaciones enteras. "Pertenezco tanto o más al bosque que a otros sitios como la aldea", intentó convencerse Elo Elo.
Elo Elo se internó en el espeso boscaje tras el rastro del ciervo, y aliviado pudo observar cómo el interior de la fronda se hallaba inesperadamente bien iluminado, sin matiz alguno de sombras o nieblas que pudiesen obstaculizar su vista. Más aún, a medida que avanzaba, los árboles resecos y grisáceos desaparecían paulatinamente y eran reemplazados por otros de tronco vigoroso y hojas tiernas y verdilocuentes. Embelesado por la belleza de aquella sección del valle hasta ahora desconocida, Elo Elo olvidó rápidamente, como por arte de magia, el móvil que lo había empujado a internarse allí en primer lugar, y como encantado por un canturreo seráfico, dejó caer arco y flechas y se deslizó a lo largo del sendero mientras sus sentidos eran inundados por el verdor de aquel lugar embriagador.
Pronto Elo Elo alcanzó un claro al que alcanzaban los rayos del sol de manera esplendorosa, iluminando el pequeño espacio con una bendición dorada. En el centro de aquella pequeña pradera se erigía una construcción de piedra que aparentaba remontarse a una edad de la que ni siquiera el efímero rastro del recuerdo había logrado arraigarse en el mundo. Elo Elo se aproximó con lentitud a la estructura con la intención de explorar, embelesado por un sentimiento inexplicable, pero un leve quejido lo extrajo abruptamente de su estado de ensimismamiento. El pequeño gemido de dolor fue sucedido por otro, y otro más, y Elo Elo, tras unos segundos de indecisión y debatirse entre la urgencia de huir y la llamada de la curiosidad, aceleró su marcha hasta alcanzar dos grandes muros pétreos conectados por un arco
—¿Hay alguien ahí?—preguntó Elo Elo, aferrando su mellada hacha mientras lamentaba haber dejado atrás su arco.
—Solamente yo, ¿qué otra persona?... —respondió una vocecilla desde dentro de aquellas ruinas. Elo Elo no pudo hacer otra cosa que reaccionar con desconcierto y adentrarse con vacilación a través del arco. No demoró mucho para toparse con una joven arrodillada, de espaldas a una gran losa que posiblemente fuese antes parte de uno de los muros internos del recinto.
—¿Solamente... tú?— preguntó Elo Elo, aún absorto por la extraña situación.
—Así es—respondió la joven con desgana—. Sólo soy yo, como siempre. Así como tú sólo eres tú, como de costumbre.
—¿Solamente yo?— preguntó nuevamente Elo Elo completamente confundido—. ¿Nos conocemos?
—No realmente. Pero eres un viajero, un visitante como los incontables que te precedieron, y los incontables que te sucederán. Sólo eres uno más. Y como siempre, te he visto llegar y te veré partir. Sólo somos tú, y yo, repitiendo este escenario, nuevamente.
Elo Elo no salía de su asombro y perplejidad, y las palabras de aquella muchacha sólo conseguían extrañarlo aún más.
—¿Vives aquí? —fue todo cuanto pudo formular.
—Lo hago aunque no sea mi voluntad —respondió aquella joven con tedio.
—¿Alguien te tiene aquí... contra tu voluntad?— preguntó Elo Elo nuevamente tras intentar comprender infructuosamente aquellas palabras, sin evitar observar a su alrededor con inseguridad mientras asía con firmeza su hacha.
—Sólo el tiempo— respondió la muchacha como repitiendo un viejo discurso.
—Yo... no comprendo —confesó Elo Elo innecesariamente.
—Estoy atrapada aquí —expresó con obviedad aquella joven, intentando incorporarse para dejar entrever que su pierna derecha se encontraba atascada bajo una maciza columna de piedra. Elo Elo dio un sobresalto de sorpresa, y automáticamente se aproximó a toda prisa al sitio del accidente.
—¿Estás atascada? ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Te sientes bien? ¡Tenemos que sacarte! —las palabras se atropellaban una tras otra ante aquella situación tan inusitada, mientras el joven cazador tomaba uno de los bordes de la roca e intentaba levantarla con todas sus fuerzas, en vano.
—No te esfuerces —indicó la joven—, no eres el primero en intentarlo. Es completamente inútil. Yo misma he tratado de hacerlo durante años...
—¡¿Durante años?! —La información que galopaba en la mente de Elo Elo era demasiada como para ser procesada con sencillez, y las preguntas seguían apilándose— ¿A qué te refieres con años? ¿Cómo puedes hablar de tantos visitantes si nadie nunca atraviesa este bosque? ¿Cómo quedaste atrapada bajo estos escombros?
—Yo... entré a este sitio mientras jugaba a las escondidas— se limitó a contestar la joven, ignorando todas las otras molestas preguntas.
—¡¿A las escondidas?! —exclamó Elo Elo, dándose por vencido con el muro derruido y cayendo al pedregoso suelo. Resignándose a la imposibilidad de encontrar un ápice de lógica en toda aquella situación, se limitó a preguntar— ¿Con quién jugabas a las escondidas?
—Con las hojas de otoño —respondió la muchacha. Elo Elo la observó durante largo rato, sin intentar siquiera procesar aquel absurdo, y segundos más tarde se incorporó.
—Necesitamos buscar ayuda —expresó.
—¿Necesitamos? —preguntó la muchacha—. Yo no necesito nada. Y es inútil de todos modos.
—Apenas entiendo la mitad de las cosas que dices, pero ninguna es tan ilógica como negarte con tanta facilidad a salir de este lugar. Volveré con ayuda, y te sacaremos de aquí.
—Eso es imposible —contestó tajante la muchacha—, pero sí recomiendo que te marches y regreses al lugar del cual viniste. Cuanto más pronto vuelvas, menos serán los cambios con los que te toparás. Márchate, por tu propio bien y por la tranquilidad que has roto al aproximarte a mí.
No obstante, Elo Elo había comenzado ya a retirarse, y prestaba oídos sordos a los sinsentidos de aquella joven. Antes de desaparecer a través de aquel arco pétreo que hacía las veces de entrada, viró la cabeza y dijo— Mi nombre es Elo Elo. Hijo de un cazador. ¿Cuál es el tuyo?
—Yo me llamo... Tamana —contestó aquella chica tras hacer un pequeño esfuerzo por recordar.
—Muy bien. Volveré, Tamana.
—Si te empeñas en eso, supongo que nos volveremos a ver dentro de unas cuantas décadas —expresó Tamana de manera incomprensible.
Elo Elo regresó tras sus pasos a través de aquel mesmerizante bosque, y tomó el arco que había dejado caer poco tiempo atrás. No sin cierto temor al recordar una vez más y de manera abrupta las tétricas historias sobre ese lugar, se apresuró a alcanzar la salida, y pudo apreciar con alivio cómo ésta lo aguardaba con los brazos abiertos, abriendo paso a su bosque acostumbrado.
Sólo tras abandonar aquel lugar, el cazador se percató de lo vacías que se hallaban sus manos: ni leña, ni ciervo, ni ninguna otra cosa que pudiese resultar de alguna utilidad para el cuidado de su padre; el motivo inicial por el cual se había internado en la floresta. Aunado a eso, algo más alarmante capturó la atención del joven: no había rastros de las cicatrices dejadas por el paso del invierno desalmado. Al contrario, el otro segmento del bosque parecía tan rejuvenecido como el de aquel valle prohibido. Lleno de una extraña consternación, Elo Elo apresuró sus pasos en dirección a la cabaña de su padre. La idea de buscar ayuda para rescatar a aquella joven quimérica había sido opacada por completo, como el recuerdo de un antiguo sueño ahogado por la luz incipiente del amanecer.
Velozmente Elo Elo alcanzó la pequeña colina sobre la cual se elevaba la vieja cabaña. Sin saber el motivo, el joven cazador lograba percibir un aura extraña en su vieja vivienda. Se trataba de una ominosa corazonada que le oprimía el pecho. Incapaz de continuar formulando preguntas en su mente, Elo Elo se dirigió a la enmohecida puerta y la abrió de par en par. La madera crujió, y la sorpresa anudó su garganta hasta casi sofocarlo, al encontrar la estancia completamente abandonada.
Imbuido por la desesperación, Elo Elo comenzó a girar sobre sí mismo en aquel pequeño espacio, dando pasos llenos de inquietud de un lado a otro, como si pudiese encontrar a su padre en alguna de las cuatro esquinas, oculto entre el polvo y las telarañas que invadían cada centímetro. La cabaña no sólo se encontraba abandonada, sino que todos los objetos habían sido cubiertos por la suciedad y, enmohecidos ya, parecían tan parte de aquella vivienda como los maderos del techo y las paredes. Con un punzante sabor amargo en su boca, Elo Elo abandonó el recinto y se precipitó hacia el único otro sitio en donde podría hallarse su padre: la aldea.
Tras arduas horas de caminata aminoradas por la lacerante preocupación, Elo Elo alcanzó el pequeño conjunto de viviendas bañado en sudor. Sabía bien que el primer lugar en donde debía buscar era la peletería, lugar frecuentado por su padre durante los tiempos de salud para vender las pieles de las presas de caza.
Para sorpresa de Elo Elo, el viejo peletero no se encontraba bajo su acostumbrado toldo. En su lugar se levantaba una tienda de pieles cuyo dependiente se presentó alegremente, alegando no haber visto nunca antes al joven cazador por aquellos parajes.
—¿En dónde se encuentra... el antiguo dueño? —preguntó Elo Elo, encontrando como única explicación razonable la posibilidad de que el viejo peletero hubiese vendido su pequeño puesto de trabajo durante el período invernal. Hacía un par de meses que no se aventuraba a la aldea debido a la enfermedad de su padre y el duro frío de la estación, así que resultaba totalmente posible.
—Mi abuelo está muerto —fue la respuesta de aquel hombre.
—¡¿Muerto?! —exclamó Elo Elo. Incapaz de comprender, apenas lograba concebir la idea de que el viejo peletero tuviese un nieto de tanta edad.
—Ha muerto hace 20 años ya —explicó el tendero sin dar más detalle.
El mundo comenzó a girar y girar con Elo Elo como su eje, y su mente estuvo a punto de estallar en mil pedazos. Sentía náuseas y sus ojos se llenaron de lágrimas sin conocer el motivo. Sus piernas flaquearon y perdió el equilibrio, mas evitó caer apoyándose sobre el mango de su hacha.
—¿Te encuentras bien? —preguntó el peletero alarmado.
Sin querer adentrarse aún más en aquel mar de confusión, Elo Elo explicó los motivos básicos de su visita a la aldea e intentó hacer entender a aquel tendero la apremiante situación sobre la desaparición de su padre, dando descripción detallada de sus características físicas.
A pesar de las reiteradas negativas por parte del peletero al ser interrogado sobre su conocimiento de algún cazador que calzara bajo aquel retrato, y de las constantes alegaciones de su parte afirmando que la caza era en realidad una práctica muy común en aquellos parajes como para recordar con precisión absoluta las características de cada cazador que atravesaba el poblado (algo discrepante a lo que podía recordar Elo Elo), el joven insistió una y otra vez sin descanso. Finalmente, Elo Elo se decidió a contar con mucho mayor detenimiento cada pequeño fragmento de su efímera aventura en el extremo septentrional del bosque. Tras escuchar aquella relación sobre el ominoso valle de las leyendas, el peletero finalmente pareció percatarse de algo oculto en los más antiguos recovecos de su memoria. Un recuerdo que emergía del mar de sus pensamientos.
—Sígame —le pidió al joven cazador.
El sol amenazaba con caer cuando alcanzaron el viejo cementerio de la aldea. Pronto llegaron a un descuidado rincón en la cual podían apreciarse los rastros de una tumba. Sobre ella, una tabla descolorida con una inscripción grabada a trazos descuidados. Era el nombre de su padre, junto al suyo propio.
—Cuando era pequeño solía oír toda clase de historias sobre el viejo valle al norte, más allá del bosque —explicó el tendero mientras los oídos de Elo Elo zumbaban  y el corazón latía violentamente—. No obstante, estábamos conscientes que no eran más que historias de ancianos. Los pequeños de la aldea solíamos aproximarnos cuanto nos era posible al lindero de aquel lugar, y luego huíamos despavoridos de regreso a casa, incapaces de comprobar por nosotros mismos la falsedad o veracidad de aquellas leyendas. Hasta que llegó ese día. Yo personalmente soy incapaz de recordarlo con claridad, pero mi abuelo y mi padre se encargaban de mantener ese día en nuestra memoria con tanta frescura como si hubiese ocurrido el día de ayer.
La vista del joven cazador se nublaba mientras el peletero relataba aquella historia, y el mundo se tambaleaba a sus pies. El hombre continuó:
—Un viejo cazador descendió de las montañas clamando que su hijo había desaparecido tras internarse en el bosque. A pesar del mal estado de aquel hombre, la mirada de convicción impresa en su rostro y el ruego que retemblaba en cada una de sus palabras lograron convencer a un grupo de personas de organizar una partida de búsqueda tras aquel joven. Mi abuelo se encontraba entre ellos. No obstante, la expedición jamás llegó a partir; el viejo cazador murió tras pocos días de su llegada al poblado, hirviendo en fiebres que lo hacían delirar. La prolongación de la ausencia del joven extraviado sin una sola señal de que continuase con vida y el entierro del anciano desalentaron a los integrantes del grupo de búsqueda, y mientras la tierra cubría al desdichado cazador paleada tras paleada, el nombre de su hijo era grabado en la misma tabla desvencijada que haría las veces de lápida. Todos fueron asaltados por la convicción de que las historias habían resultado verdaderas después de todo; el bosque lo corroboraba engulléndose a uno de los nuestros... —Elo Elo había caído de rodillas ya sobre la tierra frente a la lápida, y espesas lágrimas corrían por sus mejillas—. El bosque te había tragado... Elo Elo —concluyó con un golpe seco
Una lucha sangrienta de pensamientos distorsionados se libraba en la mente del cazador. Todos los retazos encontraban su lugar en un esquema completamente irreal. Todo cobraba sentido ahora. Las historias ilusorias sobre el bosque escondido... Las décadas irreales en las palabras de Tamana...
Los hombres desaparecidos antaño quizás continuaban deambulando entre aquellos aromáticos árboles... bajo la luz tenue que bañaba las tiernas hojas de un mundo onírico… durante siglos enteros. Y de la misma manera en que el sol de oro bañaba las copas de aquel bosque de fantasía, todas las luces apuntaban a que un tanto similar sucedía en el caso contrario. El tiempo lo había dejado atrás mientras continuaba su marcha sin parar. Las explicaciones se apilaban dentro de los muros rotos de sus pensamientos hasta inundar su mente y sofocar su espíritu entero. Elo Elo apenas podía extraer un pensamiento claro:
Se había equivocado por completo. Su padre no podía esperar.
Con una grieta en el alma, Elo Elo se incorporó, sepultó su arco bajo la tierra dispersa de la tumba, y tomó el camino a la entrada de la aldea. El peletero, que lo había seguido silenciosamente y con aire de gravedad, se detuvo en el umbral y, antes de regresar a su tienda, preguntó:
—¿Hacia dónde te dirigirás ahora?
—Hay un sitio al que prometí regresar —Fue la respuesta.
—Hasta nunca —contestó el tendero, comprendiéndolo todo, mientras permitía que las palabras fuesen absorbidas por el amanecer.

La noche caía cuando Elo Elo alcanzó aquel valle nuevamente. Como si el sueño de una estrella en la soledad de la noche se materializase por arte de magia, a medida que se adentraba en el bosque, la oscuridad de su mente, y la de la noche, eran reemplazadas por una hermosa luz solar. Con lentitud y paso firme transitó el sendero aromático. Gotas de rocío embellecían cada hoja, como diamantes líquidos sobre lienzos de esmeralda. Recordaba muy bien el camino. Pronto alcanzó el claro dentro del bosque, y las ruinas dentro del claro. Sin necesidad siquiera de anunciar su presencia, Elo Elo exclamó.
—He vuelto. Pero no he sido capaz de traer ayuda conmigo.
—Te lo había advertido —respondió Tamana, como continuando una antigua conversación—. Era tarea imposible.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó Elo Elo mientras tomaba asiento sobre una de las losas con humilde naturalidad.
—Cincuenta años— contestó con desinterés Tamana.
—Lamento haberte hecho esperar... —expresó el joven, cabizbajo.
—Sabía que volverías —indicó Tamana tras una pequeña pausa—. ¿Qué piensas hacer ahora?
—Es imposible sacarte de este lugar... —reconoció Elo Elo, mientras avistaba un leve asentimiento por parte de Tamana como señal de respuesta—. Pero puedo hacerte algo de compañía.
—Haz lo que te plazca. No serías ni el primer visitante, ni el último —respondió ella con el desdén acostumbrado.
—La verdadera prisión... —murmuró Elo Elo, prestando oídos sordos a lo expresado por la chica, mientras recordaba a su padre—. Es la soledad. No soy sólo un visitante. He venido a liberarte. Te haré compañía para siempre.
Tamana no pudo más que observar absorta al joven cazador durante un hondo rato sin ser capaz de pronunciar ni uno solo de sus filosos comentarios. Finalmente, expresó:
— Tonterías. ¿Permanecerás en este lugar indefinidamente? ¿Sabes que a cada segundo transcurrido, el mundo exterior cambia a una mayor velocidad? ¿Sabes que tu hogar dejará de serlo y tus amigos desaparecerán? ¿No extrañarás tu vida? —preguntó con inquietud.
—Mi vida... no es un lugar, sino un instante —explicó el joven—. No tengo nada de qué preocuparme. Tampoco tengo nada qué extrañar... —los ojos de Tamana se abrían, intentando capturar algún detalle en los gestos serenos del cazador que pudiese dar siquiera la más mínima explicación a aquella conducta tan inesperada—. Pertenezco al bosque —agregó Elo Elo, sonriendo. Tras esto, viró su vista a la joven arrodillada, y con una mirada de ternura, culminó:

—Ahora, dime... ¿cómo se juega a las escondidas con las hojas de otoño?

- Elohim Flores.
06/17

2 comentarios:

  1. Intenté imprimir algunos elementos de los hermanos Grimm en el estilo :)

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  2. Esta historia fue un presente hecho a mi esposa y a ella está dedicado con mucho amor

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