Un
día, en una mañana clara como el agua de un arroyuelo, un joven llamado Elo
Elo, hijo de un cazador ya derrotado por la edad, salió en busca de leña para
sus reservas de los días venideros. Como ha sido mencionado, su padre era viejo
ya y los días de caza habían sido enterrados en el pasado tras verse aquejado
por una extraña enfermedad que drenaba constantemente el minúsculo remanente de
sus fuerzas, por lo que el joven Elo Elo se veía con la responsabilidad de
procurar el alimento además de la leña, así como de realizar las visitas
esporádicas a la aldea para vender lo conseguido durante las cacerías.
Elo
Elo se había internado ya durante incontables ocasiones en el viejo bosque,
emulando los interminables días de cacería en los que su padre, y el padre de
su padre, habían realizado la misma tarea. Siguiendo la tradición, el joven
había cuidado de evitar aventurarse en el extremo septentrional del valle en el
cual se asentaba aquel bosque ancestral. Aquellos que se sumergían bajo las sombras
de las resecas ramas de los añejos árboles que se elevaban en ese sitio jamás
regresaban a la luz del mundo civilizado.
Pero
el invierno había sido cruel, y áspero, y a diferencia de lo que pudiere
pensarse, los primeros días de primavera eran tan despiadados como los peores
de la gélida estación de la muerte blanca. Los alimentos escaseaban gravemente
y la enfermedad de su padre lo carcomía con mayor prisa a cada instante que
transcurría. Mientras tronzaba algunos leños resecos a mitad de la floresta,
acostumbrado como estaba a cargar consigo su arco y carcaj en todo momento,
avistó no sin sobresalto un vívido ciervo a la distancia; posiblemente el
primero tras muchos días de ausencia de cualquier rastro de vida mayor al de
una que otra ardilla o liebre roñosa cuya mala fortuna impedía que escapase de
las certeras saetas de Elo Elo.
Ante
dichas circunstancias, Elo Elo tomó cautelosamente posición de tiro, y se
dispuso a atravesar de lado a lado al ciervo que representaba a sus ojos la
salvación para aquella situación de aprietos. Ya podía imaginarse el buen uso
que haría de aquella presan, cuando sus manos, adoloridas por el pesado trabajo
con el hacha hasta hacía meros segundos atrás, resultaron incapaces de resistir
la tensión del arco. La cuerda resbaló de sus dedos, flecha se deslizó con un
silbido, y silbó sobre el pelaje del lomo del animal. Apresuradamente y con
ansiedad, Elo Elo disparó una segunda flecha contra el ciervo despavorido, y
antes de que lograse escapar de su vista pudo ensartar el proyectil en una de
las patas traseras de la bestia.
El
sustento era tan valioso como la lumbre, y Elo Elo se encontraba decidido a capturar
a aquel ciervo y hacer con él toda una serie de estofados que pudiesen
revitalizar a su padre y calmar el hambre de ambos durante una cantidad
considerable de tiempo. Afortunadamente el animal dejó tras de sí un rastro de
sangre, y Elo Elo se dispuso a seguirlo con diligencia, dejando atrás la leña
recolectada. Lamentablemente, no obstante, el rastro pronto le condujo al norte
del valle, al paraje salpicado de maleza enmarañada y sombras acechantes en las
copas siniestras de aquellos árboles ahora grisáceos.
Elo
Elo titubeó un par de segundos mientras un torbellino de pensamientos se
arremolinaba en su mente. Cierto era que su padre necesitaba aquella leña para
mantener el calor dentro de la cabaña en aquellas noches gélidas, pero mucho
más necesario resultaba en aquel instante el sustento y la energía que un buen
estofado de ciervo podían darle. Puede que las apuestas fuesen demasiado elevadas,
pero quizás su padre podría esperar un poco. No obstante, estos pensamientos se
enfrentaban a los temores concernientes al sombrío bosque frente que dentro de
su mente aullaban con vesania.
Bien
era sabido el hecho de que jamás había regresado quien se internaba entre
aquellos árboles lúgubres... Pero jamás había conocido a nadie que pudiera
confirmar aquella leyenda, y de haber sido cierto aquello, el camino que a sus
pies se hallaba, libre de toda maleza y hojarasca, y que continuaba su
recorrido dentro de las sombras de aquellos árboles resecos hasta internarse en
un punto donde la vista se extraviaba, resultaba prueba fehaciente de que el
lugar no se hallaba tan desolado como todos habían pensado. Aún cuando no se
tratase de un bosque encantado mas sí de uno peligroso, aquel joven descendía
de una estirpe que se había dedicado al arte de la caza durante generaciones
enteras. "Pertenezco tanto o más al bosque que a otros sitios como la
aldea", intentó convencerse Elo Elo.
Elo
Elo se internó en el espeso boscaje tras el rastro del ciervo, y aliviado pudo
observar cómo el interior de la fronda se hallaba inesperadamente bien
iluminado, sin matiz alguno de sombras o nieblas que pudiesen obstaculizar su
vista. Más aún, a medida que avanzaba, los árboles resecos y grisáceos
desaparecían paulatinamente y eran reemplazados por otros de tronco vigoroso y
hojas tiernas y verdilocuentes. Embelesado por la belleza de aquella sección del
valle hasta ahora desconocida, Elo Elo olvidó rápidamente, como por arte de
magia, el móvil que lo había empujado a internarse allí en primer lugar, y como
encantado por un canturreo seráfico, dejó caer arco y flechas y se deslizó a lo
largo del sendero mientras sus sentidos eran inundados por el verdor de aquel
lugar embriagador.
Pronto
Elo Elo alcanzó un claro al que alcanzaban los rayos del sol de manera
esplendorosa, iluminando el pequeño espacio con una bendición dorada. En el centro
de aquella pequeña pradera se erigía una construcción de piedra que aparentaba remontarse
a una edad de la que ni siquiera el efímero rastro del recuerdo había logrado
arraigarse en el mundo. Elo Elo se aproximó con lentitud a la estructura con la
intención de explorar, embelesado por un sentimiento inexplicable, pero un leve
quejido lo extrajo abruptamente de su estado de ensimismamiento. El pequeño
gemido de dolor fue sucedido por otro, y otro más, y Elo Elo, tras unos
segundos de indecisión y debatirse entre la urgencia de huir y la llamada de la
curiosidad, aceleró su marcha hasta alcanzar dos grandes muros pétreos
conectados por un arco
—¿Hay
alguien ahí?—preguntó Elo Elo, aferrando su mellada hacha mientras lamentaba
haber dejado atrás su arco.
—Solamente
yo, ¿qué otra persona?... —respondió una vocecilla desde dentro de aquellas
ruinas. Elo Elo no pudo hacer otra cosa que reaccionar con desconcierto y
adentrarse con vacilación a través del arco. No demoró mucho para toparse con
una joven arrodillada, de espaldas a una gran losa que posiblemente fuese antes
parte de uno de los muros internos del recinto.
—¿Solamente...
tú?— preguntó Elo Elo, aún absorto por la extraña situación.
—Así
es—respondió la joven con desgana—. Sólo soy yo, como siempre. Así como tú sólo
eres tú, como de costumbre.
—¿Solamente
yo?— preguntó nuevamente Elo Elo completamente confundido—. ¿Nos conocemos?
—No
realmente. Pero eres un viajero, un visitante como los incontables que te
precedieron, y los incontables que te sucederán. Sólo eres uno más. Y como
siempre, te he visto llegar y te veré partir. Sólo somos tú, y yo, repitiendo
este escenario, nuevamente.
Elo
Elo no salía de su asombro y perplejidad, y las palabras de aquella muchacha
sólo conseguían extrañarlo aún más.
—¿Vives
aquí? —fue todo cuanto pudo formular.
—Lo
hago aunque no sea mi voluntad —respondió aquella joven con tedio.
—¿Alguien
te tiene aquí... contra tu voluntad?— preguntó Elo Elo nuevamente tras intentar
comprender infructuosamente aquellas palabras, sin evitar observar a su alrededor
con inseguridad mientras asía con firmeza su hacha.
—Sólo
el tiempo— respondió la muchacha como repitiendo un viejo discurso.
—Yo...
no comprendo —confesó Elo Elo innecesariamente.
—Estoy
atrapada aquí —expresó con obviedad aquella joven, intentando incorporarse para
dejar entrever que su pierna derecha se encontraba atascada bajo una maciza
columna de piedra. Elo Elo dio un sobresalto de sorpresa, y automáticamente se
aproximó a toda prisa al sitio del accidente.
—¿Estás
atascada? ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Te sientes bien? ¡Tenemos que sacarte!
—las palabras se atropellaban una tras otra ante aquella situación tan
inusitada, mientras el joven cazador tomaba uno de los bordes de la roca e
intentaba levantarla con todas sus fuerzas, en vano.
—No
te esfuerces —indicó la joven—, no eres el primero en intentarlo. Es
completamente inútil. Yo misma he tratado de hacerlo durante años...
—¡¿Durante
años?! —La información que galopaba en la mente de Elo Elo era demasiada como
para ser procesada con sencillez, y las preguntas seguían apilándose— ¿A qué te
refieres con años? ¿Cómo puedes hablar de tantos visitantes si nadie nunca
atraviesa este bosque? ¿Cómo quedaste atrapada bajo estos escombros?
—Yo...
entré a este sitio mientras jugaba a las escondidas— se limitó a contestar la
joven, ignorando todas las otras molestas preguntas.
—¡¿A
las escondidas?! —exclamó Elo Elo, dándose por vencido con el muro derruido y
cayendo al pedregoso suelo. Resignándose a la imposibilidad de encontrar un
ápice de lógica en toda aquella situación, se limitó a preguntar— ¿Con quién
jugabas a las escondidas?
—Con
las hojas de otoño —respondió la muchacha. Elo Elo la observó durante largo
rato, sin intentar siquiera procesar aquel absurdo, y segundos más tarde se
incorporó.
—Necesitamos
buscar ayuda —expresó.
—¿Necesitamos?
—preguntó la muchacha—. Yo no necesito nada. Y es inútil de todos modos.
—Apenas
entiendo la mitad de las cosas que dices, pero ninguna es tan ilógica como
negarte con tanta facilidad a salir de este lugar. Volveré con ayuda, y te
sacaremos de aquí.
—Eso
es imposible —contestó tajante la muchacha—, pero sí recomiendo que te marches
y regreses al lugar del cual viniste. Cuanto más pronto vuelvas, menos serán
los cambios con los que te toparás. Márchate, por tu propio bien y por la
tranquilidad que has roto al aproximarte a mí.
No
obstante, Elo Elo había comenzado ya a retirarse, y prestaba oídos sordos a los
sinsentidos de aquella joven. Antes de desaparecer a través de aquel arco
pétreo que hacía las veces de entrada, viró la cabeza y dijo— Mi nombre es Elo
Elo. Hijo de un cazador. ¿Cuál es el tuyo?
—Yo
me llamo... Tamana —contestó aquella chica tras hacer un pequeño esfuerzo por
recordar.
—Muy
bien. Volveré, Tamana.
—Si
te empeñas en eso, supongo que nos volveremos a ver dentro de unas cuantas
décadas —expresó Tamana de manera incomprensible.
Elo
Elo regresó tras sus pasos a través de aquel mesmerizante bosque, y tomó el
arco que había dejado caer poco tiempo atrás. No sin cierto temor al recordar
una vez más y de manera abrupta las tétricas historias sobre ese lugar, se
apresuró a alcanzar la salida, y pudo apreciar con alivio cómo ésta lo
aguardaba con los brazos abiertos, abriendo paso a su bosque acostumbrado.
Sólo
tras abandonar aquel lugar, el cazador se percató de lo vacías que se hallaban
sus manos: ni leña, ni ciervo, ni ninguna otra cosa que pudiese resultar de
alguna utilidad para el cuidado de su padre; el motivo inicial por el cual se
había internado en la floresta. Aunado a eso, algo más alarmante capturó la
atención del joven: no había rastros de las cicatrices dejadas por el paso del invierno
desalmado. Al contrario, el otro segmento del bosque parecía tan rejuvenecido
como el de aquel valle prohibido. Lleno de una extraña consternación, Elo Elo
apresuró sus pasos en dirección a la cabaña de su padre. La idea de buscar
ayuda para rescatar a aquella joven quimérica había sido opacada por completo,
como el recuerdo de un antiguo sueño ahogado por la luz incipiente del
amanecer.
Velozmente
Elo Elo alcanzó la pequeña colina sobre la cual se elevaba la vieja cabaña. Sin
saber el motivo, el joven cazador lograba percibir un aura extraña en su vieja
vivienda. Se trataba de una ominosa corazonada que le oprimía el pecho. Incapaz
de continuar formulando preguntas en su mente, Elo Elo se dirigió a la
enmohecida puerta y la abrió de par en par. La madera crujió, y la sorpresa
anudó su garganta hasta casi sofocarlo, al encontrar la estancia completamente
abandonada.
Imbuido
por la desesperación, Elo Elo comenzó a girar sobre sí mismo en aquel pequeño
espacio, dando pasos llenos de inquietud de un lado a otro, como si pudiese
encontrar a su padre en alguna de las cuatro esquinas, oculto entre el polvo y
las telarañas que invadían cada centímetro. La cabaña no sólo se encontraba
abandonada, sino que todos los objetos habían sido cubiertos por la suciedad y,
enmohecidos ya, parecían tan parte de aquella vivienda como los maderos del
techo y las paredes. Con un punzante sabor amargo en su boca, Elo Elo abandonó
el recinto y se precipitó hacia el único otro sitio en donde podría hallarse su
padre: la aldea.
Tras
arduas horas de caminata aminoradas por la lacerante preocupación, Elo Elo
alcanzó el pequeño conjunto de viviendas bañado en sudor. Sabía bien que el
primer lugar en donde debía buscar era la peletería, lugar frecuentado por su
padre durante los tiempos de salud para vender las pieles de las presas de
caza.
Para
sorpresa de Elo Elo, el viejo peletero no se encontraba bajo su acostumbrado
toldo. En su lugar se levantaba una tienda de pieles cuyo dependiente se
presentó alegremente, alegando no haber visto nunca antes al joven cazador por
aquellos parajes.
—¿En
dónde se encuentra... el antiguo dueño? —preguntó Elo Elo, encontrando como
única explicación razonable la posibilidad de que el viejo peletero hubiese
vendido su pequeño puesto de trabajo durante el período invernal. Hacía un par
de meses que no se aventuraba a la aldea debido a la enfermedad de su padre y
el duro frío de la estación, así que resultaba totalmente posible.
—Mi
abuelo está muerto —fue la respuesta de aquel hombre.
—¡¿Muerto?!
—exclamó Elo Elo. Incapaz de comprender, apenas lograba concebir la idea de que
el viejo peletero tuviese un nieto de tanta edad.
—Ha
muerto hace 20 años ya —explicó el tendero sin dar más detalle.
El
mundo comenzó a girar y girar con Elo Elo como su eje, y su mente estuvo a
punto de estallar en mil pedazos. Sentía náuseas y sus ojos se llenaron de
lágrimas sin conocer el motivo. Sus piernas flaquearon y perdió el equilibrio,
mas evitó caer apoyándose sobre el mango de su hacha.
—¿Te
encuentras bien? —preguntó el peletero alarmado.
Sin
querer adentrarse aún más en aquel mar de confusión, Elo Elo explicó los
motivos básicos de su visita a la aldea e intentó hacer entender a aquel
tendero la apremiante situación sobre la desaparición de su padre, dando
descripción detallada de sus características físicas.
A
pesar de las reiteradas negativas por parte del peletero al ser interrogado sobre
su conocimiento de algún cazador que calzara bajo aquel retrato, y de las
constantes alegaciones de su parte afirmando que la caza era en realidad una
práctica muy común en aquellos parajes como para recordar con precisión absoluta
las características de cada cazador que atravesaba el poblado (algo discrepante
a lo que podía recordar Elo Elo), el joven insistió una y otra vez sin descanso.
Finalmente, Elo Elo se decidió a contar con mucho mayor detenimiento cada
pequeño fragmento de su efímera aventura en el extremo septentrional del
bosque. Tras escuchar aquella relación sobre el ominoso valle de las leyendas,
el peletero finalmente pareció percatarse de algo oculto en los más antiguos
recovecos de su memoria. Un recuerdo que emergía del mar de sus pensamientos.
—Sígame
—le pidió al joven cazador.
El
sol amenazaba con caer cuando alcanzaron el viejo cementerio de la aldea. Pronto
llegaron a un descuidado rincón en la cual podían apreciarse los rastros de una
tumba. Sobre ella, una tabla descolorida con una inscripción grabada a trazos
descuidados. Era el nombre de su padre, junto al suyo propio.
—Cuando
era pequeño solía oír toda clase de historias sobre el viejo valle al norte,
más allá del bosque —explicó el tendero mientras los oídos de Elo Elo zumbaban y el corazón latía violentamente—. No
obstante, estábamos conscientes que no eran más que historias de ancianos. Los
pequeños de la aldea solíamos aproximarnos cuanto nos era posible al lindero de
aquel lugar, y luego huíamos despavoridos de regreso a casa, incapaces de
comprobar por nosotros mismos la falsedad o veracidad de aquellas leyendas. Hasta
que llegó ese día. Yo personalmente soy incapaz de recordarlo con claridad,
pero mi abuelo y mi padre se encargaban de mantener ese día en nuestra memoria con
tanta frescura como si hubiese ocurrido el día de ayer.
La
vista del joven cazador se nublaba mientras el peletero relataba aquella
historia, y el mundo se tambaleaba a sus pies. El hombre continuó:
—Un
viejo cazador descendió de las montañas clamando que su hijo había desaparecido
tras internarse en el bosque. A pesar del mal estado de aquel hombre, la mirada
de convicción impresa en su rostro y el ruego que retemblaba en cada una de sus
palabras lograron convencer a un grupo de personas de organizar una partida de
búsqueda tras aquel joven. Mi abuelo se encontraba entre ellos. No obstante, la
expedición jamás llegó a partir; el viejo cazador murió tras pocos días de su
llegada al poblado, hirviendo en fiebres que lo hacían delirar. La prolongación
de la ausencia del joven extraviado sin una sola señal de que continuase con
vida y el entierro del anciano desalentaron a los integrantes del grupo de
búsqueda, y mientras la tierra cubría al desdichado cazador paleada tras
paleada, el nombre de su hijo era grabado en la misma tabla desvencijada que
haría las veces de lápida. Todos fueron asaltados por la convicción de que las
historias habían resultado verdaderas después de todo; el bosque lo corroboraba
engulléndose a uno de los nuestros... —Elo Elo había caído de rodillas ya sobre
la tierra frente a la lápida, y espesas lágrimas corrían por sus mejillas—. El
bosque te había tragado... Elo Elo —concluyó con un golpe seco
Una
lucha sangrienta de pensamientos distorsionados se libraba en la mente del cazador.
Todos los retazos encontraban su lugar en un esquema completamente irreal. Todo
cobraba sentido ahora. Las historias ilusorias sobre el bosque escondido... Las
décadas irreales en las palabras de Tamana...
Los
hombres desaparecidos antaño quizás continuaban deambulando entre aquellos
aromáticos árboles... bajo la luz tenue que bañaba las tiernas hojas de un
mundo onírico… durante siglos enteros. Y de la misma manera en que el sol de
oro bañaba las copas de aquel bosque de fantasía, todas las luces apuntaban a
que un tanto similar sucedía en el caso contrario. El tiempo lo había dejado
atrás mientras continuaba su marcha sin parar. Las explicaciones se apilaban
dentro de los muros rotos de sus pensamientos hasta inundar su mente y sofocar
su espíritu entero. Elo Elo apenas podía extraer un pensamiento claro:
Se
había equivocado por completo. Su padre no podía esperar.
Con
una grieta en el alma, Elo Elo se incorporó, sepultó su arco bajo la tierra
dispersa de la tumba, y tomó el camino a la entrada de la aldea. El peletero,
que lo había seguido silenciosamente y con aire de gravedad, se detuvo en el
umbral y, antes de regresar a su tienda, preguntó:
—¿Hacia
dónde te dirigirás ahora?
—Hay
un sitio al que prometí regresar —Fue la respuesta.
—Hasta
nunca —contestó el tendero, comprendiéndolo todo, mientras permitía que las
palabras fuesen absorbidas por el amanecer.
La
noche caía cuando Elo Elo alcanzó aquel valle nuevamente. Como si el sueño de
una estrella en la soledad de la noche se materializase por arte de magia, a
medida que se adentraba en el bosque, la oscuridad de su mente, y la de la
noche, eran reemplazadas por una hermosa luz solar. Con lentitud y paso firme
transitó el sendero aromático. Gotas de rocío embellecían cada hoja, como
diamantes líquidos sobre lienzos de esmeralda. Recordaba muy bien el camino.
Pronto alcanzó el claro dentro del bosque, y las ruinas dentro del claro. Sin
necesidad siquiera de anunciar su presencia, Elo Elo exclamó.
—He
vuelto. Pero no he sido capaz de traer ayuda conmigo.
—Te
lo había advertido —respondió Tamana, como continuando una antigua
conversación—. Era tarea imposible.
—¿Cuánto
tiempo ha pasado? —preguntó Elo Elo mientras tomaba asiento sobre una de las losas
con humilde naturalidad.
—Cincuenta
años— contestó con desinterés Tamana.
—Lamento
haberte hecho esperar... —expresó el joven, cabizbajo.
—Sabía
que volverías —indicó Tamana tras una pequeña pausa—. ¿Qué piensas hacer ahora?
—Es
imposible sacarte de este lugar... —reconoció Elo Elo, mientras avistaba un
leve asentimiento por parte de Tamana como señal de respuesta—. Pero puedo
hacerte algo de compañía.
—Haz
lo que te plazca. No serías ni el primer visitante, ni el último —respondió
ella con el desdén acostumbrado.
—La
verdadera prisión... —murmuró Elo Elo, prestando oídos sordos a lo expresado
por la chica, mientras recordaba a su padre—. Es la soledad. No soy sólo un
visitante. He venido a liberarte. Te haré compañía para siempre.
Tamana
no pudo más que observar absorta al joven cazador durante un hondo rato sin ser
capaz de pronunciar ni uno solo de sus filosos comentarios. Finalmente,
expresó:
—
Tonterías. ¿Permanecerás en este lugar indefinidamente? ¿Sabes que a cada
segundo transcurrido, el mundo exterior cambia a una mayor velocidad? ¿Sabes
que tu hogar dejará de serlo y tus amigos desaparecerán? ¿No extrañarás tu
vida? —preguntó con inquietud.
—Mi
vida... no es un lugar, sino un instante —explicó el joven—. No tengo nada de
qué preocuparme. Tampoco tengo nada qué extrañar... —los ojos de Tamana se
abrían, intentando capturar algún detalle en los gestos serenos del cazador que
pudiese dar siquiera la más mínima explicación a aquella conducta tan
inesperada—. Pertenezco al bosque —agregó Elo Elo, sonriendo. Tras esto, viró
su vista a la joven arrodillada, y con una mirada de ternura, culminó:
—Ahora,
dime... ¿cómo se juega a las escondidas con las hojas de otoño?
- Elohim Flores.
06/17
Intenté imprimir algunos elementos de los hermanos Grimm en el estilo :)
ResponderEliminarEsta historia fue un presente hecho a mi esposa y a ella está dedicado con mucho amor
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