miércoles, 20 de mayo de 2020

La Teoría Humanista de la Administración en la Educación [Ensayo]


Los estudios sobre la administración y la organización de recursos humanos dentro del ámbito empresarial se han visto insuflados por una cuantiosa cantidad de expertos y eruditos de la economía, la sociología, la psicología e inclusive la filosofía. Estos estudios versan, ante todo, del comportamiento humano y la manera más eficiente de sacar partido del mismo con el objetivo de la consecución de las metas empresariales más primordiales: la generación de ganancias monetarias.
Pese a la clara orientación de los estudios sobre los que se encuentran construidas las principales teorías de la administración, los conocimientos plasmados en ellas resultan muy fácilmente extrapolables a otros campos, y el ámbito de la pedagogía en especial tiene la capacidad de verse sumamente beneficiado con la aplicación de ciertas nociones desarrolladas por los pensadores ya referidos, pues la ganancia que se apunta a obtener dentro del ambiente educativo tras un óptimo rendimiento tanto docente como estudiantil, si bien no monetaria, resulta clara y concisa: la formación integral, humana e intelectual del alumno.
Entre la plétora de teorías clásicas de la administración existentes, algunas pueden adaptarse de manera más sencilla al área pedagógica, y algunas otras ofrecen nociones mucho más pertinentes a la misma; sin embargo, una de ellas resalta entre sus compañeras debido a las estrechas relaciones que sus teoremas presentan frente a los propios de la teoría educativa: la teoría humanista desarrollada por el sociólogo George Elton Mayo a partir del año 1932.
Efectivamente, el enfoque humanista de Elton Mayo se ajusta a la perfección dentro de la visión emancipadora en la que debería verse envuelta (de acuerdo a Paulo Freire) la práctica educativa. Surgida como contraposición a las teorías que proponían métodos deshumanizadores tales como el científico, en el cual el factor humano se veía reducido a su mínima expresión, presa de la racionalización exacerbada para alcanzar la máxima eficiencia laboral, la teoría de las relaciones humanas hace énfasis en la relevancia del ser humano como actor social sumido dentro de una realidad compartida con sus semejantes y no como individuo aislado propenso a la mecanización conductual. Es precisamente debido a la relevancia que asume el rol humano interpretado por cada hombre y cada mujer dentro de toda organización de acuerdo a los lineamientos de la teoría humanista, que existe la valiosa oportunidad de tomar algunas de sus nociones como préstamo para la teoría pedagógica, al compartir ésta una visión similar.
Uno de los primeros principios que defiende esta teoría expone que el hombre no es un animal mecanizado ni una mera herramienta para alcanzar un fin, sino que es un ser que se desarrolla en sociedad, y en sociedad con otros avanza en pos a la consecución de una serie de objetivos que le permitirán mejorar sus condiciones de vida. A lo largo de este trayecto resulta posible que el hombre alcance a entrar en contacto con otras metas que coincidirán con las de sus iguales, ya se traten éstos de familiares, compañeros laborales, o de gerentes (en el caso empresarial) que requieran de las capacidades de sus empleados para generar ganancias. En el ámbito educativo, es necesario observar a los jóvenes no como simples receptáculos, tal y como lo dictan las teorías positivistas, sino como seres humanos en formación con metas individuales que recorren en conjunto un camino que los lleva (entre otras sendas de relevancia equivalente) a través de la escuela, y es en tal segmento del camino que el docente ha de dedicarse a cultivar su desarrollo, para que este lapso de tiempo resulte del mejor provecho posible para el futuro del joven estudiante.
Por otra parte, la teoría de las relaciones humanas indica que la productividad de una persona no se encuentra ligada únicamente a sus capacidades físicas o mentales, y mucho menos económicas, sino a su interacción con quienes le rodean y a las normas que le son impuestas. Para obtener un rendimiento óptimo, se necesita promover un ambiente en el cual se faciliten las relaciones interpersonales, y además se debe otorgar suficiente libertad de expresión, pensamiento y acción a cada sujeto.
Las dos características mencionadas resultan vitales e imprescindibles dentro del aula de clases. Así,  una buena comunicación entre estudiantes (y la fomentación de equipos de trabajo que estrechen los lazos entre todos los miembros del aula), una serie de normativas conductuales que permitan el mantenimiento del orden y el respeto sin restringir a los alumnos con rigidez exacerbada, y un constante incentivo para que se expresen y actúen constantemente sin temores a reprimendas resultarán esenciales para elevar la eficacia en los niños, niñas y jóvenes. Sólo entonces logrará obtenerse el resultado óptimo: la materialización del verdadero proceso de enseñanza y aprendizaje.
En lo concerniente a la temática del incentivo, la teoría humanista de Mayo también comprueba que la otorgación de recompensas como motivación para los empleados no sólo mejora el rendimiento de  los beneficiados, sino también de aquellos trabajadores que no fueron premiados pero que conviven e interactúan con los más afortunados. Por ende, un buen trato y un constante incentivo por parte del docente hacia los estudiantes del aula garantiza un mayor rendimiento incluso en aquellos que no se hayan visto (por motivos fortuitos) cobijados por tal clase de recompensas. Por otra parte, este sector de la teoría demuestra que existe un sentimiento de hermandad entre todos y cada uno de los actores sociales, un sentimiento que los empuja a actuar de manera solidaria; incluso de ser necesario, los más rápidos pueden adaptarse a los más lentos como señal de apoyo, y evitar a toda costa caer en un estado de deslealtad si alguna conducta perjudica a sus iguales. Por lo tanto, el salón de clases, visto como una estructura organizada, está compuesto por una comunidad de individuos que tiene la plena capacidad de obrar en consecuencia con las necesidades de cada uno de sus miembros, y ésta se trata de una característica que debe ser cultivada y encausada por el docente para un desarrollo positivo y beneficioso.
Finalmente, la teoría humanista sostiene que la mejora en las condiciones laborales asegura el surgimiento de líderes naturales que mantendrán a sus compañeros de trabajo motivados alrededor de ciertos intereses; estos intereses por lo general consisten en el mantenimiento de los beneficios y recompensas de los que fueron dotados de antemano. Así, estos líderes toman la tarea de alimentar de manera constante el ambiente de solidaridad, trabajo, disciplina y eficiencia sin perder por esto la confianza de los demás empleados, como suele suceder en el caso de los gerentes, debido a su posición jerárquica superior. Dentro de un aula de clases en la que las condiciones humanas son óptimas, estos líderes se encuentran destinados a hacer acto de aparición (en ocasiones bajo la forma de un delegado o vocero del salón), y logran encausar las fuerzas y energías de sus compañeros sin verse sumergidos en el distanciamiento que ineludiblemente impregna al docente en su rol. Es tarea del pedagogo, por lo tanto, propiciar este ambiente requerido para la formación de tales líderes naturales.

En un contexto social e inclusive político de escala mundial en el cual se hace más y más imperante la necesidad de un sistema educativo constructivista y emancipador, la pertinencia de teorías de la administración como la desarrollada por Elton Mayo, que manifiestan la relevancia de una organización cuyo núcleo es el ser humano como ser social y no como individuo aislado, se hace cada día más y más patente. El aula de clases no debe ser vista como una industria en la cual se manufacturan chicos en bruto que serán transformados en gemas pulimentadas a través de una maquinaria trituradora, sino como un jardín en el cual las semillas de cada niño germinan las unas junto a las otras (pues no puede existir un jardín compuesto por una única planta), y en donde el docente asume el rol de jardinero para fertilizar la tierra, la base imprescindible sobre la que se desarrollarán los jóvenes que por cuenta y voluntad propia, a través de la persecución de sus intereses y sueños, florecerán y darán frutos para el provecho propio, y a su vez, para el de la sociedad y sus iguales.

Elohim Flores.
04/19

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