viernes, 13 de mayo de 2016

La Inherencia entre Filosofía y Humanidad [Ensayo]


         “El hombre es por natura la bestia paradójica, un animal absurdo que necesita lógica”. No por nada escribió Antonio Machado estos versos en sus “Proverbios y Cantares”, en cuyas estrofas tendría más de una ocasión para cuestionarse sobre los diversos aspectos de la vida y la existencia mismas. Tomando en consideración la tendencia a la curiosidad compartida por tantas especies animales, no es de extrañar que el hombre (incluyéndose entre ellas), muy posiblemente desde antes de su abrupta evolución, demostrase una inherente inclinación a la sorpresa; al asombro ante el mundo que incomprensible y en su totalidad se mostraba a sus ojos. Es casi seguro aseverar que, como mecanismo defensivo a lo desconocido, fue desarrollada la poderosa habilidad del pensamiento, y, tal y como se empuña la educación para combatir la ignorancia, el ser humano hizo uso del acto del pensar para combatir las sombras de lo que hasta entonces le hostigaba con el azote de lo inexplicable. 

El pensamiento traería paulatina e ineludiblemente consigo un maremágnum de sistemas culturales y disciplinas que serían desarrolladas y refinadas con el pasar del tiempo (mitologías, religiones, ciencias), pero ninguna tendría un impacto más relevante y contundente en la materia del pensamiento mismo que la filosofía. Aún milenios antes de que se consolidase y estableciese como disciplina concreta y absoluta, el hombre, sin notarlo, había hecho ya uso de ella. Junto a las interrogantes externas llegarían estrechamente ligadas las internas, y mientras el ser humano cuestionaba la causa de los fenómenos naturales que lo envolvían, también (de manera involuntaria, quizás) comenzaría a razonar sobre tópicos un tanto más profundos, concernientes a su calidad de ser y de estar; comenzaría a preguntarse la razón de su existencia y el motivo ulterior por el que tenía el privilegio de presenciar y maravillarse por cuanto a su alrededor acontecía.

¿Qué es, entonces, filosofar? ¿Cómo poder describir una práctica existente aún antes de que “existiese” realmente?

La filosofía tuvo su origen no gracias a un selecto grupo de hombres cultos de intelecto enriquecido y capacidad mental superior, sino como consecuencia simple y directa de la naturaleza humana. El hombre, dentro de su caótica presencia en el extraño mundo en el que se halla sumergido, necesita tanto como el pez al agua de una significante porción de lógica para dar orden al pandemónium de su existencia. Tan ligada a esa existencia humana se encuentra esta práctica de la reflexión, que privar a un hombre de ella sería equivalente a extraer los colmillos de un lobo y dejarle morir de inanición. Un hombre sin criterio analítico cae presa fácil de la férrea voluntad de cualquier otro que desee utilizarlo como herramienta para sus fines, tan fácilmente como perece bajo las garras del invierno una golondrina que se rehúsa a emigrar en el cambio de estaciones. He aquí la inherencia entre hombre y pensamiento; la simbiosis hombre/filosofía que permitiría no sólo el desarrollo de la especie humana ‘per se’, sino el de civilizaciones enteras que darían especial lugar al arte, propiamente dicho, de la filosofía; esta vez como disciplina en todo su derecho y esplendor.

Tenemos que filosofar es, pues, pensar, razonar sobre el Ser, reflexionar sobre la existencia del todo y presenciar el eterno debate entrópico entre hombre y naturaleza, vida y muerte, obra y destrucción, orden y caos, paradigma e innovación, hasta alcanzar la delgada línea en la que opuestos se convierten en iguales y coexisten como uno solo. La filosofía, por lo tanto, se halla tan minuciosamente entretejida con el ser humano, tanto en su esencia como en la de sus obras, que es menester encontrar o descifrar el motivo, a todas luces irracional, por el cual ha estado siendo dejada a un lado, olvidada por la sociedad en los tiempos actuales. Mientras el hombre siga encontrando en el acto del pensamiento y la reflexión una supuesta pérdida de tiempo, no podrá jamás encontrar la bifurcación que le aleje del camino de la autodestrucción. Si el hombre concluye por remover la última chispa impoluta de asombro que en él aún permanece, la existencia humana seguirá cayendo en espiral hacia el estado de monotonía mental y espiritual en la que la gran mayoría se encuentra ya. Si el hombre continúa rehuyendo del debate intelectual al que invita diariamente su relación con la sociedad, jamás podrá evitar ser arrastrado por la miserable máquina consumista que todo lo engulle, que todo lo devora. Si el ser humano, en última instancia, se rehúsa a filosofar y cierra las puertas al pensamiento crítico, a la reflexión edificante, al análisis introspectivo del mundo, la vida y la existencia mismas, bien podría rechazar también su epíteto de “humano” e intercambiarlo por el de  “autómata”, o bien por un número de serie que pueda siempre asignársele a “uno más del montón”.

La vida es análoga a un largo ferrocarril que recorre los rieles del universo, extendiéndose hasta desaparecer en el ocaso del horizonte. Nosotros nos contamos entre los innumerables y afortunados viajeros que en él transitan, directo a un destino incierto; rumbo a una estación ignota. El dilema de esta existencia puede resumirse muy fácilmente del siguiente modo: a nuestra vista, frente a nuestros ojos y para deleite de nuestras pupilas se despliega el intermitente, colorido, pasajero y magnífico panorama del mundo exterior. ¿Es posible acceder a él, más allá de limitarnos a contemplarlo? Muchos dan por perdida esta posibilidad, y deciden sumirse en el hermético mundo dentro del tren, enclaustrándose en una crisálida que jamás eclosionará; entregándose al conformismo mental y espiritual mientras falsamente se justifican tomando la distancia a todas luces insalvable entre nosotros y ese hermoso paisaje como excusa a la existencia gris que han decidido vivir. Algunos otros se preguntan: ¿Estamos realmente condenados a morar dentro de estos exasperantes muros de hierro? ¿No hay manera acaso de poder liberarnos de las cadenas que oprimen nuestra mente y alma, y palpar a gusto el mundo que se ensancha, devorando ávido el vacío frente a nosotros?

Un tercer grupo ha dado con la respuesta: la hay, una manera; a través del pensamiento. La filosofía es la llave del arca, el picaporte que brinda paso al exterior de los vagones que, cual cavernas platónicas, nos recluyen del majestuoso e inverosímil más allá. Volemos con el pensamiento y experimentemos aquello que excede nuestras capacidades físicas, que sobrecarga nuestros sentidos mortales. Rehagamos el Universo una y otra vez, hasta alcanzar el estado de plenitud al que innegablemente podemos llegar. “Creó de nada un mundo, y su obra terminada…” concluye Machado en sus Proverbios, “«Ya estoy en el secreto —se dijo—, todo es nada»”. ¿Del mundo que haremos de la nada concluiremos, tal como vaticinan los Cantares de Machado, que todo conduce ineludiblemente de vuelta a la nada? La respuesta está allí fuera de la ventanilla, esperándonos.

Recordemos que la vida no se resume a un sistemático conjunto de funciones biológicas repetidas por toda la eternidad, sino que a nuestro alcance se halla toda una miríada de posibilidades que ostentan la capacidad de ampliar nuestras fronteras existenciales; y no hay mayor dicha que vivir, pensando.

- Elohim Flores.
Entre enero y marzo de 2015
Editado: 04/16 

3 comentarios:

  1. Excelente. Naciste para esto. No descanses al escribir

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    1. Realmente muchísimas gracias por el comentario, en verdad es invaluable para mí.
      ¡Un saludo!

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    2. Hoy lo recuerdo más que nunca, profesor. Jamás lo decepcionaré.

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